La dictadura en la playa y la democracia en la cárcel, por Alfredo Jimeno

thumbnailalfredojimenoHace unos días salió a la luz pública una noticia aberrante, de esas que llenan de indignación y vergüenza a cualquier persona de bien, y también de esas que, lamentablemente y muy a nuestro pesar, se han convertido en la regla habitual de la Venezuela de hoy. Me refiero al escandaloso tiroteo sucedido el fin de semana pasado en playa Parguito, en el estado Nueva Esparta, entre Wilmer Brizuela alías “El Wilmito” y otros delincuentes que estaban por la zona.

Según los periodistas especializados en el área de sucesos, Brizuela es el pran del Internado Judicial de Vista Hermosa en el estado Bolívar. Un delincuente con amplio prontuario. Sobre él pesa actualmente una pena de cárcel que acumula en total poco más de 23 años, ello por la comisión de los delitos de homicidio, secuestro y extorsión. Pero a pesar de todo eso, Brizuela, el fin de semana pasado, en lugar de estar en la cárcel pagando su condena, estaba feliz e impunemente disfrutando de un alegre día de playa, sol y arena en la isla de Margarita.

¿Por qué un delincuente convicto y confeso, cabecilla activo de una peligrosa banda criminal, que ha sido procesado, juzgado y sentenciado a cumplir una condena que aún no acaba, está de vacaciones en una famosa y concurrida playa del Caribe y no en su centro de reclusión penitenciario? Las autoridades han respondido diciendo que Brizuela contaba con un permiso de confianza mutua por su buen comportamiento, algo que no solamente es cínico sino además ilegal, dado que criminales como él, con un prontuario tan extenso, no pueden aplicar para tales beneficios. Pero más allá de la justa indignación y de la manifiesta arbitrariedad de este hecho, tal vez la pregunta más importante y pertinente en este difícil momento histórico que vive nuestro país no sea esa sino esta: ¿Por qué mientras “El Wilmito” estaba bronceándose, descansando sobre finas arenas blancas y al arrullo suave de las olas, los más de cien presos políticos que hay en Venezuela, cuyo único delito no ha sido otro que el de pensar distinto y luchar por un cambio democrático, se encuentran injustamente encerrados en condiciones infrahumanas, violándoles sus derechos más elementales y siendo objeto de humillaciones sistemáticas? ¿Por qué mientras “El Wilmito”, amparado bajo el cobijo del Estado, contoneaba su piña colada y disfrutaba del paisaje playero en Margarita, a Leopoldo López lo aíslan y le suspenden las visitas familiares, a Delson Guarate no le prestan el auxilio médico que con urgencia requiere para salvar su vida, a Daniel Ceballos lo mantienen secuestrado sin que avance su juicio y, entre otros más, a los jóvenes en los calabozos del SEBIN de Plaza Venezuela ni siquiera los dejan ver el sol? ¿Por qué?





Ante estas interrogantes que con razón saltan a la mente, un breve vistazo a la historia nos da una respuesta sencilla y a la vez contundente: para las dictaduras delito solo hay uno: oponerse a ellas; y todo lo demás que no afecte su estabilidad en el poder (léase, crímenes comunes como: asesinatos, violaciones, extorsiones, secuestros, narcotráfico, corrupción, etc.), son tan solo unas faltas menores o, cuando menos, ni siquiera eso.

Las dictaduras comunistas del este de Europa (Bielorrusia, por ejemplo), destacan por apresar a sus opositores mientras que a los criminales comunes no solo los tratan con indulgencia, sino que en algunos casos les encargan a ellos la tarea de reprimir y someter a grupos políticos no afines al partido de gobierno. Eso mismo sucede hoy aquí. Tenemos a una dictadura que le da carta blanca a los criminales para que hagan de las suyas y sometan al pueblo a través del miedo y la inseguridad, al mismo tiempo que apresa, tortura e incluso mata a quienes aspiran y luchan por materializar un cambio político democrático, pacífico y constitucional.

Hoy, la dictadura está en la calle y su resultado es evidente (hambre, escasez, inseguridad, represión, miedo, etc.), mientras que la democracia está presa en Ramo Verde, en El Helicoide, en La Tumba y en tantas otras cárceles oprobiosas. Nuestro deber político, histórico y moral es uno solo: luchar contra la dictadura hasta hacerla pagar por sus crímenes y liberar la democracia.