Fernando Luis Egaña: Control por mampuesto

Mientras ha durado la más reciente y prolongada ausencia de Chávez, se ha hecho más notoria la decisiva influencia de los hermanos Castro Ruz en los asuntos propios del Estado venezolano. Hasta el punto que el gobierno en supuestas funciones se hace visible en La Habana, en cumbres políticas que el general Raúl Castro se esmera en publicitar.

El llamado “alto mando político de la revolución (bolivariana)”, tiene su sede en la capital cubana, y acaso no tanto porque allí se encuentre el paciente presidencial –cuya gravedad no le permitiría ocuparse del ejercicio directo del poder–, sino porque allí reside la dupla que en verdad tiene el control fundamental de Venezuela.

Y claro no me refiero a la dupla Maduro-Cabello, sino a la otra, la verdadera, la que no tiene nada de mampostería, la fraternal dupla de los Castro. Ahora bien, algún lector desprevenido podría pensar que se trata de una realidad “sobrevenida” por la deteriorada salud del señor Chávez, sobre todo desde finales del año pasado. Pero no.





La realidad de que los Castro mandan sobre Chávez y por lo tanto mandan sobre Venezuela, no es nueva o reciente, o de hace el par de años en que el mandatario venezolano sufre de cáncer. No. Es una realidad existente desde el principio, e incluso desde el embrión del principio, aunque en los primeros tiempos no fuera tan ostensible como después y en especial como ahora.

El profesor Carlos Romero ha señalado que Chávez hizo realidad el “sueño de Fidel”, vale decir la pretensión de ponerle la mano al petróleo venezolano o contar con él como instrumento de sustento de la revolución cubana. A comienzos de 1959, Rómulo Betancourt convirtió ese sueño en pesadilla, y a lo largo de la República Civil, Fidel Castro no logró salirse con la suya. Nunca.

Pero a partir de 1999 el viejo sueño no sólo se hizo real sino que consiguió un alcance no previsto ni en los delirios más exorbitantes. Fidel Castro se terminó erigiendo en el máximo poder de la denominada “revolución bolivarista”. Y ello no significa que ésta sea una mera obra de mampostería. Afirmarlo sería infantil.

Pero la satrapía roja, además de la bonanza petrolera y otros factores, ha tenido una fuente nutricia en la veteranía del déspota antillano y en el trasvase de parte de su gobierno y funcionariado en labores políticas y administrativas en territorio venezolano. Sí, una especie de ocupación pacífica extranjera, bienvenida por el ocupado y en medio de una retórica patriotera tan ruidosa como falsa.

Prácticamente no hay actividad principal del Estado nacional, incluyendo la dimensión militar, en que no haya una participación cubana en grado estimable. Y no faltan sino abundan, por tanto, aquellas competencias estatales que son ejercidas al alimón por cubanos y venezolanos que, además, pueden haber sido “entrenados” en Cuba.

Y ojo: una cosa son las relaciones normales –y hasta convenientes, que deban existir entre los gobiernos de Venezuela y Cuba, y otra completamente distinta e inaceptable es la relación de extrema dependencia y también sujeción del primero con el segundo.

Este es el control por mampuesto. Un control que agobia nuestra soberanía y que colabora mucho en impedir la gobernabilidad democrática. Un control, en suma, que tiene paralizado nuestro futuro.

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