La alucinante historia que narró el papa Pío XII luego de su visión del “milagro del Sol Danzante” sobre el Vaticano

La alucinante historia que narró el papa Pío XII luego de su visión del “milagro del Sol Danzante” sobre el Vaticano

El papa Pío XII el 26 de noviembre de 1955 en Castel Gandolfo. (AFP)

 

Existe, está documentado, un testimonio muy importante sobre el fenómeno del “Sol Danzante” o “el Milagro del Sol”. Muchos, es cierto, unen ese acontecimiento con los hechos de Fátima y el milagro de los pastores en la villa de Portugal, presenciados por 50 mil personas. Pero este ocurrió en Roma, sobre los jardines del Vaticano, un día como hoy, 30 de octubre de 1950, hace 73 años. Y no sucedió sólo un día, se repitió cuatro veces.

Por infobae.com





¿Quién fue testigo de tan increíble acontecimiento?, nada más que el mismo Papa Pio XII, Eugenio Pacelli, aquel que había venido a la Argentina a celebrar el Congreso Eucarístico Internacional en 1934.

Eugenio María Giuseppe Giovanni Pacelli nació el 2 de marzo de 1876 en Roma de familia noble y principal, era el tercero de los cuatro hijos de Filippo Pacelli, príncipe de Acquapendente y de Sant’Angelo in Vado, y de su esposa la nobildonna Virginia Graziosi. Eugenio rompió la tradición jurídica familiar al ordenarse sacerdote en 1899. Luego llegaría a ser catedrático de Derecho canónico en el Instituto Pontificio del Apollinaire y de diplomacia eclesiástica en la Academia de Eclesiásticos Nobles en Roma. En 1901 ingresó en la secretaría de Estado del Papa y a partir de 1904 colaboró con el arzobispo (luego cardenal) Pietro Gasparri en una nueva codificación del derecho canónico, publicada en 1917. En 1920 fue nombrado primer nuncio papal en Alemania y en 1924 y 1929 negoció concordatos entre el Vaticano y los estados alemanes de Baviera y Prusia, respectivamente. En ese último año fue llamado a Roma y nombrado cardenal y secretario de Estado de la Santa Sede, cargo en el que ejecutó las políticas del papa Pío XI. Ganó reputación como diplomático hábil y capaz y estableció un precedente viajando fuera de su jurisdicción oficial a Francia, Argentina y Hungría. Ascendió al trono papal el 2 de marzo de 1939 como Pío XII.

Como podemos leer, Eugenio Pacelli no era muy adicto a tener visiones místicas, ni arrobamientos celestiales ni éxtasis con apariciones divinas; era pragmático y con un régimen de vida austero y sobrio.

Durante muchos años su testimonio pudo haber parecido surrealista y poco creíble. Un día, luego del fallecimiento del papa Pacelli, en los archivos de la familia se descubrió una nota suya autografiada que se halló en el reverso de una hoja mecanografiada preparada para una audiencia. En unas pocas líneas escritas a lápiz, el Papa narra sin tono sensacionalista el acontecimiento que presenció: la visión de un globo solar giratorio o simplemente danzante que se podía mirar sin dañar los ojos. El hecho había ocurrido unos días antes de la proclamación del dogma de la Asunción de María a los cielos y luego de ese evento.

El último dogma de la Iglesia después de los famosos del Concilio de Éfeso en 431 que sancionó a la Virgen María como madre de Dios, el Concilio de Constantinopla de 553 que afirmó su virginidad perpetua, luego el dogma de la Inmaculada Concepción de 1850 con Pío IX, llegamos al dogma de la Asunción proclamado en 1950 por Pío XII después de haber consultado al episcopado mundial, para asegurarse de que se pronunciaría o no con voto favorable o desfavorable sobre la asunción de la Virgen María al cielo en el momento de la muerte en cuerpo y alma.

Escribe Pacelli a lápiz que “era el 30 de octubre de 1950…” aquella tarde, alrededor de las cuatro nos refiere que ” en el habitual paseo por los jardines del Vaticano, leyendo y estudiando…” y sigue relatando que mientras subía desde la gruta de Nuestra Señora de Lourdes, “hacia la cima del cerro, por la avenida de la derecha que bordea el muro alrededor de la muralla “, levantó la vista de los documentos y en ese instante “me golpeó un fenómeno que nunca antes había visto. El Sol, todavía bastante alto, aparecía como un globo opaco y amarillento, rodeado todo alrededor por un círculo luminoso que, sin embargo, no le impedía fijar la mirada sin sentir el menor malestar. Una nube muy ligera estaba frente a él”. Pío XII continúa: “El globo opaco se movió ligeramente hacia afuera, girando y moviéndose de izquierda a derecha y viceversa. Pero dentro del mundo se podían ver movimientos muy fuertes muy claramente y sin interrupción”.

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