Justo Mendoza: Rómulo hoy, o del compromiso político y de civilidad democrática en “la hora escolar”

Justo Mendoza: Rómulo hoy, o del compromiso político y de civilidad democrática en “la hora escolar”

Justo Mendoza

Este 22 de febrero se cumplen 116 años del nacimiento de Rómulo Betancourt, ciudadano comprometido con la doctrina nacionalista y de civilidad democrática, y cuya tesonera y terca insistencia política terminó enlazando el ideal democrático visionado por él con el diseño de las instituciones del sistema plural y sufragista popular como piso potente y legitimador en la modernización político social de la nación venezolana. Objeto de múltiples visiones de biógrafos, exegetas y críticos, todas vinculadas a la construcción y deconstrucción de una visión política sobre Venezuela y América Latina –polémicas y contradictorias muchas de ellas-, válido es apoyarse en la descripción que de élRómulo Betancourt (1908-1981) es la expresión señera de nacionalismo y civilidad comprometida en la construcción de las instituciones democráticas.

Su repulsa a sátrapas y dictadores delirantes es una huella de conciencia colectiva y de dignidad pública. Un legado plenamente vigente, tanto en lo pedagógico -como programa de formación de liderazgo democrático de la juventud venezolana y de LatAm- como marco programático de activismo militante para la reconstrucción democrática, desde un liderazgo comprometido. hace Juan Liscano en su producción gráfico literaria de Betancourt, Multimagen de Rómulo (1978), a saber: “El político es fundamentalmente un hombre de acción y Betancourt conjugaba una vitalidad infatigable con una asombrosa capacidad de trabajo. Su obra la realizaba en un vivir político que lo llevó al exilio varias veces y también varias veces a la Presidencia de la República. Rómulo Betancourt llena con su pasión y su actuación los últimos cincuenta años de historia venezolana, lo cual no hicieron en su tiempo los caudillos más famosos del país; exceptuando quizás Antonio Leocadio Guzmán que no llegó nunca a acceder al solio presidencial.”

“Nosotros no eludimos responsabilidad alguna en cuanto a la acción política que ayer desarrollamos, que continuamos desarrollando hoy y que desarrollaremos mañana, ejercitando el derecho ciudadano que a todos los venezolanos garantiza la Constitución” (RB, diario Ahora, 20.3.1941)





A 116 años de su nacimiento, y honrando su siempre mirada prospectiva sobre Venezuela, es rigurosamente necesario confirmar en el tiempo su respeto a los compromisos que la convicción doctrinaria le dictó siempre desde las conclusiones de su fatigosa e insomne estudio de la historia –venezolana y latinoamericana principalmente-y de las cuales se deriva su activismo contra la dictadura gomecista y la prolongación de tal, expresada en la incansable brega intelectual y de diseño y organización de un instrumento político que encarnara convicciones policlasistas, democráticas, nacionalistas y antiimperialistas, como se desprende de la pesquisa histórica de la década que media entre 1931 y 1941. Sin “guabineos” como decía en cada ocasión para confirmar su compromiso con el pueblo venezolano, y apertrechado de valores y principios frontalmente cuestionadores de las prácticas heredadas del ejercicio político decimonónico, que hacían de las luchas políticas fogueos personalistas, caudillescos y de compadrazgos y amiguismo. Rechazó el positivismo político como fórmula de encontrar la ruta de la modernización político social, basado en un sentido que preconizaba “el gendarme necesario” y un orden conservador, como también rechazó el marxismo y la lucha de clases, que si bien abrevó en la filosofía que las sustentaba, esto mismo terminó alumbrándole el camino de la necesidad de una solidaridad popular, sin primacía de la clase trabajadora. En conocimiento de la tesis de abordaje cultural propuesto por Mariano Picón Salas, escaló Betancourt hacia la solución política del problema venezolano a partir de la creación de una organización política popular que –distanciada de los comunistas y sus recetas venidas de Moscú- aglutinara a la mayoría de la nación en un propósito de cambio revolucionario que dejara atrás, para siempre y definitivamente, el atraso y la molicie con que se interpretaba, por miedo y por intereses creados, el progreso político social y económico que ya se ponía en práctica en buena parte de Latinoamérica. El ambiente iconoclasta surgido y mantenido en la revulsiva político cultural del 28, impulsó a Rómulo hacia la necesidad de darle contenido doctrinal y programático a la lucha política. El primer esfuerzo serio en tal dirección fue en 1931 con el Plan de Barranquilla, luego ORVE con Picón Salas; el Partido Democrático Nacional (PDN) y finalmente Acción Democrática, con Gonzalo Barrios, Leoni, Prieto Figueroa y tantos otros: AD fue la culminación de un proyecto nacional revolucionario y democrático liderizado por Betancourt que, orgánicamente, en el concepto “gestaltista”, aglutinó en una comprensión solidaria, doctrinal y programática a la mayoría del pueblo venezolano para darle sentido de poder y gobierno al sueño que se inició en 1931, con la vena romántica de 1928. AD es su mejor logro y más alta satisfacción.

