Guido Sosola: De la política y sus comensales

Guido Sosola: De la política y sus comensales

Guido Sosola @SosolaGuido

La última edición de El País Semanal, nos distrae con un breve y anónimo reportaje en torno a los restaurantes concurridos por la élite política en París, Brasilia, Washington DC, Londres y Barcelona, ventajosos por su discreción y también publicitación para las más variadas decisiones adoptadas sobre sus manteles (Madrid, n° 2461 del 26/11/23). Obviamente, en nada cuenta Venezuela que tuvo grandes comedores propicios para la negociación.

En efecto, parece que hay una inevitable relación entre la gastronomía y la política, pues, ésta tiene por fundamento el habla, diálogo, intercambio, acuerdo y desacuerdo que, por el constante ejercicio, puede convertir al dirigente en un eximio gourmet. Incluso, aún en dictadura, indispensable un mínimo acuerdo entre quienes ostentan el poder, luce recomendable prolongar y disfrutar en lo posible una conversación que no permite un café o la descompone prontamente una libación de licores.

En nuestro país hubo insignes lugares para el tenedor de los cuales queda una reducida muestra en el área metropolitana, garantizada una adecuada distancia entre las mesas por lógicas razones. Por ejemplo, quizá más bebedero que comedero, el hoy extinto Shorthorn Gril (antes Tic-Tac de Chacao), en la avenida Libertador, igualmente fue referente para algo más que una tertulia y, nada casual, exhibía fotografías de sendos líderes políticos que lo frecuentaron, aunque mis amigos preferían el Mon Petit Chat del Centro Comercial Altamira Sur, por cierto, antes de que llegaran para cantar los hermanos Planchart para evitar que las estrofas confundieran la acalorada discusión, como aquella de la caída de Salvador Allende y la necesidad de contactar al embajador Orlando Tovar para dar con el paradero de Pastor Heydra en Santiago, si mal no recuerdo.





Hubo sitios de pasos para acordar una conversación más larga, como el Rex, en el edificio Disconti, cercano al Capitolio Federal y a los tribunales concentrados en el centro histórico de la Caracas. Ahí pudo comprar y pagar Luis Herrera Campíns, con su sueldo de parlamentario, una oficina, a modo de ilustración, siendo natural saludarlo, aunque hubiesen diferencias, como a otros connotados parlamentarios, jueces, litigantes; acotemos, no olvidemos la todavía sobreviviente y ampliada Casa de los Espaguetis y sus manchados.

Hasta pagar una taza de café y agua, o en vaso de plástico y botella, cuesta una fortuna, porque hacer política también lo cuesta por muy austeros que seamos. Y, como fue costumbre en los años sesenta del siglo veinte, hoy ya no es posible invitar a comer en casa, ora porque la nevera está vacía, ora porque es un santuario estrictamente familiar.