El destierro del líder opositor es un capítulo más en la represión desatada por Nicolás Maduro, que persiste en su deriva autoritaria
La inhabilitación, la cárcel o el exilio es lo único que el régimen de Nicolás Maduro está dispuesto a conceder a sus rivales políticos para permanecer en el poder. El líder opositor Edmundo González Urrutia llegó ayer a España, donde formalizará el asilo que el Gobierno de Pedro Sánchez ya le ha garantizado. La decisión se produce después de semanas de persecución por parte del chavismo. Sobre González Urrutia, diplomático de 75 años que sustituyó a la inhabilitada María Corina Machado como aspirante en las elecciones del 28 de julio, pesaba desde el lunes una orden de captura. La Fiscalía, a las órdenes del Ejecutivo, acusa al Urrutia de difundir las actas electorales que avalan su victoria y desmontan la versión oficial que atribuye el triunfo a Maduro.
La defensa del candidato descartó en un primer momento tanto el exilio como el refugio en alguna legación diplomática. No obstante, ante el recrudecimiento de la represión, este se resguardó en la Embajada de Países Bajos para, finalmente, acordar su salida del país tras pasar varios días en la residencia del embajador español. El gesto de España era el único camino viable para proteger la integridad del líder antichavista —al que Sánchez calificó de “héroe” durante el Comité Federal del PSOE el pasado sábado— pero refleja la enorme gravedad de la crisis política venezolana. Por eso es de lamentar que algunos en Madrid parezcan más interesados en polarizar en torno a Venezuela que en buscar la salida menos dramática a la deriva autoritaria de Maduro.
La deplorable estrategia de este reproduce un guion ya conocido: intentar arrinconar a sus contrincantes a través de una ofensiva judicial, policial y de propaganda. La cúpula del régimen pidió públicamente la detención de González Urrutia y Maduro llegó a sugerir su exilio hace ya semanas. La huida hacia adelante del hombre que hoy encarna el chavismo tiene, en cualquier caso, pocos precedentes. Las diferencias con el pulso mantenido en 2019 con el opositor Juan Guaidó son notables, ya que ahora se acaban de celebrar unas elecciones cuyo resultado está siendo seriamente cuestionado. Y a pesar de las sospechas fundadas de fraude y de las presiones internas y externas, las autoridades se niegan a enseñar las actas que prueben su pretendida victoria.
El exilio abre, por otro lado, varios interrogantes sobre el futuro inmediato de la oposición y de la disputa por el resultado del 28-J. La principal dirigente de la plataforma de fuerzas opositoras, Machado, afirmó ayer que la vida de González Urrutia corría peligro en Caracas y que ahora “luchará desde afuera” mientras ella sigue haciéndolo desde Venezuela. También, aseguró que el próximo 10 de enero, día previsto para el comienzo del nuevo mandato, Urrutia tomará posesión como presidente a pesar del atrincheramiento de Maduro. Quedan unos meses de intensos movimientos, unos públicos y otros soterrados, para tratar de darle una salida democrática a esta crisis.
Cabe esperar, no obstante, que la maquinaria de represión chavista hará todo lo posible para poner contra las cuerdas a sus adversarios. En las horas previas a la salida de González Urrutia, las fuerzas de seguridad venezolanas cercaron la Embajada argentina, donde se encuentran refugiados seis asesores de su campaña. Prueba evidente de que ningún opositor está a salvo dentro del país. El mensaje lanzado por Maduro es muy grave y una vez más demuestra su desprecio hacia las reglas de juego en una democracia. El exilio de Edmundo González no es el fin de nada. La presión internacional para que pare la represión debe continuar, así como la exigencia al chavismo de que muestra la prueba verificable del resultado electoral.