Toro grande, escasa bravura y poco toreo en los Sanfermines (Fotos)

Una vez entonado el “Pobre de mí” por las calles de Pamplona, los Sanfermines de 2013 arrojan en lo taurino un confuso balance de resultados, en el que los números no reflejan con exactitud la realidad de lo sucedido en el ruedo.

Un año más, al coso pamplonés ha vuelto a salir un tipo de toro de mucho volumen y aparatosos pitones -también con algunas excepciones de muy escaso respeto-, que resulta tan impresionante al entrar a la plaza en el encierro matutino como al volver a salir por la tarde a ese mismo espacio donde quienes se le enfrentan no corren sino que se quedan quietos ante sus astas.

Pero esa tremenda impresión inicial que provocan los toros de la autodenominada “Feria del Toro”, se queda en nada, en la mayoría de los casos, a medida que avanza la lidia.





La mansedumbre, la falta de casta, la escasez de fuerzas o de fondo, las actitudes defensivas y el genio -matices opuestos a la verdadera bravura- son los comportamientos más repetidos en el juego de esos toros tan aparentes por fuera. Unas actitudes que, también en muchos casos, vienen motivadas por descompensaciones físicas que todavía se siguen confundiendo con el trapío.

Como realmente bravos, aunque tampoco sin grandes excesos, sólo se ha podido calificar a media docena de los casi cincuenta toros lidiados en la feria navarra: tres de Torrestrella, dos de Fuente Ymbro y uno de El Pilar.

Ante tal panorama ganadero, es de entender que el buen toreo también haya sido la excepción de estos Sanfermines, por mucho que los matadores de toros se repartieran doce orejas. En su mayor parte, esos trofeos han tenido muy escaso peso y han sido concedidos con abundante generosidad por un público en fiestas que quiso premiar simplemente aquello que le sacó del letargo provocado por el escaso juego de los toros.

Numéricamente hablando, el toledano David Mora fue el triunfador del ciclo, con el corte de tres de esas orejas “cariñosas” y por tener en su haber la primera salida a hombros de un matador en la feria. Después, sólo consiguieron hacerlo Juan José Padilla e Iván Fandiño, aunque ambos con un trofeo menos en el esportón.

Precisamente Fandiño fue el único espada de alternativa que consiguió dos trofeos de un mismo toro, por una faena entonada y reposada a uno de Fuente Ymbro, pero que no levantó clamores. En cambio, Padilla, con un toreo efectista, hizo vibrar esa misma tarde a un público entregado de antemano que le trata y le premia como a un ídolo local, con una pasión casi deportiva.

Dos orejas, pero una en cada una de sus actuaciones, se llevó Jiménez Fortes, que tuvo altibajos ante el enclasado toro de El Pilar y estuvo arrojado y entregado con el único de Miura que dio un juego medianamente potable. El joven malagueño es uno de los escasos toreros que salen revalorizados del ciclo pamplonés, junto al sevillano Manuel Escribano, que hizo valer su buen oficio para brillar sobre la descastada movilidad de los toros de Dolores Aguirre.

Una sola oreja pasearon El Juli, una máxima figura para quien el balance se antoja demasiado corto, y el navarro Francisco Marco, muy bien tratado por su paisanos. Pero, aparte de trofeos con tan desigual valor, hubo otras actuaciones en la feria incluso más meritorias que las premiadas, y que pasaron desapercibidas entre el griterío y el barullo de la fiesta en rojo y blanco.

En ese apartado hay que incluir a Antonio Nazaré, que hizo el toreo más puro de la feria a los mansos de Alcurrucén, y a Miguel Ángel Perera, que se jugó el pellejo con entereza, autoridad y sin un sólo aspaviento ante un peligroso manso de Fuente Ymbro.

Aparte de las corridas que salieron al encierro, también hubo generosidad en la de rejones, en la que atravesaron la puerta grande por enésima vez Hermoso de Mendoza y Sergio Galan.

Y un día antes, en la apertura de la feria, destacó la actuación de los novilleros extremeños Rafael Cerro y Posada de Maravillas, aunque sólo éste salió a hombros por andar más certero con la espada que su compañero. La oreja que se llevó el local Javier Antón, por ser la primera, marcó ya el tono de exigencia que iba a caracterizar el resto de una feria con poca bravura y poco toreo. EFE

Fotos AFP