Álvaro Valderrama Erazo: El bautismo de nuestro señor en el Jordán

Álvaro Valderrama Erazo: El bautismo de nuestro señor en el Jordán

 

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No pocos venezolanos recordamos los cristalinos caudales de muchos de nuestros ríos, a lo largo y ancho de todo el territorio nacional.





Quienes cuarenta años atrás no teníamos duchas en nuestros pueblos y casas, pero sí, gracias a Dios, un río cercano, íbamos y nos dábamos un chapuzón, si es que queríamos disfrutar de algo, mucho mejor que una piscina de lujo.

A veces, para jugar y a la vez bañarnos, cruzábamos y desafiábamos, sin saberlo el caudal de aquellas aguas, que también se dejaban beber y que por ser, más que potables, podíamos llevarlas a la casa para seguir bebiendo y para que nuestras abuelas y madres cocinaran.

Hoy, algo más de cuarenta años después, recordamos con nostalgia muchos de aquellos ríos, que ya no son tan caudalosos ni sus aguas tan cristalinas.

Tampoco las aguas del río Jordán, en el que fue bautizado nuestro Señor son ahora tan caudalosas y cristalinas como, seguramente sí lo eran hace dos mil años y más.

Pero todavía acuden a aquel río muchas caravanas de peregrinos para bautizarse simbólicamente, como lo hacían las generaciones que precedieron al Señor y de las cuales nos habla el profeta Ezequiel:“Por dondequiera que pase el torrente, todo ser viviente que en él se mueva vivirá. A sus orillas vendrán los pecadores Ez. 47,9-10“. 

El Jordán es el río de mayor importancia simbólica en el las Sagradas Escrituras. El éxodo del pueblo de Israel para liberarse de la esclavitud de Egipto no se da sin el Jordán. Por eso, la región éste del Jordán es llamada en el Antiguo Testamento „pueblos gentiles, mientras que la región en la que Israel se establece es llamada, La tierra prometida“ Sr. 24,26.

Pudiéramos imaginarnos la importancia del Jordán para tantos pueblos del Medio Oriente,  que allí pescaban, bebían de sus aguas o se bañaban en ellas.

No es poco conocido lo indispensable y preciado que es el agua para la humanidad. Por eso, y con razón llamamos al agua „oro azul“. Y es que el agua, no solamente simboliza la limpieza y la pulcritud, sino que es también símbolo de vida y de hecho, el agua nos da vida. Sin agua no podemos vivir.

Hoy nos presenta el Santo evangelio d San Mateo la historia del bautismo de Jesús en el río Jordán. A aquel bautizo acudían hombres y mujeres de diferentes lugares, que, convencidos de sus culpas y pecados por la predicación del Bautista  se aprestaban a reconocerlas públicamente y se encaminaban a lavarlas simbólicamente aquellas aguas.

Lo inesperado y extraño para San Juan el Bautista es ver, entre las muchedumbres de pecadores, a Jesús de Nazaret, al Mesías, que, de hecho, ya había entrado al Jordán y también se disponía a dejarse bautizar.

El Bautista no tenía en sus planes bautizar a Jesús. Su bautismo estaba reservado al reconocimiento de las culpas y a la conversión por parte de los pecadores. No obstante, entre la multitud también se encontraba Jesús, con el propósito asumir en su bautismo las culpas de los pecadores – de los presentes en el Jordán y de toda la humanidad- para demostrar su amor al mundo, cargar con nuestros pecados y expiarlos, posteriormente en el martirio de la cruz.

La antigua alianza de amor entre Dios y los hombres había sido rota por Adán y Eva, por los hombres, a consecuencia del pecado original, de querer apropiarse la dignidad de Dios y hacerse igual a Él en esencia.

El hombre, incapaz hasta nuestros días de expiar por sí mismo el pecado original, egoísta y deseoso de apropiárselo todo, es incapaz también de asumir la nueva alianza con Dios. Es por eso que Cristo, el Hijo de Dios vivo asume ese pecado de la humanidad sobre sus hombros como respuesta de nueva alianza de amor y fidelidad de Dios para con la humanidad.

Juan sabía lo que hacía al bautizar y veía en Cristo, no un pecador más, de los tantos que se acercaban, sino al „Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo“. De allí la „piadosa negativa de Juan a bautizarle“ con la frase: „ Soy yo quien debería ser bautizado y tú, vienes a mi? Mt. 3,14.

Pero Jesús convence a Juan con las palabras proféticas de Isaías: „Este es mi hijo amado, sobre quien he posado mi Espíritu. Él trae la justicia a los pueblos“ Is. 42, 1-2.

Por otra parte, era conocido ya entre quienes acudían al bautismo de Juan que él no era el Mesías y que él bautizaba, sólo con agua.

De tal manera que Cristo comienza a hacer justicia y a reestablecer la alianza entre Dios y los hombres.

Lo admirable de la festividad del bautismo del Señor es que Él –“El Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”- viene, delante de todos aquellos pecadores y delante del Bautista a asumir el pecado de la humanidad entera.

De allí que, es precisamente en ese momento del bautismo del Señor en el que se abre el cielo, se posa el Espíritu Santo sobre Jesús, para ungirlo y se deja oír la voz del Padre, que nos invita a escuchar a su “Hijo amado” Mt.3,17. A partir de ese preciso momento comienza la vida pública de Jesús y su predicación de la buena noticia.

No debe extrañarnos que Jesús se acerque a Juan entre todos aquellos que se reconocían pecadores y venían a lavar sus culpas. También hoy se presenta el Señor entre nosotros, para enseñarnos su Buena noticia y guiar nuestros pasos en este año que recién comienza.

Nosotros hemos aprendido de nuestros padres y de nuestros catequistas que el sacramento del bautismo, instituido por nuestro Señor Jesucristo nos hace cristinos. También nosotros, como en todos los pueblos de la tierra acudimos a bautizan nuestros niños. Pero porqué, si los recién nacidos no deberían tener pecado?

La ciencia medica -cada día más desarrollada- puede diagnosticar, según diversos síntomas, bien sean dolores, alta temperatura del cuerpo, inflamaciones, etc. muchas de las enfermedades que aquejan al ser humano. 

Pero no siempre le es posible a la ciencia saber la causa cierta o el origen universal de los síntomas por medio de los cuales muchas enfermedades son diagnosticadas

La ciencia medica y la organización mundial de la salud toman no pocas previsiones – y de allí las vacunas administradas en la edad de infancia- para que,  enfermedades invisibles no terminen de desarrollarse en la edad adulta y con ello arruinar la vida de muchas personas y comunidades.

Con la vacuna recibe el niño – en su inocencia e incapacidad para decidir, pero bajo la responsabilidad de los padres- el remedio definitivo que va a curar para siempre el desarrollo de la futura enfermedad.

Exactamente lo mismo sucede en la administración del bautismo a nuestros niños. Con el bautismo, con la efusión del Espíritu Santo se borra para siempre de ellos el pecado original, que quebrantó la alianza de Dios con los hombres.

En la administración del bautismo no pueden los niños -mas que asustarse y llorar-, al ser despertados con el agua fresca que lava para siempre el pecado de nuestros primeros padres, Adán y Eva. Pero ese pecado no podrá, nunca más ser parte de la vida eterna que Dios le ha granjeado, por los méritos de Jesucristo a ese recién bautizado.

Es por eso que el martirio de Jesús, asumido, primeramente al ser bautizado por Juan en el desierto es un acto de amor y de fidelidad a su alianza, que asumida por Jesús, Dios y hombre verdadero, no podrá ser quebrantada jamás por la humanidad.

Feliz día del Bautismo del Señor.