El caso Bettencourt: la guerra sucesoria que dividió a una madre y una hija por la fortuna de la mujer más rica del mundo

El caso Bettencourt: la guerra sucesoria que dividió a una madre y una hija por la fortuna de la mujer más rica del mundo

La socialité, empresaria y filántropa Liliane Bettencourt, junto a su marido, el político André Bettencourt, y su hija Françoise Bettencourt-Meyers en una ceremonia de bienvenida en la Academia Francesa el 23 de marzo de 1988 (Pierre Vauthey/Sygma/Sygma via Getty Images)

 

Una mujer pudiente como protagonista. La guerra familiar que tuvo en vilo a Francia, con esquirlas que alcanzaron al gobierno de Nicolas Sarkozy, como trama. Lujo (mucho lujo), dinero (mucho dinero), e intrigas millonarias (multimillonarias) como subtemas. Una miniserie de Netflix con fecha de estreno para el 8 de noviembre tiene un nombre elocuente “El caso Bettencourt: el escándalo de la mujer más rica del mundo”.

Por infobae.com





Liliane Henriette Charlotte Schueller Bettencourt tenía 15 años cuando su padre, el químico Eugene Schueller, comenzó a llevarla con él a la fábrica de L’Oréal, la compañía que había fundado una década antes de que ella naciera, en 1922. Como aprendiz, su tarea era etiquetar las botellas de shampoo y mezclar los cosméticos: su padre iba a legarle la tercera fortuna de Francia y una de las marcas más fuertes en belleza y cosmética, y quería que ella entendiera el negocio en toda su complejidad y desde abajo. Habían desarrollado un lazo muy profundo desde la muerte de la madre de Liliane, cuando ella tenía sólo cinco años y, aunque era conservador -y filonazi-, Schueller depositó en su hija mucha más confianza y ambiciones de las que eran convencionales en la época.

Para cuando el padre murió, en 1957, y Liliane se convirtió en la accionista mayoritaria de la firma, ya la conocía como a la palma de su mano y estaba en condiciones de hacer mucho más que gastar la herencia. Había sido formada para estar al frente de la empresa y había cumplido con todo lo que esperaba su padre de ella, incluso casarse con el político André Bettencourt -que sería ministro del gabinete de De Gaulle-, un miembro del grupo fascista creado por Schueller, que con el correr de la ocupación pasó a la resistencia contra Alemania y terminó siendo condecorado como caballero de la Legión de Honor por su valentía en defensa de la patria. Después de la guerra, Schueller le había dado refugio en el directorio L’Oréal donde se convirtió en el candidato perfecto para su única heredera.

Cuando se hizo cargo del imperio cosmético, Liliane tenía 35 años y una hija, Françoise Bettencourt -nacida en 1953-. Para Françoise, única hija y única heredera como ella, la sucesión sería mucho más complicada. A fines de 2007, tras la muerte de André Bettencourt, comenzaron a evidenciarse las primeras señales públicas de la disputa. Madame -a secas, como los empleados de la firma llamaban cariñosamente Liliane- llevaba años de romance platónico con el fotógrafo Jean-François Banier, un hombre un cuarto de siglo más joven que ella y abiertamente gay al que conoció en 1987 en una producción para una revista y que le abrió la puerta a un mundo del que nunca se había permitido disfrutar pese a su riqueza.

La dueña de la compañía estaba acostumbrada a los amores platónicos: se decía que Bettencourt también era homosexual y, en todo caso, estaba más interesado en su carrera política que en ella, y la financiaba con su dinero -como relata el periodista Tom Sancton en The Bettencourt Affair (2017)-; a diferencia de la relación que la había unido a su padre, nunca había sido cercana a su hija Françoise, que se enfrascaba en sus libros y sus clases de piano y le reprochaba su ausencia. Aburrida, seria y confinada a su jaula de oro, Liliane había visto en Banier una posibilidad de liberarse.

Por su influencia, cambió su estilo y comenzó a disfrutar de su fama y su posición de una manera más mundana. Habían pasado veinte años de eso y Liliane y Banier se habían convertido en una dupla habitual en las galas parisinas, cuando Françoise demandó al fotógrafo por los costosos regalos -entre transferencias millonarias, seguros de vida, cheques, y obras de arte de Picasso, Matisse y Léger- que le había hecho su madre, de 85 años, y pidió que se la declarase incapaz.

El escándalo terminó de estallar en 2010 cuando el entonces mayordomo de Madame, Pascal Bonnefoy, le entregó a Françoise 21 horas de conversaciones grabadas en la mansión de Neuilly de la multimillonaria -cuya fortuna ascendía entonces a unos US$44 mil millones-, que había registrado desde mayo de 2009. Era una prueba clave para su inhabilitación financiera: la que mostraba cómo se había dejado influenciar por Banier y otras personas de su entorno.

Pero Liliane también estaba acostumbrada a resistir, así que, ya con 88 años, dio la entrevista televisiva más vista y crucial de su vida para demostrar que estaba en sus cabales. Algo sorda, pero enérgica y decidida, le dijo a TF1 que jamás se había sentido manipulada y que ella hacía lo que quería con su plata. “Comprendo que una hija esté celosa de su madre. Yo también estaba celosa de mi padre y de las mujeres que había a su alrededor”, dijo. Aunque unos meses más tarde anunciaría que había roto su amistad con Banier, por entonces pretendió dejar en claro que estaba totalmente consciente de que le había dado una suma extravagante de dinero al fotógrafo y que lo había hecho en completo uso de sus facultades; después de todo, aún si le había transferido mil millones -como reclamaba su hija-, en proporción a su fortuna, eso era una suma minúscula.

Sin embargo, el contenido de las grabaciones del mayordomo, que por esos meses se filtró al diario digital Mediapart y el semanario Le Point, revelaba también la existencia de cuentas ilegales en Suiza, un posible delito de conflicto de intereses y la eventual financiación ilícita de la campaña presidencial de la Unión por un Movimiento Popular, el partido que llevó a Nicolas Sarkozy al Elíseo.

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