
El viaje a Houston de Erika para ver a sus hijos pende de un hilo por su estatus migratorio: sin papeles. El mismo que el de los padres de Yasmín, cuya fiesta de quinceañera ha sido cancelada, con el vestido de princesa y el salón de baile encargados desde hace meses. En el taller de recauchutado del también indocumentado Iban en La Villita, como se conoce al barrio de South Lawndale, cuelga como otros locales vecinos el cartel de cerrado desde la semana pasada, cuando la Administración de Donald Trump lanzó la operación de deportación a gran escala de inmigrantes irregulares en Chicago. Una ofensiva que ha dejado la vida cotidiana de decenas de miles de personas en suspenso, en un limbo de incertidumbre y miedo. “Pero tenemos que seguir adelante, para nosotros las redadas no son nada nuevo, ni la amenaza de la migra [policía del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas, ICE en sus siglas inglesas]. Claro que tenemos miedo, pero ¿qué vamos a hacer? Pues seguir trabajando no más, a eso hemos venido, no a cometer fechorías”, dice el mexicano Manuel, camarero en una cafetería del centro de Chicago. Ninguno de los testimonios de este reportaje ha querido dar su apellido.
Por El País
Al margen de las cifras, 5.500 arrestos entre el 23 y el 29 de enero, con una media diaria de 800 frente a los 300 de hace un año, la ofensiva ha venido a constatar varias realidades perversas, como la de una economía vitalmente dependiente de esta mano de obra barata. “Acá, de una veintena de meseros, somos mayoría los que no tenemos papeles, y algunos trabajamos desde hace años”, explica Manuel de un negocio recomendado incluso en alguna guía turística, y que funciona por el trabajo de un puñado de criminales, como los llamaría Trump.
Otra realidad es la de un sistema migratorio disfuncional, hecho de remiendos cuando no de jirones; “un sistema roto”, definición en la que coincidieron durante la campaña electoral Trump y la candidata demócrata, Kamala Harris. En una misma familia, como la de Bonifacio, que trabaja en una fábrica de componentes electrónicos, conviven sin papeles (él y su esposa); hijos dreamers (un programa de protección de la era Obama para los que llegaron al país de niños) y nietos que son estadounidenses gracias al “ius soli”, o derecho a la ciudadanía por nacimiento, que el republicano ha querido abolir en una de sus primeras órdenes ejecutivas, aunque un juez ha bloqueado temporalmente el decreto.
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