Juan Marcos Colmenares: Una ilusión de democracia

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“El que vive de ilusiones, muere de desengaños” (Anónimo)





Después de sucedida la Primera Guerra Mundial, Venezuela era un país fundamentalmente rural con una economía sustentada por la exportación de productos agrícolas, especialmente café y cacao; donde prevalecía la miseria, la pobreza extrema y la desigualdad. Era un país semi-feudal, empobrecido, mísero y maltratado por los desórdenes políticos padecidos desde el siglo XIX; con una sociedad terriblemente injusta, resultado de una mala organización social y por sus gobiernos militaristas y autoritarios.

Es en esos tiempos y debido a la creciente demanda de energía por parte de las grandes potencias, cuando en Venezuela se inicia una etapa de explotación del petróleo por el imperio mundial de las compañías de hidrocarburos. Al mismo tiempo nace una incipiente clase obrera, una clase media sin compromisos con el pasado y una pequeña burguesía. Pero también emerge una generación de jóvenes estudiantes que piensan políticamente el país y toman conciencia de su tragedia. Y que por un proceso de meditación, primero como una reacción humana en contra de la injusticia social; y después como una reacción en contra de la opresión política, concluyen en la necesidad de un gobierno de concepción democrática, libertades e instituciones.

Es así como empieza ese largo y penoso periplo histórico, que lleva a los constructores de nuestra democracia a diseñar un proyecto político de transformación estructural de la política venezolana, en torno a sus necesidades y con métodos modernos de organización. Conciben el Plan de Barranquilla, organizan movimientos, fundan partidos políticos, estudian y se preparan. Reúnen a la clase media, a obreros, a campesinos y a grupos estudiantiles, de profesionales e intelectuales, despertando en el venezolano sus cualidades intrínsecas. En 1945, con la llamada Revolución de Octubre, inician la transformación política y social del país al aplicar los principios fijados en el Plan de Barranquilla. Y en 1958, con el Pacto de Puntofijo acuerdan un compromiso de gobernabilidad en defensa de la constitucionalidad y la democracia.

Pero el modelo político y económico se venía agotando. Y aunque Carlos Andrés Pérez en su segundo gobierno lo detectó y trató de modernizar el país y realizar una transición, un cambio, con ajustes económicos y una redefinición política del estado; el virus del militarismo y de la autocracia que creíamos superado pero que solo estaba dormido, había contaminado a las fuerzas armadas, a sectores de la sociedad civil, a medios, empresarios y hasta partidos políticos. El Caracazo y los intentos de golpe de estado del 4 de febrero y del 27 de noviembre de 1992 frustraron esas reformas y lo obligaron a retroceder. Y finalmente, los vetócratas (Francis Fukuyama – El fin de la historia) y los promotores de la antipolítica se encargaron de provocar su destitución; que consideramos fue el punto de quiebre del deterioro de nuestras instituciones, del derrumbe político, económico y social del país y de la pérdida de la democracia. Esa creencia de que éramos una democracia sólida, porque teníamos 40 años de gobiernos alternativos, en opinión de la profesora Charito Bernardoni, solo “fue una ilusión de democracia”.

Tenemos 18 años de oscurantismo. En estos momentos el país está paralizado por la incertidumbre, la angustia y el desaliento; pero nuevas organizaciones políticas y nuevos líderes han tomado el relevo para recuperar la democracia. Nuestra generación tiene pendiente la importante tarea de rescatar la confianza y representatividad de las instituciones, de crear sistemas de pesos y contrapesos y un poder judicial confiable; de atacar la corrupción y la impunidad, de establecer una real separación de poderes públicos, de crear árbitros capaces de dirimir conflictos; y de fortalecer los partidos políticos como instrumentos de cambio, porque no hay democracia sin partidos políticos.

Es necesario salir de este régimen de oprobio, despotismo y militarismo. Apostamos por una solución civil, porque un político que asuma la democracia como propósito y estilo de vida y como la base fundamental de sus convicciones, debe combatir la dictadura y la autocracia con democracia.

*Abogado
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@JMColmenares