El video que muestra las destempladas reacciones de Jorge Rodríguez, El Furibundo, inmediatamente después de que el Congreso de Diputados de España decidiera reconocer a Edmundo González Urrutia como presidente electo de Venezuela, lleva a preguntar si está en sus cabales. Traspasa sus iras acostumbradas para adentrarse en consideraciones desorbitadas. Preocupante. Eso de conminar al presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Asamblea a redactar una resolución de ruptura inmediata de relaciones con el reino de España ante la votación de su parlamento, con cierre de consulados, prohibición de vuelos directos desde y hacia ese país y cese de actividades comerciales entre ambas naciones, está fuera de toda proporción, propio de chiflados, no de un presidente del poder legislativo en un país que se respete. Analistas avezados, de esos que se la saben todas, dirán que no fue un estallido personal, incontrolado, del Furibundo, sino de una decisión concertada en el núcleo fascista que controla el poder, para hacer que el gobierno de España rechazase la petición de sus cortes. De ser así, peor aún, pues denotaría que la pérdida de raciocinio, de desconexión con la realidad, es compartida y que, lejos de ser neutralizado dentro de ese círculo cerrado, encuentra refuerzo.
Hace poco escribí que, ante la desesperación de no poder borrar ante el mundo la indisputable verdad de que Edmundo González Urrutia había sido abrumadoramente electo presidente para el período 2025-31, los fascistas simplemente optaron por negar los hechos y atrincherarse en una burbuja de “realidades alternas” construidas en torno a la Gran Mentira de que Maduro había ganado. Metidos en ese agujero, se desenchufaron del mundo real, aislándose todavía más. Al autoexcluirse del acontecer político nacional, entraba virtualmente en guerra con el resto del mundo, incluidos antiguos aliados suyos. Su única respuesta, en tales circunstancias, ha sido reprimir.
Las perturbadas interjecciones del Furibundo el miércoles en el Capitolio son expresión de esta disociación, una sociopatía con la que, cual avestruz que esconde su cabeza en la arena para “huir” del peligro, buscan refugio los derrotados. Viene a la mente la imagen de la película “la Caída” en la que el Führer, atrincherado en su bunker, ordena colérico a los generales que le acompañan la movilización de batallones, existentes solo en sus fantasías, contra las tropas soviéticas que invadían Berlín. Al quedar huérfano ante la terrible realidad de su derrota definitiva, termina despotricando contra el pueblo alemán por no haber estado a la altura de sus designios y haberlo traicionado. Se suicida con Eva Braun.
Pues resultado similar empieza a vislumbrarse con destemplanzas como la de Jorge Rodríguez. Estamos acostumbrados a tácticas de brinkmanship de los fascistas; acorralar al otro al borde del precipicio para obligarlo a ceder y extraerle concesiones. Combinado con ofertas que nunca cumplen, van copando terreno y arrinconando el margen de acción política de sus adversarios. Están en guerra y procuran el exterminio del otro. Recordemos el tristemente célebre “apaciguamiento” de 1938 en Munich, en el que Chamberlain (primer ministro de Gran Bretaña) y Daladier (presidente francés) le entregaron a Hitler la región checoslovaca de los Sudetes –sin consultar con el gobierno de aquel país—a cambio de que no alterara la paz en Europa. El primero de septiembre del año siguiente invadía a Polonia.
La diferencia es que en este brinkmanship tropical, la amenaza intimidatoria del Furibundo consiste en hacerse más daño a sí mismo –más bien, a Venezuela—que a España. ¿Qué país queda más aislado, debilitado, exento de posibilidades de acción, si llegase a concretarse la ruptura entre los dos? ¿A quien perjudica más? ¿Cómo quedan las fortunas que decenas de chavistas han ido acumulando, de forma subrepticia, en España? ¿O es que vamos a creer que el encuentro de Delcy Rodríguez con el entonces ministro Ábalos en el aeropuerto de Barajas (Madrid), acompañada de unas cuantas maletas, fue un simple saludo entre amigos? ¿Van a dejar guindando a Rodríguez Zapatero? Es como la amenaza suicida de los terroristas islamistas, que se hacen pedazos junto a sus víctimas.
