Se acerca el octavo mes de la victoria de Edmundo González en las elecciones presidenciales del 28 de julio de 2024, triunfo que todavía no se ha materializado en su investidura como presidente de Venezuela. Mucho ha sucedido y mucho ha cambiado. Ocurrió una represión brutal que se saldó con más de veinte personas asesinadas, más de dos mil detenidos y cientos de perseguidos. Ha cambiado el impulso de haber ganado esos comicios y hoy la situación de parálisis es evidente. Después de la convocatoria a la calle del 9 de enero, el foco de la calle está apagado salvo por la reciente actividad sindical con motivo del día del trabajador universitario. Tampoco el entorno internacional luce propicio para la causa venezolana.
En Venezuela pareciera que imperan ciertas leyes de la política. Tal vez la primera es que a mayor abstención en una elección, mejor está el gobierno porque el descontento queda recluido en la casa. La segunda establece que en una situación de conflicto, mientras pasa el tiempo, el gobierno suele consolidarse, tal como lo vimos con las protestas de la llamada salida de febrero de 2014 y las masivas manifestaciones abril-mayo de 2017. Ahora pareciera estar viéndose la misma película y la tercera ley se puede enunciar así: cada vez que se llama a la abstención la oposición se debilita.
En las elecciones parlamentarias de 2005 se llamó a la abstención para deslegitimar a Chávez y el resultado fue que ello no ocurrió y el PSUV tuvo una mayoría ye le permitió nombrar todos los poderes, especialmente el CNE y luego en las elecciones del refrendo sobre la Reforma Constitucional de 2007 y las elecciones parlamentarias y de gobernadores de 2010 se participó con ese CNE supuestamente legítimo y los resultados fueron favorables para las fuerzas democráticas. Cuando pensábamos que la abstención era materia vista y cosa del pasado ésta reapareció con fuerza en la elección presidencial de 2019 y en las parlamentarias de 2020, donde el llamado a la abstención, otra vez con el amuleto de deslegitimar a Maduro resultó en una Asamblea Nacional teñida de rojo que nombró otro CNE, peor que el anterior y con el cual la mayoría de la oposición participó en las elecciones de gobernadores y alcaldes de septiembre de 2021, derrotando al PSUV en dos bastiones inexpugnables, Cojedes y Barinas, especialmente en este último estado dirigido por una especie de monarquía hereditaria. Ahora se les pide a esos gobernadores que firmen el acta de capitulación y entreguen sin luchar esas gobernaciones que tanto costó ganar.
El CNE nombrado por la Asamblea Nacional electa en 2020, supuestamente también ilegítimo, fue el que organizó las elecciones presidenciales de julio de 2024 y donde Edmundo González ganó. Estos ir y venir con la participación y la abstención nos ha hecho un daño incuantificable. Sea cual sea el resultado de las próximas elecciones y si por un hecho hoy impredecible, Edmundo González se tendría que juramentar sería ante esa Asamblea Nacional a ser elegida o la actualmente presidida por Jorge Rodríguez. Otra forma de jurar como presidente no existe, salvo en las cabezas febriles de algunos.
La política abstencionista es como un laberinto, que después que entras no encuentras cómo salir. Quedas desconcertado y sin saber qué hacer. No organizas a nadie y las prédicas quedan en el vacío y lo peor es que cuando te corresponda llamar a votar de nuevo, tendrás que desandar el tan trillado camino de la abstención con su ritornelo: “las elecciones organizadas por Maduro, no hay condiciones para participar, vamos a la abstención activa”, entre otras frases carentes de contenido. Y volver a convencer a los escépticos.
Votar hoy es un acto heroico en medio de las peores circunstancias y puede ser la ratificación del triunfo del 28 de julio si el pueblo se despierta del duelo por haber sido robado su voto. La abstención es resignación, vació y pérdida del espíritu de lucha.