Gehard Cartay Ramírez: La enfermedad del poder

Gehard Cartay Ramírez: La enfermedad del poder

Luego de haber arruinado al país, saqueado sus riquezas y con más del 80 por ciento de los venezolanos en contra, la cúpula podrida del régimen, enferma de poder, pretende prolongar su estadía en el poder.

La lógica indica que debería ser lo contrario, es decir, que deberían haberse ido hace tiempo o estar haciéndolo ahora. Ya deberían haber imitado al dictador Marcos Pérez Jiménez la madrugada del 23 de enero de 1958, cuando entendió que el país no lo soportaba más y que los venezolanos anhelaban un cambio hacia la democracia y las libertades ciudadanas.

Pero esta gente insiste en aferrarse al poder, aunque saben que la inmensa mayoría los detesta y quiere sacudírselos de una vez por todas. Sin embargo, en lugar de facilitar una salida a la descomunal crisis que en todos los sentidos han originado en este cuarto de siglo, hacen todo lo contrario, violando la Constitución y las leyes, pretendiendo burlar también el multitudinario deseo de cambio que este país expresa en todo momento y en cualquier lugar. No lo van a lograr, por cierto. Está escrito que más temprano que tarde tendrán que abandonar el poder.





Mientras tanto, cual garrapatas pegadas de la ubre gubernamental, esta cáfila de ineptos y corruptos quieren continuar esquilmando a los venezolanos, como si no estuvieran suficientemente ahítos de riquezas malhabidas. Ya se sabe, sin embargo, que “Dios ciega a quienes quiere perder”: están tan enfermos con el poder y envilecidos con sus inmensas fortunas, que pretenden alargar –como sea– su ya larga estadía en él, a pesar de que cada día crece la indignación popular en su contra.

Sin embargo, enfermos de codicia también, quieren terminar de raspar la olla. Lo harán mientras puedan, porque ellos saben que su tiempo se acaba. Entre tanto, pretenden continuar mancillando a los venezolanos, sometiéndolos a las peores condiciones de vida que han sufrido en mucho tiempo.

Mientras les llega el momento de ser echados del poder, la cúpula podrida chavomadurista ya ha sacado del país –con suficiente antelación– a sus familias, con preferencia hacia el “odiado” imperio yanqui o a Europa. Milmillonarios, residen en costosas mansiones o apartamentos, mientras sus hijos estudian en universidades caras y su tren de vida es opulento y desvergonzado, como si fueran descendientes de una monarquía ladrona y rica en el exilio. Entre tanto, los chavistas pobres de vaina reciben la miserable bolsa de los Clap.

No deja de ser una monumental hipocresía y un cinismo descarado que la cúpula podrida chavomadurista no haya enviado sus familiares a Cuba o Corea del Norte, siendo como dicen ser socialistas y anticapitalistas. Si acaso, y parece que no son muchos, tal vez algunos estén en China o Rusia, hoy neocapitalistas. Pero, la verdad, los revolucionarios del régimen prefieren Estados Unidos y su detestado “capitalismo neoliberal y explotador”.

Todo esto demuestra que, al final, en Venezuela el llamado socialismo del siglo XXI es otra gigantesca estafa histórica, como lo ha sido en Cuba o lo fue en la desaparecida Unión Soviética o en la anterior China maoísta, reconvertida hoy al capitalismo salvaje, aunque con una dictadura comunista hasta nuevo aviso.

Pero, como bien se sabe, en cada una de esas dictaduras la cúpula siempre vivió de manera opulenta, enriquecida por el saqueo criminal de los recursos de cada país, mientras a los pobres les echaban las migajas de su festín baltasariano. Dicho en otras palabras: ellos milmillonarios, mientras el pueblo llano sufría hambre y pobreza, tal cual sucede en la Venezuela actual.

Nunca los venezolanos le perdonarán al chavomadurismo haber arruinado uno de los países más ricos del mundo. Nunca le perdonarán que los empobrecieran como lo han hecho desde 1999. Nunca le perdonarán que hayan destruido miles de industrias y empresas agropecuarias, liquidando así el aparato productivo nacional. Nunca le perdonarán que los hayan sometido al hambre, la escasez de comida y medicinas, la inseguridad, el desempleo y el empeoramiento de su calidad de vida, mientras la cúpula en el poder se ha enriquecido groseramente.

A esa cúpula, por supuesto, le importa un comino la desgracia que ahora sufren los venezolanos como consecuencia de 25 años de destrucción del país desde el poder. A ellos sólo les importan ellos mismos.

Todo esto demuestra que la enfermedad del poder los contaminó hace tiempo, y como a muchos otros -según lo ha demostrado la historia- también los terminará llevando a la extinción.