Orlando Viera-Blanco: El silencio de los intelectuales

Orlando Viera-Blanco: El silencio de los intelectuales

Orlando Viera-Blanco @ovierablanco

Las lecturas del historiador Françoise Dosse refrescan el pensamiento francés de la segunda mitad del siglo XX. Dosse asume el desafío de historizar-panorámica y sistemáticamente-la aventura histórica y creativa de los intelectuales franceses en el periodo entre la liberación del yugo nazi y el bicentenario de la Revolución francesa, caída del Muro de Berlín [1789-1989].

De la lectura introductoria de su obra “la Saga de los intelectuales franceses [1944-1989]”, denotamos su preocupación por una intelectualidad que ha asumido la historia desde un adelgazamiento metodológico que reduce el análisis crítico y la construcción del futuro a un acentuamiento selectivo de hechos del pasado. Nunca el ideal comunista fue tan exitoso en derrotar el liberalismo económico, pero ineficaz en lo económico. Por el contrario, nunca el liberalismo ha sido eficaz para rescatar la relación del individuo con el estado, siendo que en lo económico aún queda mucho en el tintero elaborar [Bertrand Russell]. Es la deuda de los intelectuales de occidente con la humanidad.

El estructuralismo une el pensamiento literario-lingüístico de Nietzsche y Barthes, la antropología de Levi-Strauss o el psicoanálisis de Freud, con el fin de “corroborar” el conocimiento mediante la estrategia de la sospecha y el desvelamiento de la mala fe, incapaz de producir dogmas. Todo es discutible. Un palmario avance evolutivo en la metodología del autoconocimiento.





Dosse “denuncia” que es tarea de los intelectuales del siglo XXI, “asumir sus responsabilidades” [Dixit Hans Jonás]. Y nos preguntamos ¿Qué ha sucedido con los intelectuales en Venezuela? ¿Acaso se han quedado aferrados a un silencio ruidoso, al dogma portátil del socialismo redentor? ¿Es la retina de un espíritu crítico por la fe pobrecitista, la literatura de la victimización del buen salvaje o la poesía al servicio de la muerte o de las sombras?

Al decir de Maurice Blanchot, “no me encuentro entre quienes depositan con el corazón satisfecho, la losa funeraria sobre los intelectuales”. A fin de cuentas, no deseo huir de mis responsabilidades. Pero si es tiempo de no pasar por alto otras obras, otras tendencias, otros desafíos liberales.

La primavera francesa de mayo 1968

Se conoce como Mayo francés o Mayo de 1968, la cadena de protestas estudiantiles-principalmente universitarias y luego sindicales-sucedidas en París durante los meses de mayo y junio de 1968. Esta serie de protestas espontáneas fue iniciada por grupos estudiantiles contrarios a la sociedad de consumo, el capitalismo, el imperialismo, el autoritarismo y aquellos que en general, desautorizaban las organizaciones políticas y sociales de la época, como los partidos políticos, el gobierno, los sindicatos o la propia universidad. Y explotó la intelectualidad francesa por medio siglo, al corriente del ser social existencial, seducido por la fuerza marxista revolucionaria o la esencia del yo-colectivo.

Este movimiento-barnizado de una izquierda irredenta-hizo su trabajo. Un pensamiento hipercrítico que no encontró del otro lado de la historia, una respuesta oportuna, ilustrada y elaborada de un liberalismo en talegas que aún no llega a la adultez. No es de extrañar que se hable del “silencio de los intelectuales” para encarar aquellos que se apropiaron “de darle sentido al poder y la vida” bajo las tesis de l’abolition de la société de clase [fin de la lucha de clases].

Al movimiento estudiantil pronto se unieron grupos de obreros industriales, los sindicatos y el Partido Comunista Francés. Una huelga general de la historia de Francia y Europa occidental, secundada por más de nueve millones de trabajadores. El grueso de las protestas culminó cuando De Gaulle anticipó elecciones que tuvieron lugar el 23 y 30 de junio de 1968, las cuales ganó con Unión Demócratas por la República con un 38% vs. El Partido Comunista que bajó a un 20%. Sin embargo, De Gaulle desaparece de la vida política al perder el referéndum por la regionalización en 1969. Avanza el Estado de l’Humanité y Combat.

Es la crónica de movimientos y grandes retos de intelectuales de vocación hegemónica y contestataria. Un movimiento de estudiantes que pasó de 23.000 en 1945 a 800.000 pupilos en 1975, cuadruplicando la planta de profesores entre 1960 y 1973. Surge una demanda editorial intensa, representada en decenas de revistas, miles de libros, foros y periódicos. Ello marcó el “funeral intelectual” de aquellos intelectuales llamados a reivindicar un pasado de tradiciones y libertades modernas.

Entre movimientos estructuralistas y existencialistas, los intelectuales al decir de Albert Camus [en su discurso de Oslo al recibir el premio nobel] se sentían con la responsabilidad de rehacer el mundo. No lo lograron. Pero la misión ahora, debe ser menos pletórica y utópica para impedir que se deshaga.

De prosa en prosa. Nuestros intelectuales en Venezuela…

Aterrizando en la historia contemporánea de Venezuela, en un país que pasaba de casas muertes a balancines de oro negro, sus intelectuales se mecían entre Marx, Gramsci y de vez en cuando Dostoyevski, el jesuita Sommet, el irreverente Camus o el surrealista Aragón. A partir del alumbramiento de nuestra democracia pactada, muchos de nuestros intelectuales de la generación del 28, 38 y el 58, intentaron defender un futuro culturalmente urbano, educado y romántico.

