Un “ladrillo”, un saludo arrogante y un cómic como inspiración: la singular historia del primer llamado por teléfono celular

Un “ladrillo”, un saludo arrogante y un cómic como inspiración: la singular historia del primer llamado por teléfono celular

El creador del primer celular fue Martin Cooper y lo hizo el 3 de abril de 1973, cuando no dudó en mostrar la eficiencia del nuevo equipo tecnológico denominado Motorola Dynatac 8000x y llamó a su rival en el rubro, Joel Engel (Dusko Despotovic/Corbis via Getty Images)

 

El domingo 4 de octubre de 1931 se publicó la primera historieta de Dick Tracy en el Chicago Tribune. Era un inspector de policía recio, temerario. Representaba el binomio moral de los buenos contra los malos: era un hijo de su presente histórico. Tiempos de ley seca en los Estados Unidos, de legalidades difusas, de márgenes éticos corridos. Chester Gould, su creador y dibujante, dijo: “La batalla en pro de la ley y el orden parecía estar por encima de la plegaria. La policía y el resto de la comunidad encargada de velar por el cumplimiento de la ley sencillamente no hacían su trabajo. Había que hacer algo, alguien tenía que hacerlo. Al país no le hacía falta un detective que se pasara el rato en un sillón y teorizando, necesitaba alguien tan duro como los propios gángsters”. Simulaba la personificación de un valor en deterioro -según su propio padre artístico-: el respeto irrestricto de la ley. Para hacerla cumplir, emplea su ingenio, su sagacidad, la ciencia forense y tecnología avanzada. Hablaba por teléfono mediante su reloj de muñeca.

Por infobae.com





Martín Cooper tenía tres años cuando Dick Tracy apareció pintado en el diario. El detective dibujado penetró en las infancias y en los hogares estadounidenses. Había nacido, el 26 de diciembre de 1928, en Chicago, su misma ciudad. Era hijo de padres judíos ucranianos. No quería ser policía como el protagonista del cómic, pero nunca se olvidaría de él. De niño desarmaba cosas para arreglarlas: deseaba entender el funcionamiento de las cosas. “Desde mis primeros recuerdos, siempre supe que iba a ser ingeniero”, dijo. Lo fue. Se graduó en el Instituto de Tecnología de Illinois pero también fue hijo de su presente histórico: sirvió como oficial de submarinos en la Guerra de Corea.

Volvió, trabajó en Teletype Corporation y en 1954 fue contratado por Motorola. Las telecomunicaciones eran su fascinación. El mercado de los servicios telefónicos estaba dominado por Bell System, un gigante que ejercía el monopolio del sector desde su creación en 1877 a través de su casa matriz American Telephone & Telegraph (AT&T). La única manera de combatirlos era no pensar como ellos. Hacia la década del sesenta, la compañía había emprendido la carrera por la telefonía celular. Su visión de futuro estaba en la industria automotriz: querían meter teléfonos en los autos. La voluminosidad de los vehículos servía para esconder la enorme batería de los celulares. Pero la intención era también estratégica: involucrarse en el desarrollo de automóviles significaba ramificar el negocio. En el servicio de las comunicaciones apenas competían con firmas pequeñas, meros escollos.

Había algo que Cooper quería erradicar. Los cables. Decía que los humanos llevaban un siglo atados a sus casas y a sus oficinas a través de hilos de cobre. No creía que sujetarlos ahora a los autos fuese una idea revolucionaria. Comprendió que la única forma de detenerlos era crear algo nuevo para abrir el mercado. Pensó en la movilidad real, en la libertad de desplazamiento, en la portabilidad. Recordó que cuando egresó de la universidad soñaba con trabajar en Bell System. Absorbió la musa que le inspiró el capitán James T. Kirk y ese comunicador móvil que utilizaba en Star Trek, la serie de culto de la década del sesenta. Recicló en su memoria las aventuras dibujadas de Dick Tracy y ese reloj telefónico.

La firma abocó sus recursos a crear un dispositivo que prescindiera de una casa, una oficina o un auto. Martín Cooper lideró un grupo de expertos en transistores, antenas, semiconductores. Se subieron a la carrera a principios de 1973. Tardaron noventa días en tener el producto terminado. Habían diseñado un prototipo plegable, uno deslizante, otro al que apodaron “plátano” y otro al que llamaron “el zapato”. La inspiración del modelo final provino de un sistema de radio bidireccional hecho a medida para el Departamento de Policía de Chicago. “Cuanto más complicado era el diseño, más cosas podían romperse. Hicimos una votación y todos en el equipo decidieron optar por la versión más simple. ¿Qué podría salir mal con el ladrillo?”, acepta el creador.

El diseño fue de Rudy Krolopp. El constructor fue Ken Larson. El armador fue Don Linder. Tenía doce botones distribuidos en dos hileras -los diez números más dos restantes para “levantar” el tubo y para colgarlo-, dos luces y un interruptor de encendido. Lo bautizaron DynaTAC 8000X, el acrónimo en inglés que significa “cobertura de área total adaptativa dinámica”. Tenía treinta centímetros de alto, pesaba más de un kilo y disponía de una batería para veinticinco minutos de autonomía. “Esto no era un problema. El teléfono era tan pesado que no podías sostenerlo por más de veinticinco minutos”, confesó.

Cooper, jefe de la división de comunicaciones de la compañía, era un excéntrico y tenía en manos un invento que sacudiría el mercado. Era el martes 3 de abril de 1973. Debía montar un show para presentarlo. No quería hacerlo en una oficina, en una conferencia de prensa protocolar y anodina. Acordó una entrevista en un estudio de televisión neoyorquino con el programa CBS Morning News. Pero a último momento, desde el noticiero cancelaron la nota. La innovación ameritaba un circo mediático. Se contactaron con la Radio City Music Hall. La noticia recorrió las redacciones. Convocaron a los cronistas al corazón de Manhattan, sobre la sexta avenida, a una suite del segundo piso del Hotel Hilton. Cooper les pidió que lo siguieran: había que hacer la demostración en plena calle, donde sería la conquista de la telefonía.

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