The Economist: Rusos acuden a las urnas en una farsa de elecciones para elegir a su presidente

The Economist: Rusos acuden a las urnas en una farsa de elecciones para elegir a su presidente

Un hombre pasa junto a un panel informativo con retratos de candidatos presidenciales rusos en las próximas elecciones en Eupatoria, Crimea. REUTERS/Alexey Pavlishak

 

 

 





A finales de esta semana, millones de rusos participarán en la reelección del presidente Vladimir Putin, el dictador que lleva más tiempo en el poder en el país desde Stalin.

En una tierra donde los políticos de la oposición están muertos, en prisión o en el exilio, donde decir la verdad al poder es un delito penal y donde un autócrata paranoico está feliz de matar a cientos de miles de personas de su propio pueblo y de sus vecinos para afirmar y mantener su poder, una elección parece totalmente innecesaria; una extraña farsa o un pintoresco anacronismo.

El ejercicio de votación de tres días que comenzará el 15 de marzo no es una elección en la forma en que la mayoría de la gente en el mundo occidental la entiende. Si Rusia hubiera sido una democracia, Putin habría dejado el poder en 2008, cuando expiró su segundo y constitucionalmente último mandato. Pero donde la guerra es paz, la ignorancia es fuerza y la libertad es esclavitud, la esencia de esta elección es la ausencia de elección.

Sin una alternativa viable ni un escrutinio adecuado (la única organización independiente de seguimiento electoral de Rusia, Golos, ha sido designada “agente extranjero” y su cofundador está en prisión), es seguro que Putin obtendrá el resultado que desea. Pero lejos de que la inevitabilidad del resultado haga redundante el ritual de votar por Putin, es de crucial importancia para su régimen.

Los líderes soviéticos que también celebraron “elecciones” falsas, a veces con un solo candidato en la boleta, aún podían confiar en el legado de la revolución bolchevique y la victoria en la Segunda Guerra Mundial. La tiranía de Putin es más personal y menos ideológica. Su legitimidad deriva del uso de la violencia y de la apariencia cuidadosamente mantenida de apoyo popular. Se invocan los espectros de los enemigos externos –Occidente y Ucrania– e internos (agentes extranjeros) para apuntalarlo.

En esencia, dice Greg Yudin, filósofo político ruso e investigador de la Universidad de Princeton, la elección presidencial de Putin es una forma de aclamación: una expresión pública ritual de aprobación hacia los funcionarios imperiales que se remonta a la época de la antigua Roma. (Cabe recordar que Moscú alguna vez se vio a sí misma como la “tercera Roma”.) Su papel, por supuesto, no es cambiar quién está en el poder, sino dar una inyección de legitimidad a un dictador envejecido. “Las decisiones ya las toma el líder; el papel de la gente es decir “sí”, aclamar”, dice Yudin.

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