Américo Martín: Extraño mundo

¿Es lo mismo el chavismo que el madurismo? Hay razones de todo tipo para inclinarse por la negativa. Hasta los desprevenidos que no se hacen preguntas, habituados como están a vivir la vida tal como se le viene, tienen a la vista la brusca aceleración represiva desde el 14 de abril. Son evidencias acumulándose y proliferando.

Es verdad: teníamos la infame lista Tascón que operaba para limpiar el Estado de trabajadores indiferentes al partido de gobierno. Ese mecanismo se instaló desde el año 2003 para castigar a todos los ciudadanos que haciendo uso de un derecho constitucional expreso solicitaron la revocación del mandato del presidente Chávez. Fueron millones los firmantes ahora perseguidos. Superaron con creces el número requerido para activar ese dispositivo y aunque al final no pudieron conocer el éxito, pusieron de relieve la fuerza considerable de la oposición democrática.

Con el diosdadomadurismo la lista siniestra ha ampliado su ámbito. Ahora no se trata únicamente de firmantes del revocatorio, sino de quien no haya votado por Maduro y no milite en el PSUV. Dos ministros y otros altos funcionarios fueron pescados y grabados diciéndolo en un video que el mundo conoce. Sus palabras son hoscas, brutales, fanáticas. ¡Será despedido quien se descubra que no votó por Maduro y más quien se atreva a simpatizar con algún partido de la oposición! ¡Pueden ir a donde quieran, apelar a la ley del trabajo o ir a instancias jurisdiccionales pero despedidos quedarán! Hablaremos con los magistrados del Tribunal Supremo para que sus procesos se retarden por 8 o 10 años de modo que sigan sin trabajar indefinidamente.
Autoproclamarse “el primer presidente obrero” y estrenarse en el mando con una hecatombe de despidos laborales es, claro, una risible contradicción pero, como se verá, contradictorios han sido los pasos del gobierno desde el fallecimiento de Chávez.





Después las masivas agresiones contra los estudiantes que se manifestaran como suelen hacerlo desde que la República se fundó. Golpeados en los actos y el detalle diosdadomadurista de torturarlos en prisión.
Y ahora las incidencias en el Parlamento. Ningún diputado de oposición reconocerá a Maduro mientras no se haya resuelto procesalmente la fundada impugnación contra las elecciones presentada por Capriles, aspirante con probidad a ser reconocido como vencedor en los comicios.
El presidente de la Asamblea Nacional es Diosdado Cabello, un militar sin otra relación con la política que su participación en el madrugonazo golpista del 4 de febrero de 1992, contra un gobierno constitucional. Es el típico uniformado de visión cuartelera, en la cual transcurrió su vida profesional porque no pasó del grado de teniente. En el cuartel –como es bien sabido– la relación de estos oficiales primerizos con los reclutas es brutal. Los insultan, les imponen penas infamantes por el solo placer de hacerlo, los golpean y arrestan.

Pues bien, este personaje es ahora el presidente del Poder Legislativo, recinto donde ha impuesto las malas costumbres de su pasado cuartelero.
Lo primero fue quitarles el derecho de palabra a los diputados de la oposición a menos que renegaran de la impugnación que están respaldando, y reconocieran ahí mismo a Maduro. Quería forzarlos a ir contra su conciencia y humillarlos, pero se encontró con una roca impenetrable, no dispuesta a hacerle concesiones miserables. Entonces los amenazó con quitarles el sueldo si no se doblegaban y finalmente organizó la encerrona donde los suyos arremetieron contra la oposición con saldo de sangre. María Corina golpeada y pateada en el suelo. A su lado, Diosdado sonreía. Ese es el tipo.

Hasta un escritor tan objetivo como Oppenheimer daba por segura la victoria del oficialismo, pero el CNE, tan plegado al régimen, admitió una pírrica ventaja inferior a 1.5%. Estaba reconociendo la merma enorme del madurismo con respecto al chavismo en sólo seis meses y el tremendo crecimiento de la opción Capriles. Algo más de un millón allá, alrededor de un millón aquí.

¿Con un resultado así quiénes habrían sido los más interesados en establecer la verdad, si es que creyeran en ella? Obvio: Maduro y el CNE. Pero prefirieron oponerse a muerte al reconteo que, bajo la presión de Unasur, en principio habían aceptado. ¿Por qué? Hasta el más inocente captará que temían ser descubiertos. Y razón tienen para ello. El soporte de la impugnación de Capriles es impresionante. Descartando que autoridades electorales y jurisdiccionales venezolanos desairen a su jefe, la opinión internacional recibirá ese expediente y desentrañará la verdad que quieren inútilmente sepultar.

He hablado de “opinión internacional”. No es lo mismo que decir OEA, ONU, Unasur, y órganos de integración regional como Mercosur. Tampoco es lo mismo que decir presidentes y cancilleres formales de la Región.
Si algo conoce Maduro es el arte de la ambigüedad sin compromisos, propia de muchas autoridades latinoamericanas. La violencia en el Congreso –dirán– se debe tanto a los victimarios como a sus víctimas. ¿Conclusión? Lo que procede es “el diálogo”. De condenas, ni por asomo, no vaya a ser que se sequen las generosas liberalidades del madurismo, mientras el pavoroso cuadro económico de Venezuela no lo impida.

¡Las dos tendencias se golpean en el Parlamento! –proclamarán– aunque la sangre chorree en un solo lado.
De todas maneras la oposición no deja de crecer y el madurismo de retroceder, allí donde más cuenta: en la pura tierra de Venezuela, como alguna vez desde su exilio la llamara nuestro poeta Andrés Eloy Blanco.

 

@AmericoMartin