El increíble caso del hombre que dio su ADN para resolver el crimen de una enfermera cometido por su padre 37 años atrás

El increíble caso del hombre que dio su ADN para resolver el crimen de una enfermera cometido por su padre 37 años atrás

Teresa Lee Scalf, brutalmente asesinada en 1986 (Crédito: Oficina del Sheriff del condado de Polk)

 

El señor Douglas -su nombre de pila siempre se mantuvo en reserva- quedó atónito cuando el detective se presentó en su casa de Lakeland, Florida, para hacerle un extraño pedido.

Por infobae.com





-Queremos una muestra de su sangre para una investigación – le dijo.

-¿Investigación sobre qué? – preguntó Douglas.

-Una investigación de asesinato – respondió el policía.

-¿Se me acusa de algo?

-No, no señor Douglas, se trata de su padre.

-Mi padre murió hace quince años… Estaba enfermo.

-Sí, ya lo sabemos, por eso venimos a pedirle ayuda a usted – explicó el detective.

Cuando el policía terminó de relatarle la historia, el señor Douglas -empleado, casado, tres hijos- aceptó ir hasta el laboratorio forense para dar su muestra de sangre. Había dicho que sí para ayudar a las autoridades, pero también porque, si no lo hacía, viviría el resto de su vida torturado por las dudas. Porque si lo que el policía le acababa de contar era cierto, su padre, Douglas, del que guardaba buenos recuerdos, había sido en realidad un brutal asesino.

La historia se remontaba a 37 años atrás y era un cold case que parecía destinado a no ser resuelto nunca.

El crimen de la enfermera Scalf

Teresa Lee Scalf tenía 29 años, un hijo de 8 y trabajaba como enfermera en el Centro Médico de Salud Regional de Lakeland cuando fue asesinada en su departamento el 27 de octubre de 1986. El cadáver lo encontró su madre, Betty, que fue hasta allí extrañada porque Teresa había faltado al trabajo, no había ido a buscar a su hijo a la escuela y tampoco contestaba los llamados.

Era ya de noche cuando Betty llamó a la puerta del departamento de Teresa y nadie respondió. Angustiada, sacó una tarjeta de crédito de su billetera y pudo abrir. Encontró a su hija en el suelo, en medio de un charco de sangre que había manado de sus heridas. La habían apuñalado con saña y estaba casi decapitada por un profundo corte en el cuello.

Conmocionada, Betty sin embargo atinó a buscar el número de la comisaría más cercana, que estaba pegado en la puerta de la heladera, y pidió ayuda. “Mataron a mi hija – dijo -, esto es espantoso”.

“Mi madre llegó al teléfono, porque en ese entonces no teníamos celulares, encontró el número que mi hermana tenía colgado allí para su hijo de 8 años y pudo llamar a la policía. Mi madre hizo eso. No sé cuántas personas tendrían tanta fuerza para hacer lo que ella hizo”, contó años después Shade, hermana de Teresa.

La policía llegó en pocos minutos. En el interior del departamento había un desorden que indicaba que Teresa se defendió sin éxito de su agresor. Luego, la autopsia confirmó que había sido violada y que tenía “heridas defensivas significativas” en las manos. La causa de la muerte fue la profunda herida con arma banca en el cuello.

“El o los agresores la apuñalaron brutalmente y casi la decapitaron”, fue la descripción que al día siguiente dieron los medios locales, citando a una fuente policial anónima.

Fuera de eso, no hubo más precisiones. Los detectives interrogaron a todos los vecinos, pero nadie había visto ni escuchado nada. Eso mismo dijo Donald Douglas, un hombre de 33 años que vivía en el mismo edificio. Como al resto de los vecinos, la policía no lo consideró sospechoso. Ninguno de los habitantes del edificio del crimen tenía antecedentes penales y todos parecían buenos ciudadanos.

Semanas después, si bien el caso seguía abierto, los investigadores estaban en un callejón sin salida.

La pista de la sangre

Luego se supo que en el departamento, además de la sangre de Teresa, la policía científica había encontrado sangre de otra persona, posiblemente la del asesino. La pista no sirvió de mucho, porque la investigación criminológica basada en las huellas de ADN estaba por entonces en pañales.

Las pruebas de ADN tenían apenas dos años de existencia. Esas huellas genéticas habían sido descubiertas por el profesor Alec Jeffreys en el laboratorio de la Universidad de Leicester, en Inglaterra, cuando realizaba un análisis en el cuarto oscuro y extrajo de un tanque de revelado una radiografía. Al analizar el material, el científico encontró patrones genéticos que diferenciaban totalmente a las tres personas que habían estado en contacto con la radiografía.

Lo policía y la justicia vieron de inmediato que el descubrimiento de Jeffreys se podía convertir en una herramienta valiosa -y de gran exactitud- para identificar a sospechosos y resolver un crimen, así como en el método estándar para resolver disputas de paternidad e inmigración.

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