Editorial ABC Color: Se incrementará la represión en Venezuela

La dura represión desencadenada por el actual gobierno trucho de Venezuela contra la cadena televisiva Globovisión bajo el arbitrario cargo de supuesta mala intención por publicar párrafos de un discurso de Hugo Chávez textualmente contradictorios con lo que estaban haciendo sus subalternos con el teatral remedo del acto de juramento que él debiera haber protagonizado si no fuera por estar agonizando en un hospital de La Habana, en Cuba, es apenas el comienzo de una regresión autoritaria que podría ser tan brutal como la que oprime al infortunado pueblo cubano bajo el régimen de los hermanos Castro.

En vez de ser una jubilosa celebración de la democracia venezolana de la que se ufanó en su momento el propio Hugo Chávez en el discurso laudatorio de las conquistas políticas y sociales de su gobierno –cuyos párrafos Globovisión publicó–, el bastardo régimen que gobierna en estos momentos el país no encontró mejor modo de honrar la supuesta solemnidad del acto y la propia memoria del ausente mandatario, que condenando arbitrariamente a la cadena televisiva a pagar una pesada multa por lo ocurrido. Lo que en realidad causó el disgusto de los mandamases de turno fue que, literalmente, las palabras del líder bolivariano resultaron ser absolutamente contradictorias del modo cómo ellos estaban interpretando el poder político en su ausencia.

Al retrotraer a la atención pública las palabras de Chávez, Globovisión no hizo otra cosa que repetir lo que ya había hecho en su momento, transmitiendo obligatoriamente el discurso presidencial de marras. Lo inaudito es que por el mero hecho de volver a hacerlo en esta circunstancial ocasión, los discrecionales administradores del poder presidencial acéfalo se tiraron con todo contra el medio de comunicación, sin que este incurriera en ninguna transgresión legal.





De este modo, la multa que el régimen de facto aplicó gratuitamente contra el canal televisivo es un preludio de la ola de represión autoritaria que, pensamos, se avecina en Venezuela después de Chávez, aún peor de lo que este mismo ejecutaba contra sus adversarios y críticos. De hecho, el gobierno “mau” de Nicolás Maduro, con la complicidad de los demás poderes del Estado venezolano, ya muestra señales de que está desorientado, como lo prueba su arbitraria medida contra Globovisión.

Mientras la camarilla gobernante organiza servicios religiosos, supuestamente para orar por la salud del enfermo Presidente, se despacha con anuncios y amenazas sombrías, preparando subliminalmente el ánimo del pueblo para la perspectiva de una Venezuela sin Chávez, aunque sin desechar abiertamente la posibilidad del retorno del mismo cuando más no sea momificado para la jura de su nuevo período presidencial.

Como dice en un comentario alusivo el profesor de Ciencias Políticas del Amherst College, Javier Corrales, el resultado de esta ambivalencia de actitud de los detentores del poder en Venezuela en estos momentos transmite un mensaje de confusión antes que de confianza en el futuro del país. Tanto chavistas como opositores al régimen rumian esperanza y tristeza a un mismo tiempo, aunque por opuestas razones. En general, los venezolanos se manifiestan más bien pesimistas acerca de los obstáculos en perspectiva para alcanzar una convivencia ciudadana pacífica. Temen acerca de lo que puede suceder próximamente, anticipando una suerte de nostalgia por el liderazgo autoritario de Hugo Chávez en el caso de que este muera. Y tienen razón para ello.

Ese difuso escepticismo popular es tan predecible como justificado. La desaparición de un autócrata deja siempre una resaca acompañada por una extendida indecisión entre los que se consideran herederos políticos del líder desaparecido, en el sentido de la viabilidad y hasta de la deseabilidad de mantener el régimen autoritario vigente, empeorarlo o tornarlo más democrático.

En diciembre pasado Chávez escogió a Nicolás Maduro para remplazarlo provisionalmente en el cargo, pero no toda la plana mayor del chavismo está conforme con esta decisión. Muchos lo consideran más próximo a Cuba que a Venezuela, por su fuerte relación con los hermanos Castro. Por otro lado, Diosdado Cabello, camarada de remesa de Chávez en la Academia Militar e incondicional compañero de ruta de este, actualmente presidente de la Asamblea Nacional, tiene también detractores, aunque en el seno de la Fuerza Armada Nacional (FAN) goza de mayor simpatía que Nicolás Maduro.

Quienquiera tome las riendas del poder en Venezuela, se verá obligado a mantener vivo el chavismo, al menos por un tiempo. Sin embargo, la muerte de Chávez va a revigorizar la oposición venezolana, para quien Chávez es un déspota electo mediante una popularidad mal habida que le ha permitido perpetuarse en el poder, al tiempo de ganarse el apoyo político de muchos presidentes de la República de Latinoamérica merced al generoso reparto de los petrodólares del pueblo venezolano. Aunque autoritario, el régimen chavista tiene legitimidad popular de hecho, pero su desaparición física va a profundizar la fisura política que divide a la sociedad venezolana en la actualidad, por lo que no hay que descartar que tras su muerte sobrevengan disturbios, violencia y aumento de la corrupción, lo que podría ser usado por los partidarios de la línea dura como evidencia inherente a la disfuncionalidad de la democracia que la mayoría de los venezolanos desea.

A los venezolanos y a los medios de comunicación no manejados por el oficialismo les esperan tiempos difíciles. De la mano de la claque que con Maduro al frente herede de modo definitivo el poder tras la muerte del dictador, vendrán represiones y hostigamiento contra las organizaciones políticas democráticas, así como contra las redes sociales de internet y de otros sectores. Inventarán conspiraciones y complot de parte de la oposición. Harán purgas en las Fuerzas Armadas buscando escarmiento en sus filas y para que ningún militar se atreva a discutir la “legitimidad” del régimen de facto. Habrá apresamientos y exilio de políticos, periodistas y tal vez de empresarios, contra quienes se desatará una feroz campaña bajo el cargo de que están acaparando productos de primera necesidad del pueblo, desabastecimiento ya sentido por los venezolanos en la actualidad. A toda costa y hasta el final, Maduro va a tratar de afianzar y perpetuar su régimen a la manera de los hermanos Castro en Cuba, de quienes se considera hijo mimado.

En esta perspectiva, y ante el eventual vacío de poder que se generará por la encarnizada disputa de liderazgos, no caben dudas de que las Fuerzas Armadas desempeñarán un rol crucial en el futuro cercano, ya sea en la imprescindible tarea de reconducir a Venezuela por la senda de la verdadera democracia –que es lo que todos anhelamos– o de sumirla aún más en un despreciable totalitarismo.

Un giro, ya sea a la izquierda o a la derecha, dependerá en gran medida de las posiciones que asuman a partir de ahora los altos mandos castrenses.

Ante el sombrío panorama vislumbrado, es de esperar que aquellos llamados a sacar a Venezuela de la situación de jaque mate en que se encuentra –ya sean civiles o militares– lo hagan por el camino de una democracia respetuosa de la Constitución Nacional y las leyes de esa atribulada nación hermana, y no por el arbitrario camino del autoritarismo que los hermanos Castro han implantado en Cuba para desgracia de todos sus conciudadanos.

 

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