Humberto García Larralde: La trampa-jaula en que Maduro metió al país

Humberto García Larralde: La trampa-jaula en que Maduro metió al país

Los años que Nicolás Maduro ha ocupado la jefatura del Estado venezolano –demasiados– los ha dedicado a la cimentación de una terrible trampa-jaula que aprisiona a la gran mayoría de venezolanos en condiciones previamente desconocidos de miseria, y a sufrir abusos y atropellos Inadmisibles. Tiene una dimensión económica y una política.

Su dimensión económica la hemos denunciado reiteradamente, pero no es ocioso insistir de nuevo en ella, dado el terrible daño infligido a la población. Se asienta en la destrucción de la economía, labrada asiduamente por Chávez al desmantelar las instituciones que servían de resguardo a la iniciativa privada y completada por su designado al abrir aún más las compuertas a la expoliación y al saqueo. Claramente, tuvieron éxito en esta labor: para 2020 la actividad económica se había reducida a la cuarta parte de cuando Maduro asumió la presidencia (2013); la industria petrolera está en ruinas; los servicios públicos devastados; y los venezolanos empobrecidos al extremo después de una de las hiperinflaciones más largas y severas conocidas en América Latina. Cabe recordar que, cuando se aplican las sanciones financieras en 2017, el daño ya estaba hecho: la economía era apenas la mitad de la de 2013, la producción de crudo había disminuido en un millón de barriles diarios desde aquel año y Venezuela se declaraba incapaz de pagar su deuda (default). Para cuando se instrumentaron las sanciones a PdVSA (2019), se producía sólo el 50% de lo extraído entonces.

Cuando por fin decide Maduro desactivar la bola de demolición, permitiendo transacciones en divisas y liberando precios, se detiene ahí. En vez de completar la liberalización de la economía, optó por montar sobre el terreno yermo la trampa-jaula aludida. Y fue así por su negativa a restaurar las garantías que le hubiesen permitido retornar a los mercados financieros internacionales y atraer ingentes recursos con los cuales restaurar la operatividad del Estado, atender la emergencia humanitaria y revertir la destrucción de la industria petrolera. Pero es que los intereses creados en torno a mecanismos impunes de expoliación, labrados desde el poder, hacían imposible la restitución de tales garantías.

Para aplacar la inflación, instrumentó un conjunto de medidas altamente recesivas: prácticamente eliminó el crédito al imponer a la banca encajes prohibitivos; redujo drásticamente el gasto público, deprimiendo los sueldos reales de sus empleados y privando de recursos a los servicios públicos; y malgastó las escasas divisas que entran al país para evitar que el dólar subiera por el diferencial de inflación de Venezuela con el mundo. La propia trampa-jaula para el productor doméstico, desprovisto de financiamiento bancario, con un mercado interno deprimido, enfrentado a los costos de servicios públicos colapsados, con un bolívar crecientemente sobrevaluado que le dificulta competir con las importaciones o exportar, y obligado a generar sus propias divisas para importar maquinaria e insumos, ya que las que entran por exportación de crudo son quemadas en el altar de la contención del precio del dólar. Y las reservas internacionales en niveles mínimos.

Todo lo anterior perpetúa el cuadro depresivo de la economía doméstica y, con ello, de la base impositiva interna. Y, a pesar de haber aumentado las exportaciones petroleras en 2023, sus precios se redujeron, por lo que sus proventos han podido ser todavía menores que los del año anterior. Si a ello juntamos el desagüe de las arcas públicas representado por las corruptelas que se nutren de la ausencia de controles, de la transparencia y de la rendición de cuentas, entenderemos que el Estado no tiene con qué cubrir sus gastos. Lo hace, entonces, con dinero inorgánico, el incremento de la emisión monetaria, sin respaldo, por parte del BCV. De manera que el ajuste de Maduro, además de empobrecer drásticamente a los asalariados, lejos de abatir la inflación la perpetúa al depender, al menos parcialmente, de esta emisión monetaria. El año pasado nos superó ligeramente Argentina, como la peor en este renglón. Pero el alza de precios en Venezuela, de 193%, sigue siendo de los más altos del mundo. Y, como el encarecimiento del dólar fue del 103%, se concluye que hubo una apreciación del bolívar de un 50%. Significa que los precios internos, en bolívares, se duplican al convertirlos en dólares. Dificulta sobremanera las exportaciones no petroleras. Limita las divisas con que cuenta el sector productivo para importar equipos, insumos y demás recursos. Recordemos que Venezuela está aislada de los mercados financieros internacionales. Sigue deprimida la economía, por tanto, como la base impositiva doméstica. Y Maduro acude, de nuevo, al financiamiento monetario. Un círculo vicioso.

