Agustin Urreiztieta: Irán en la encrucijada

Agustin Urreiztieta: Irán en la encrucijada

La confirmación de la muerte del presidente iraní Ebrahim Raisi en el accidente de su helicóptero ocurre en un contexto ya tenso, cinco semanas después de la confrontación con Israel. Las consecuencias son considerables, tanto en los conflictos de la región como en el ámbito interno.

La muerte abrupta e inesperada de un jefe de Estado siempre es una prueba para un país, sea donde sea. Pero cuando ocurre en un país clave como Irán, en un contexto tan eruptivo e inestable como el del Medio Oriente desde el 7 de octubre, la tensión es palpable.

Primero, porque las circunstancias son propicias a todas las teorías de la conspiración. Hasta nuevo aviso, se trata de un accidente, en malas condiciones meteorológicas, y con un helicóptero de fabricación estadounidense de hace más de medio siglo. Nada en la comunicación oficial, ni en los elementos conocidos, permite adelantar la tesis de un atentado.





Pero es seguro que esta tesis circulará, tratándose de un país que hace solo cinco semanas estaba en confrontación directa con Israel. De hecho, comenzó antes incluso de la confirmación del fallecimiento del presidente.

Para medir la importancia política del presidente iraní, es necesario entender la complejidad del poder iraní, un sistema único, teocrático. El presidente, elegido, no es el número uno en Irán: es el Guía de la Revolución, actualmente el ayatolá Ali Jamenei, quien es el jefe supremo de Irán. El presidente dirige el Estado, pero tiene una autoridad limitada y debe referirse al Guía para las cuestiones más importantes, como la seguridad nacional.

A pesar de esta reserva, la muerte de Raisi sume a Irán en la incertidumbre. Primero porque era considerado el favorito para reemplazar al Guía a su desaparición, en un proceso complejo de sucesión. Ali Jamenei tiene 85 años y una salud frágil, y la cuestión de su sucesión obsesiona a Irán desde hace años. Raisi lucia como el delfín ideal.

Este accidente sume a la región en una “imprevisibilidad aumentada”. Irán es un actor clave en la ecuación regional, como patrocinador de varios de los protagonistas de las múltiples guerras en curso: la que llevan los hutíes en Yemen; la que enfrenta al Hezbolá libanés con Israel; y Teherán apoya al Hamás palestino.

Por último, no olvidemos la situación interna iraní. Se trata de un estado clerical esclerótico, el cual, tras 45 años de desaciertos, recurre de nuevo a la feroz represión del movimiento de mujeres, con cientos de víctimas y condenas a muerte. Nuevamente, el mayor riesgo es el de la huida hacia adelante de un régimen que ha perdido el control de una parte de su juventud. Es la legitimidad del régimen la que está en juego, y la desaparición abrupta del presidente la hace aún más frágil.

El Irán de los ayatolás no se aparta de sus temibles prácticas y, Raisi, había llevado al extremo la burocratización de la brutalidad. Es preciso recordar que había sido señalado como uno de los cuatro responsables de las ejecuciones de 30 000 opositores, entre las que había niños y mujeres embarazadas y presos políticos iraníes en 1988.

Su trágica muerte podría anunciar nuevos excesos en contra de su población y sus países vecinos, buscando desesperadamente el mantenimiento del poder. Para el régimen, nada es más importante que preservar el poder. El resto es secundario.

“Por la buenas o por las malas…”

X: @A_Urreiztiet