Gustavo Saturno: La vida te da sorpresas

Gustavo Saturno: La vida te da sorpresas

Como tantos venezolanos de este tiempo, me tocó emigrar de Venezuela en búsqueda de mejores oportunidades para mi familia. Llegué así a la ciudad de Panamá en la madrugada del 9 de noviembre de 2016, justamente la misma noche en la que Donald Trump le ganó las elecciones a la señora Hilary Clinton.

Recuerdo claramente que, al descender del avión, los monitores en el Aeropuerto de Tocumen transmitían el discurso del presidente electo, mientras la gente se agolpaba a su alrededor para escucharlo. 

A lo lejos, podían escucharse algunos de los fragmentos del primer discurso del nuevo jefe de la Casa Blanca: “Estados Unidos no aceptará menos que lo mejor… Yo les prometo que no los decepcionaré… Espero que con el tiempo puedan decir que ha valido la pena…”, decía un Donald Trump que lucía aquella noche más apacible de lo acostumbrado.





Esa fue, quizás, la primera sorpresa que experimenté al llegar a Panamá, porque, si bien conocía un poco sobre la influencia histórica que había ejercido los Estados Unidos sobre el istmo centroamericano, nunca habría podido imaginar la simpatía que tantos panameños le profesaban al entonces presidente Trump. De hecho, mientras viajábamos en el taxi rumbo a la ciudad a través del Corredor Sur, el conductor empezó a hablarme entusiasmado sobre la victoria del candidato republicano.

Recuerdo claramente que, antes de revelarme su postura política, me formuló una pregunta que me resultó tan inquietante como incómoda, acerca de qué opinaba yo sobre el triunfo republicano. Como recién llegado, traté entonces de ofrecerle una respuesta prudente, equilibrada e incluso políticamente correcta, expresando mis deseos de éxito para Trump y la esperanza de que su victoria no profundizara la polarización política de los Estados Unidos.

Sin embargo, para mi sorpresa, el taxista pareció sentirse algo decepcionado con mi respuesta. Creo que esperaba algo menos convencional y más entusiasta de mi parte, quizás ansiando una posición política más definida o incluso un respaldo mío más contundente hacia el republicano. 

Por un momento, sentí entonces como si Donald Trump no hubiera nacido en Nueva York, sino en Santiago de Veraguas, y como si yo, en lugar de haber aterrizado en la Ciudad Panamá, lo hubiese hecho en Dallas.

Esto contrastó en gran medida con la percepción que tenía sobre el vínculo entre los estadounidenses y los panameños. Pensaba que esa relación había sido siempre bastante tensa y traumática, debido a la secular incursión de los estadounidenses en la zona del canal y, especialmente, después de aquella invasión que puso fin al mandato de Manuel Antonio Noriega en 1989.

Desde luego, mi percepción inicial estaba influenciada, en gran medida, por la metáfora de aquella canción de Rubén Blades, en la que Estados Unidos aparece descrito como un peligroso tiburón que nunca duerme y siempre acecha. Sin embargo, con el transcurrir del tiempo, comencé a darme cuenta de que muchos panameños sentían una especial admiración por el gigante del norte y, particularmente, por el señor Donald Trump.

En efecto, varios meses más tarde, ya instalado en Panamá y mientras conducía por la autopista de la Chorrera, me encontré con un “diablo rojo” que me hizo acordar al taxista del primer día. Los diablos rojos son autobuses escolares inservibles que fueron convertidos en servicios de transporte público por emprendedores locales, y su peculiaridad radica en que están pintados con grafitis de colores brillantes, llamativos y alusivos a diversas temáticas. En la actualidad, estos autobuses son un ícono inconfundible de la nación panameña, incluso se venden en forma de suvenires a los turistas, aunque su nombre se deba al temor que sienten los propios panameños de viajar en ellos, debido a sus precarias condiciones y al incumplimiento de las medidas más elementales de seguridad.

Pues bien, un día, mientras me dirigía a una de las playas de la provincia de Cloclé, se me adelantó entonces uno de estos diablos rojos, en cuya parte trasera se exhibía un enorme grafiti del presidente Trump con una leyenda en la parte inferior que me dejó perplejo: “Donald Trump: The President”, decía en grande la pintura, mostrando además al republicano sonriente y con una expresión confiada. Aquel día, volví a sentir entonces esa inesperada sensación de estar en algún estado republicano de los Estados Unidos y no en la Chorrera.

Me quedó claro entonces de que un sector importante de los panameños admiraba al Presidente Trump, tal vez por su marcado discurso nacionalista y su firme postura frente a la inmigración que encontró tanto eco en la Panamá de aquella época. 

Ahora bien, por una de esas casualidades difíciles de explicar, justo cuando Donald Trump volvió a ganar las elecciones de 2024, yo me encontraba mudándome nuevamente de país, esta vez hacia los Estados Unidos de América, donde, pocos días antes de su asunción al poder, había fijado legalmente mi nueva residencia.

Entre los anuncios de su discurso inaugural, el presidente de Estados Unidos afirmó entonces que su país tomaría nuevamente el control del Canal de Panamá, alegando que actualmente está siendo operado por los chinos, lo cual, según él, representaría una amenaza para la seguridad nacional.

Como es bien sabido, el Canal de Panamá fue transferido a los panameños a través de los Tratados Torrijos-Carter en 1977, y desde finales del siglo XX ha sido operado con eficacia y orgullo por los istmeños. Durante todos estos años, los panameños han cumplido fielmente con la “transición imperceptible” exigida por los Estados Unidos, garantizando que el Canal siguiera funcionando con la misma eficiencia con la que lo gestionaban los norteamericanos.

Sin embargo, se sabe también que el Tratado de Neutralidad Permanente, incluido en los Tratados Torrijos-Carter, permite a Estados Unidos intervenir si considera que la seguridad o el funcionamiento del Canal están en riesgo.

Es difícil saber a qué exactamente quiso referirse Trump con “recuperar el Canal” y cómo pretende hacerlo. Pero después de haber vivido tantos años en esa cálida nación, no puedo evitar preocuparme ni dejar de preguntarme cómo habrán recibido su mensaje inaugural aquellos panameños que tanto lo admiraban.

“La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida”, diría el inolvidable Rubén Blades.