La válvula de escape para romper este círculo vicioso está en el acceso a un generoso financiamiento internacional. En su ausencia, por la negativa de Maduro a restaurar las garantías, un mayor ingreso por exportación de crudo podría aliviar algo la situación. Permitiría, incluso, cierto maquillaje electoral para el candidato chavista.

Pero no. Al darle una patada al tablero de los acuerdos de Barbados, Maduro invita abiertamente a que le impongan de nuevo las sanciones. Está en su naturaleza. En vez de abrirle rendijas a la trampa-jaula para evitar que el hartazgo de los venezolanos la reviente violentamente, decide ponerle un candado político. Mantiene la inhabilitación fraudulenta a María Corina Machado y manda a meter presos a valiosos venezolanos, acusándolos de terroristas. Y la arremetida fascista continúa con el secuestro, por organismos de seguridad del Estado, de la reconocida defensora de derechos humanos, Rocío San MIguel. Es la dimensión política de la trampa-jaula, la negativa a aceptar la alternabilidad democrática.

En la superficie, los maduristas lucen muy campantes en su afán de atropellar las ansias de cambio de los venezolanos. Se amparan en las mentiras de siempre: que si conspiraciones, el imperio agresor, opositores terroristas. Pero en absoluto las tienen todas consigo. Y lo saben. Las señales de alarma han sido contundentes: la indoblegable protesta de educadores y de otros trabajadores por salarios dignos; el sorpresivo desborde de la población por salir a votar por María Corina Machado en la primaria del 22 de octubre, a pesar de todos los obstáculos; y el visible fracaso de la carta nacionalista, convocando con fanfarria patriotera y la conminación a empleados públicos a votar en el referendo sobre el Esequibo el 3 de diciembre. Los centros de votación quedaron desiertos. Y, así como el que estando sólo de noche silba para engañar el miedo, el fascismo chavo-madurista desata una andanada represiva –la “furia bolivariana”– para intentar hacer ver que continuará mandando, “por los buenas o por las malas”. Y, para mayor cinismo, monta un sainete de supuesta consulta al país sobre la fecha de las elecciones presidenciales, ¡dejando afuera, expresamente, a la fuerza mayoritaria de la oposición!

A todas estas, no deja de sorprender cómo, desde los sectores más sanos del propio chavismo—tiene que haber–, se sigue alimentando la trampa-jaula en vez de buscar salidas. ¿Cómo es posible que siga como candidato de preferencia el peor presidente que ha tenido Venezuela? La única manera en que aparezca Maduro ganando una elección es haciendo trampa. Y de ocurrir, el país –incluyendo a la minoría que todavía se asume chavista– seguirá como el tango de Gardel: “cuesta abajo en la rodada”.

Venezuela puede mostrar cifras de crecimiento, aún bajo este régimen. Más cuando parte de una base tan disminuida. Son demasiados los recursos ociosos a disposición de quien sepa aprovecharlos con inteligencia, si se le presentan oportunidades para ello. Y no necesariamente provengan de la corrupción. Pero serán mejoras epilépticas, de escaso efecto, constreñidas por la ausencia de garantías y de divisas, y por un Estado colapsado. En absoluto es la respuesta a las esperanzas de los venezolanos y, menos aún, la solución de los gravísimos problemas que aquejan al país. ¿Cuánto más puede perdurar en tan precaria situación? ¿A qué costo? ¿Cómo estallará la trampa-jaula (porque, tarde o temprano lo hará)? ¿No sería mejor anticiparse a ello y pactar una salida para que sea respetada la voluntad popular a cambio de garantías de que el chavismo no será perseguido al retornar el país al juego democrático? ¿Por qué continuar mostrando ante el país y el mundo sus peores caras?

Humberto García Larralde, economista, profesor (j), Universidad Central de Venezuela, humgarl@gmail.com

Exit mobile version