Y llegamos, así, a un asunto incómodo que, deliberadamente, ha sido evitado en las discusiones acerca de la necesidad de concertar negociaciones entre oposición y gobierno para la transición democrática. ¿Con quién o quiénes existen expectativas de que se puede avanzar en la concreción de vías para un proceso pacífico de transición que restablezca las libertades democráticas? Al no admitir las realidades de la política y desconocer el hecho de que fueron repudiados por la gran mayoría de los venezolanos, y al quemar las naves que le permitían conectarse con el resto del mundo –despreciando incluso a Lula y a Petro–, es evidente que rechazan rotundamente ser partícipes de una transición. Más ahora cuando, recogidos en la burbuja que los blinda de todo intercambio positivo con su entorno, amenazan romper con quienes los han amparado en la madre patria. Tiene razón Moisés Naím, quien argumenta que el grupito que controla el poder en Venezuela percibe que el costo de abandonarlo es demasiado elevado para acceder a una negociación. Son demasiados los crímenes cometidos para suponer que saldrán airosos. Entonces, ¿es fútil negociar con el oficialismo?
Hay que confiar en que, más allá del núcleo fascista dominante, absolutamente intransigente ante las posibilidades de una transición concertada –sobre todo con sus últimas actuaciones–, existe un amplio espectro de chavo-maduristas que sí estarían dispuestos a explorar estas posibilidades. Militares y/o funcionarios quienes, pudiendo haberse aprovechado impunemente de “negocios” que les fueron “facilitados” o estar incursos en atropellos menores, prefieren una transición en la que aspiran salir indemnes que hundirse, irremediablemente, en el tremedal al que se encaminan los irrecuperables, ese núcleo que se atrinchera detrás de la represión. ¿Por qué arriesgarse a nuevas sanciones que les impedirían disfrutar de un retiro cómodo? Provocar mayores rupturas con el resto del mundo solo reduciría su margen de acción política y económica, con sus consecuentes menguas pecuniarias. Es de esperar, por tanto, quiebres y fracturas internas en el bloque de poder que deje más desguarnecido al núcleo fascista. Sólo ante una situación de extrema vulnerabilidad accederá a negociar.
¿Wishful thinking? La verdad es que sorprende que, ante las torpezas de la claque madurista, ésta haya mantenido hasta ahora la cohesión interna en sus filas en torno a su Gran Mentira, a sabiendas de que la verdad es otra. Insólito que sigan alineados tras un liderazgo derrotado, incompetente, que amenaza llevarlos a la peor de las situaciones. Pero así opera el fascismo: huestes cegadas por la propaganda y el odio, que cierran filas en contra del “gran enemigo” o, en una proyección inequívoca, del “fascismo”.
La lógica indicaría, empero, que, a menos que los fascistas logren quebrarle el espinazo a la voluntad del pueblo, nos conviertan en zombis políticos y la comunidad internacional opte por el “apaciguamiento” para mantener la “estabilidad”, la parada de Maduro, Padrino, Rodríguez y Diosdado no tiene vida. Los países amigos deben asumir que, de lo contrario, Venezuela se convertirá en base para una creciente provocación rusa en la región; guarida para todo tipo de negocios sucios, incluyendo el tráfico de drogas; refugio de bandas criminales que se lucran con estos negocios; y fuente, muy lamentable, de nuevas olas migratorias que tocan sus puertas, empujadas por la continuación de la miseria y la represión. En absoluto la ansiada estabilidad. Conviene, por tanto, contribuir a que se respete la voluntad popular.
Hay que hacerle caso a María Corina Machado. Es menester incrementar la presión internacional contra el usurpador reconociendo, como hizo el congreso de diputados español, a Edmundo González Urrutia como presidente electo. También deben encontrarse formas de mantener la presión popular para que las mafias enquistadas en el poder entiendan que los venezolanos no vamos a dejarnos robar el triunfo, menos ante quien promete sólo miseria y represión. Que se convenzan de que enfrentan un bloque de fuerzas que no abandonará la lucha. No les quedará otra que aceptar el cambio, ganado, de gobierno, como manda la Constitución y las leyes. ¡Cese a la represión y libertad para los presos políticos!
Humberto García Larralde, economista, profesor (j), Universidad Central de Venezuela, [email protected]