Nuestra historia se edificada entre sables, alzados, petróleo y el mito del dorado, el ser pobre-rico-excluido. Uslar se cansó de sugerir la siembra del petróleo, pero no lo hacía desde la tribuna literaria sino desde la narrativa política tildada de un criticismo inoportuno. Durante todo el siglo XX y lo que va del XIX, Venezuela no ha perdido su fascinación por el hombre a caballo. Una generación de los nuevos mandarines, donde muchos de nuestros intelectuales querían ser jinetes.

La década del ’60 vivió una serie de cambios a nivel mundial que llevaron al cuestionamiento de occidente. Triunfa la Revolución cubana y el auge de movimientos izquierdistas en Latinoamérica. Un amplio movimiento anti-imperialista. Los intelectuales de esta era construían la tumba de una historia clásica y noble como la ateniense o la revolución francesa para fundar un nuevo paradigma a partir del presentismo. Es lo que hace que el presente se presente así mismo sin otra oferta social que borrar el pasado y convertir el poder, en un presente anquilosado de tiranía de las masas. Y como dice Fukuyama, desde 1989 “se pone fin a la historia”.

Sepultando la IV República sin que nazca la V

Muchos de nuestros intelectuales al servicio de un ideal democrático, también apelaban a un criticismo cortesano, intrigante, que maquinaban en secreto.

La célebre tesis materialista de Marx “que el ser social determina la conciencia, tanto la social como la individual”, aparecía como un marcaje indeleble. Es el hechizo por el materialismo histórico donde los hombres hacen la historia, pero la historia también los hace a los hombres. Lo falaz de esta sentencia-era y lo es-que el pensamiento dialéctico niega y destruye la historia, porque la deforma arruinando la consciencia y la moral del individuo inteligente y capaz.

La poesía como ejemplo de expresión crítica-lírica y sonora-quedaba influenciada al encanto del ser social. ¿Qué sucede cuando lo lírico se convierte en un sublime mensaje de dolor y muerte? Se pierde el arte del ser-yo-ideal, que es ser-luz de uno mismo. Los movimientos intelectuales en Latinoamérica-invadidos de venas abiertas de existencialismo proletario y lucha de clases han inoculado plomo y oscuridad a la consciencia individual. El ser social que se inmola por una revolución con fachada salvadora.

Poetas como Vicente Gerbasi y su Grupo Viernes, acompañados de ilustres trovadores como Pascual Venegas, Luis Fernando Álvarez, José Ramón Heredia, Óscar Rojas Jiménez, Ángel Miguel Queremel, Otto de Sola y el crítico Fernando Cabrices, se sitúan en la «generación de 1938». Su ingenio fue su lucha contra la barbarie y la vergüenza de ser un hombre sin valor, sin espíritu. La soledad y el olor añejo de la tierra oprimida, se siente y resiente en el peso de un amor imposible, cuando no somos viento y luz. ¿Pero podía esa prosa ser liberal?

Lo mismo ocurre con la generación poética de 1958. Alfredo Silva Estrada, había publicado De la casa arraigada en 1953 […] “Un mundo en ruinas como un insecto que cohabita con su sombra y una casa arraigada”. La belleza de esta prosa está en el coraje del ser que derrota todos sus miedos, pero no se libra de la vulnerabilidad del sufrimiento. Si acaso lo comprende…

Rafael José Muñoz, colaborador de la revista Nacional de Cultura, en su regio libro Los pasos de la muerte, nos obsequia una desconcertante exploración de la muerte como presencia cotidiana. Y entre humor y parodias escribe: “Por aquí viene la muerte caminando con su pesada carga de cabellos…”. Un año antes habían matado a su mejor amigo: Leonardo Ruiz Pineda [1952]. Su prosa-inundada de justificado dolor-no podía ser más que un canto a la América encadenada por ruedas de frío hierro, grilletes que amarraron sus muñecas docena de veces, en las mazmorras de Pérez Jiménez.

Cómo “no mandar al carajo” y zarandear el cuello con la corbata a su camarada Rómulo Betancourt, cuando le quisieron “disciplinar” su candidatura. ¿Podían nuestros poetas, nuestros hombres avergonzados por tanta tiranía de la memoria, parir ideas o disciplinas de fe liberal?

¿Quién nos habría podido conducir a una prosa alejada de tirria, una sociedad jubilada de un hipercriticismo a lo liberal? Por eso Neruda describió a Rómulo Betancourt como un queso «cuadrado por fuera y opaco por dentro». Ludovico Silva resume esta cita así: “[…] Con Betancourt apareció la violencia social y política; con él se devaluó el bolívar; con él, la clase media venezolana experimentó un impresionante ascenso histórico; con él también creció abrumadoramente la clase social de los marginados, los expulsados del aparato productivo, los sarnosos, los llenos de mierda hasta la nariz; con él, apareció la poesía. Porque eso significó la poesía para la generación de 1958: mierd…”.

Pues bien, en ese pozo pestífero, arrastrados por una memoria resentida y la ausencia de una moderna oferta liberal que redefina el trato del individuo con el estado, desandamos caminos. Es el silencio de los intelectuales, del ser-ciudadano, por un mundo nuevo y esplendoroso.

Esa es la saga de los intelectuales de occidente que tratan de emanciparse de un pasado existencialista embriagado de Estado-social. Es nuestra saga. Construir una Venezuela feliz y próspera, nuevos métodos que definan la relación del individuo con un estado, libre de odios y mandarines. ¡Hagamos ruido!

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