La vida secreta de Frank Sinatra: la mafia, los políticos y los desenfrenos

La vida secreta de Frank Sinatra: la mafia, los políticos y los desenfrenos

El cantante y actor estadounidense Frank Sinatra sonríe mientras sostiene un cigarrillo y una taza de café en un estudio de grabación, en los años cincuenta (Hulton Archive/Getty Images)

 

 

 





Cuando era un chico de apenas tres años, le tomaron una foto. No era una foto común: lo enfundaron en un esmoquin a todas luces enorme, le zamparon en el cuello un moño blanco grande como un pino, le pusieron en la mano una galera de domador de circo y un clavelazo en el ojal, lustraron sus zapatitos negros con el brillo del sol y lo hicieron posar frente a uno de aquellos escenarios falsos de papel maché, pintados a la acuarela con imágenes de jardines colgantes, o campos de eterna primavera, o mares de fantasía, tan propios de los fotógrafos de inicios del siglo pasado. Y así fue cómo lo condenaron a ser Frank Sinatra para toda la vida.

Seamos justos: el chico cumplió. Con creces. En la foto, sus ojitos lanzan una mirada de ciega determinación y la boca luce un mohín pícaro, entre el paréntesis de los cachetes colorados, en el que muchos creen ver aún hoy el gesto que más tarde iba a repetir cuando cantaba The Lady is a Tramp. Ese fue el gran secreto de Sinatra: parecía inofensivo. El otro gran secreto estaba, más que a la vista, al oído: su voz prodigiosa, se afinación exacta, su dicción perfecta, la habilidad innata para caminar los escenarios.

La voz lo hizo un gran artista. Y el aire inocente y simpaticón le permitió guardar bajo siete llaves los secretos de su vida, ligada al poder político y a la mafia de su país, a los mercachifles y millonarios centroamericanos que volteaban gobiernos con la ayuda de la CIA, a los barones de la droga, el juego y la prostitución; su vida ligada a Marilyn Monroe, de la que fue amante, y a John Kennedy, a quienes presentó y ayudó, como una vieja celestina, en una relación tempestuosa y peligrosa; su vida signada por contratos comprados, o rotos, a punta de pistola, o plagados de los códigos que Francis Ford Coppola inmortalizó en su trilogía de leyenda, El Padrino. Si la mafia usaba aquella frase premonitoria que pedía: “Que parezca un accidente”, Sinatra usaba sin decirlo una actitud que lo vestía con el disfraz de la ingenuidad: que parezca inofensivo.

Un ejemplo. Cuando su ex mujer, Mía Farrow, descubrió que su entonces marido, Woody Allen, en realidad estaba en pareja con una de las hijas adoptada por ambos, lo primero que hizo fue llamar a Sinatra. El diálogo, palabras más o menos, fue el que sigue:

Sinatra: -¿Querés que haga que le rompan las piernas?

Farrow: -¡No, Frank! ¡Eso, no!

Sinatra: -Comprendo. ¿Para qué me llamás entonces?

Eso, que parezca inofensivo.

Más detalles en INFOBAE