Gustavo Tovar Arroyo: Maduro, el Jirafales de Cuba

I

No lo niego, formamos parte de una generación que es hija de la televisión y del cine.        Recuerdo con gratitud, y sin complejos, como de niños, para aplacarnos, nos sometían a maratónicas tandas televisivas. Entre comiquitas, series policíacas gringas y telenovelas, nuestras tardes y noches estaban repletas de fantasía y enajenación, acaso por ello hayamos vivido tan ajenos a la triste realidad.

La cultura del espectáculo -que muy conservadoramente abomina Mario Vargas Llosa en su último ensayo-, sus imágenes, su lenguaje y, por supuesto, sus íconos forman parte de nuestro imaginario más íntimo.





Nuestros ídolos infantiles estaban más relacionados con personajes de televisión o cine que con héroes de literatura. Quizás los cómics competían un poco con el cine y las telenovelas; pero no mucho. Yo, por ejemplo, admiraba a Kalimán, me parecía un semidios. Para salvar al mundo, desdoblaba su espíritu y podía luchar en diferentes espacios al mismo tiempo. Inolvidable.

Si no me equivoco Kalimán era un cómic tan mexicano como Cantinflas o Chespirito. México, que me ha dado abrigo en el exilio, siempre ha nutrido a Latinoamérica con su expresión artística. En ese sentido, creo que ninguna serie de televisión ha sabido interpretar mejor nuestra cultura que la celebrada “Vecindad del Chavo” de Chespirito. Cada uno de sus personajes son arquetipos en nuestra sociedad.

El Chavo, su cándida y noble indigencia; Quico, el burguesito pedante y llorón; la Chilindrina, la niña malcriada y gritona; don Ramón, el flojazo vividor que no sirve para nada; doña Florinda, la típica nueva rica clasista y discriminadora; el señor Barriga, el capitalista  gordinflón; y el profesor Jirafales, el cursi bobalicón con ínfula de sabelotodo.

II

Me detengo en Jirafales porque el destino caprichoso de la cultura latinoamericana ha hecho que una mueca de éste: Nicolás Maduro, menos competente y muchísimo más papanatas, haya sido colocado por los “don Ramones” Castro de Cuba como regidor de Venezuela.

Sin meterme con su delirante cursilería ni con su bolsería somnífera -que a fin de cuentas son condiciones subjetivas, innatas, cualidades del Ser y sobre su capacidad de no Ser nada prefiero no opinar-, me veo obligado como venezolano a llamar la atención sobre lo que sí es un hecho objetivo: la siniestra injerencia de los don Ramones Castro para poner al longaniza Maduro a regir Venezuela, claro está, para satisfacer sus vividores y rateros intereses.

(Me permito el insulto porque es el único recurso que nos queda a los que no somos hombres de armas, a los noviolentos, frente a la insolente invasión cubana. Es nuestro grito desesperado frente al ladrón y al elocuente impostor que lo ampara).

No puedo ocultarlo, escribo desde la rabia más pura, desde la desgarradura más honda ante la traición. No puedo creer ni entender lo que Chávez y su vecindad de traidores le está haciendo a nuestro país.

¿Cómo es posible que exista algún venezolano sin la mínima vergüenza o amor patrio para entregar nuestro gobierno, nuestros intereses y nuestras riquezas -está demás decirlo, tan urgidas por nuestro pueblo- a las sanguijuelas históricas del gobierno de Cuba?

¿No existe un solo chavista irreverente y nacionalista en nuestro país? ¿No les duele ni afecta esta injustificable humillación? Por favor, ¡ya basta! Ya que no lo harán por honrar la memoria de Bolívar o la de los próceres que dieron su vida por la Independencia del país, háganlo por ustedes, por su familia, por sus hijos: no permitan que sigan regalando las riquezas de nuestra bella patria, no claudiquen.

Es una rogatoria fraternal, más que una exigencia. ¡Chavistas! ¡Reclamen, rebélense, hagan algo!

Recurro a ustedes porque estoy claro que no se le puede pedir nada al profesor Jirafales Maduro, ni a amada su doña Florinda Flores, tampoco a su socio el acaudalado señor Barriga Cabello, mucho menos al Quico Jagua, a la Chilindrina Ortega o a la doña Cleotilde Morales (la bruja del 71). Estamos claros que para conservar su cuota de poder servil y televisivo, ellos se han rendido, consciente o inconscientemente, a los don Ramones Castro.

¿Alguien en su sano juicio cree capaz a Jirafales Maduro, a ese agigantado bobalicón, de la usurpación que llevaron a cabo en Venezuela el pasado enero? No, camaradas, no es capaz. Estamos ante una marioneta.

Y no es un tema de que sea chofer de autobús, eso es lo de menos. Sería plausible que un chofer tuviese la oportunidad de gobernar un país si se lo ha ganado con el voto popular. Lo inaceptable es que sin el voto popular, violando la Constitución, por mera manipulación de un gobierno extranjero, se usurpe el poder y además se traicionen los valores más insignes de la patria, traicionando a su vez al cándido y noble, pero indigente -debido a la traición chavista- pueblo de Venezuela: el Chavo en esta vecindad criminal.

III

Un sorprendente, pero poco comentado, hecho histórico de Venezuela, es que en nuestro país desde 1830 jamás se han usado las balas o la fuerza militar contra ejercito extranjero, salvo en dos ocasiones: la primera contra la invasión militar cubana en Machurucuto organizada por Fidel Castro en los años sesenta; y la segunda, contra las incursiones terroristas de los guerrilleros de las FARC, actualmente mejores amigos del chavismo.

Muchos de los traidores de entonces: Soto Rojas, Rodríguez Araque, entre otros, son los flamantes entreguistas del chavismo en la actualidad. Desde un punto de vista patriótico han claudicado y entregado el gobierno y los bienes de nuestro país a su ídolo: Fidel Castro.

Indefendible y comprobada felonía.

IV

Desde hace casi doscientos años, las balas venezolanas sólo se han usado para asesinar a venezolanos.

Hugo Chávez Frías no ha sido la excepción. En cuantas ocasiones su delirio cubano se ha visto en la necesidad, desde el 4 de febrero de 1992 -cuando lanzó su primer discurso público de tanques y de balas contra la humanidad de inocentes venezolanos- hasta la fecha lo ha hecho sin remordimiento.

Esta semana, por ejemplo, un valiente y, ¿por qué no?, heroico grupo de jóvenes venezolanos de manera no violenta, nacionalista y cívica, desarmados, o mejor dicho, armados de dignidad y honor, levantó su voz de protesta ante la Embajada de Cuba para reclamarle su injerencia en nuestros asuntos internos y para promover la soberanía nacional.

¿Qué sucedió? Otra vez los militares venezolanos apuntaron sus rifles asesinos al rostro de nuestra juventud. ¿A quién defendían sus balas? Defendían la dictadura más longeva de Latinoamérica, al don Ramón vividor que con sus armas mortales asesinó a militares y civiles venezolanos en su primera invasión para controlar el país.

Vivimos una tristísima e inconcebible realidad no televisiva, no cinematográfica: el Jirafales de Cuba apunta su traición sólida contra el prometedor futuro de Venezuela. Más balas venezolanas contra venezolanos, peor aún, más balas venezolanas contra nuestra última reserva moral y patriótica: la juventud.

¿Lo permitiremos?

 

@tovarr