Dos naciones hermanas, Venezuela y Colombia, sufren los estragos y secuelas de un desplazamiento humano sin precedentes, marcado por la lucha y el sufrimiento.
Todo porque una banda de malvados, la mayoría de ellos delincuentes y corruptos, pretenden imponer a sangre y fuego el socialismo a nuestras respectivas poblaciones.
En Venezuela, la opresión de la dictadura de Nicolás Maduro ha llevado a millones de paisanos a abandonar su tierra natal en busca de libertad y dignidad.
La falta de oportunidades para poder superarse e incluso sobrevivir, la escasez y altos precios de los alimentos y medicinas, la brutal represión y la violación de sus derechos básicos ha convertido la vida en un infierno para muchos, obligando a familias enteras a emprender un viaje incierto hacia un futuro desconocido.
Simultáneamente, en el Catatumbo colombiano, el eco de la violencia perpetuada por grupos armados inspirados igualmente en el socialismo, como el ELN y la FARC, ha creado un clima de terror.
Los habitantes de esa zona vecina, atrapados en un ciclo interminable de enfrentamientos, se ven forzados a dejar sus hogares, dejando atrás no solo sus pertenencias, sino también su historia y sus sueños.
La tierra que un día les ofreció vida y esperanza se ha convertido en un campo de batalla, truncando las esperanzas de tantos.
Los desplazados de ambos países comparten un dolor profundo y una lucha común: el anhelo de un hogar seguro y un futuro en paz.
En su travesía, enfrentan innumerables desafíos, desde el miedo y la incertidumbre, hasta la falta de recursos y la deshumanización.
Aun así, en medio de la adversidad, muchos encuentran la fuerza para seguir adelante, sosteniéndose en los lazos familiares y comunitarios que les permiten afrontar lo inimaginable.
Es crucial que la comunidad internacional preste atención a esta crisis humanitaria que continúa afectando a millones de ciudadanos en nuestros países.
La solidaridad y el apoyo son esenciales para ayudar a quienes huyen del dolor, ya que cada historia de desplazamiento es también un relato de resistencia y esperanza.
Pero igualmente es fundamental el apoyo para derrotar a esos maleantes tanto en Colombia, como en Venezuela, Cuba y Nicaragua.
La voz de los desplazados debe ser escuchada, su sufrimiento debe ser validado, y su derecho a reconstruir sus vidas en paz debe ser defendido.
Un árbol que crece en el desierto puede parecer un milagro, y así también es la vida de quienes, a pesar del sufrimiento, siguen buscando un nuevo comienzo.
La comprensión y la acción pueden hacer la diferencia en el destino de miles de desplazados que, como semillas de esperanza, merecen florecer en un mundo donde la paz sea posible.
Y sobre todo liquidar para siempre la causa de esos desplazamientos masivos: la pretensión de un grupo de dominar a una población e imponer una doctrina a fuerza de fusiles y cañonazos.