“Me siento dominado por una idea fija obsesionante: la de la necesidad imperiosa que todos los venezolanos…nos tendamos una mano solidaria. Nos unifiquemos alrededor de un régimen de gobierno que vigorice la producción nacional, que afronte el problema del malestar económico generalizado y que capacite a la nación –material y espiritualmente- para hacer frente a cualquier intento extranjero de menoscabar su soberanía”, expresó al periodista Luis Peraza, del diario Ahora (20.3.1941), apenas semanas de regresar de Chile, del exilio a que lo sometió el gobierno de sucesión gomecista del general Eleazar López Contreras. Claramente expresa Betancourt su propósito de crear una organización política que unifique “a todos los venezolanos” en un programa cierto y eficaz “que vigorice la producción nacional, y aborde con éxito “el problema del malestar económico generalizado” que no pudo lograr el Programa de Febrero lopecista -anunciado en 1936- y que “capacite a la nación, material y espiritualmente” para cualquier menoscabo de la soberanía, con lo que revelaba el objetivo educativo que obligatoriamente acompañaría su propuesta política, tanto en la preparación oficios y profesiones como en la educación para la democracia. En esa misma entrevista, luego de una crítica frontal en la cual descalificó al general Isaías Medina Angarita como candidato del régimen lopecista, y seguro ganador, dado el sui generis modelo electoral de tercer grado, señaló: “El más provechoso saldo que debe quedar de este ‘original’ debate eleccionario –original por cuanto nuestra contrahecha y deformada democracia no permite la organización legal de las grandes corrientes de opinión- es la lección que de ella derive el pueblo…”, citando a Andrés Eloy Blanco al afirmar: “esta es una hora escolar”, pues la clase –de la que habla el propio poeta en una de sus poesías- dará enseñanzas.

Eso es historia se dirá. Sí, es historia, que nos relata y recuerda las circunstancias menguadas de nuestro discurrir de república, sus avatares y las respuestas que en cada momento han surgido para superar las difíciles y ominosas etapas de ese discurrir. También es historia la iniciativa de Rómulo a mediados de 1945, de negociar con el Presidente Medina la transición a la democracia plena apoyando, sin ambages, la candidatura de Diógenes Escalante, fallida por la malhadada circunstancia de la salud del candidato. Y califica de historia la objetiva decisión de Betancourt, en 1952, de ordenar a la militancia accióndemocratista de votar por Jóvito Villalba en la tarjeta de URD para derrotar a Marcos Pérez Jiménez y desnudar la dictadura. Y el escarmiento que posibilitó el Pacto de Punto Fijo también es histórico. Y desde esa historia debemos subrayar y rescatar las reacciones, iniciativas y acciones que Rómulo Betancourt –en su excepcionalidad de ejercicio de la política- se materializaron en logros para constituir un sistema de cambio, diametralmente opuesto al régimen imperante, para meter a Venezuela en el siglo XX, agregando un logro subjetivo y espiritual como es la vocación democrática y convicción sufragista como medio de superar las crisis de un sistema republicano recurrentemente en desalineación-realineación, que arrastra el “hándicap” del fracaso como sociedad democrática, soberana y estable. En 1948, las discusiones en la ONU sobre qué es la democracia -acicateados los gobiernos occidentales por el avance del estalinismo -, Samuel Huntington, concluyó que la democracia es el sistema de las instituciones. Antes, desde Barranquilla, Betancourt y la generación política de la década brillante y reflexiva, de 1931 al 41, discutían y muchos concluían –excepto los comunistas que agotaban el proceso en la rebelión proletaria- que la exigencia de cambio se centraba en diseñar un país con una sociedad de ciudadanos libres, de alianza de sectores y organizaciones civiles, en un sistema constitucional que garantizara, con las instituciones, los derechos de todos. Plural, de justicia y derecho, con sufragio directo y alternabilidad. Su compromiso se operacionalizaba en la responsabilidad política y el respeto a la voluntad popular, su derecho a ser consultada, la obligación de ser protegida contra el poderío gubernamental, en un sistema que diera estabilidad a una sociedad trashumante signada por el personalismo, en el “por las buenas o por las malas” del militarismo caudillesco y abrazada por el fuego infernal de la corrupción. Intuyó también –como años después lo hizo Truman respecto de Europa de postguerra -y lo implementó el General Marshall- que la pobreza es el caldo de cultivo del comunismo.

El legado de Betancourt es un fuerte compromiso político con la civilidad democrática, que hoy, dada las circunstancias menguadas que vive la república, significa un testimonio doctrinal, de política gubernamental y de guía ética democrática para la reconstrucción del país con una caja de herramientas ya probada en su efectividad y viabilidad, considerando los tiempos históricos. El legado de Rómulo no está sostenido en una propaganda “goebbelsiana” ni estalinista de fetichización de caudillos y glorificación de cultos con virtudes inexistentes y obras y realizaciones que al someterse al polígrafo son ollas putrefactas de vanidosos, ignorantes, depredadores del erario público con pretensiones de eternización, sostenidos por el fraude, el cohecho y el patrimonialismo. Esta es la hora escolar para nuestra Venezuela de la cual surgirá el aprendizaje para el cambio paradigmático del hacer político así como un cambio radical de lo que actualmente discurre.