Contra el olvido selectivo, por Jorge Millán

Contra el olvido selectivo, por Jorge Millán

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La historia. Conviene conocerla para no repetirla, a veces. Sin embargo, la mirada hacia el pasado -el nuestro- nos compromete; y más en tiempos en los que las conquistas de nuestros demócratas se desvanecen en el olvido o se las roban, como los vándalos a las computadoras del Palacio de Las Academias. La protesta en Venezuela ha conquistado libertades, que no se nos olvide. La resistencia fraguó a pulso la gesta libertadora, la antigua y la contemporánea. La defensa de la democracia se pagó con cárcel, con el exilio, con el destierro y con la vida. ¿Acaso se nos puede olvidar el martirio de los presos y muertos de conciencia? Nos es prohibido olvidar.

El clamor por la libertad derrotó al miedo paralizante el 23 de enero de 1958. Se trata de uno de los eventos más importantes de nuestro anecdotario como pueblo. Aquella, la de Marcos Pérez Jiménez, era una dictadura con todas sus letras, con todo el poder, con la sombra de lo plebiscitario y de lo prohibido, con la condena al discenso hasta la muerte, con los militares de soporte al aparato represor, con figuras tinieblas al servicio del silencio, prestas al cumplimento del edicto presidencial.





Lo que parecía impensable se forjó sin que el dictador ni sus esbirros pudiesen contenerlo. No había redes sociales, ni de mensajería con las cuales convocar a la protesta cívica nacional -que tampoco se nos olvide que para ello estamos facultados por el artículo 68 de nuestra Constitución- ni había acceso a convocatorias de medios masivos.

Cuando escribimos estas líneas, invocando el pasado, y al referirnos un movimiento cívico militar que concluyó con el derrocamiento del dictador, lo hacemos para reavivar la esperanza, no para violentar el marco constitucional.

Hemos dicho que la alternativa es el voto y lo sostenemos, pero nuestra democracia se fundó sobre la base de un pueblo en la calle, pidiendo libertad. A la dirigencia política nos corresponde, como no, ejercer la conducción. Sin embargo, si de recordar se trata, aquel 23 de enero no fue el de una oposición, sino el de muchas: la de los grupos dentro de la fuerza armada hastiados y avergonzados; la de la resistencia con sus presos, muertos y clandestinos; la de los empleados públicos oprimidos y la del ciudadano y el vecino que por fin dijo: ya basta.

“Los ciudadanos y ciudadanas tienen el poder de manifestar pacíficamente” y eso haremos este 23 de enero, porque nuestras aterradoras similitudes con aquel pasado nos obligan y porque nos es prohibido olvidar.