Justo Mendoza: De la paz y el entendimiento, o sobre temerarios y fanáticos

Justo Mendoza: De la paz y el entendimiento, o sobre temerarios y fanáticos

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Fue Ghandi quien dijo “la paz es el camino”. Mas la paz, vista como condición necesaria para el desarrollo, no está al final de una curvilínea en un croquis, por lo que, para lograrla, no basta recorrer el trecho faltante pues la paz no es únicamente una condición física, o política, o económica; es eso y algo más: es un estado social de confianza en que no habrá sobresaltos pues las condiciones para tales, como la desconfianza, el odio y la división social a causa de ideologías o por inequidades han sido controladas de tal manera que no tienen posibilidades en la sociedad. Por ello la paz hay que procurarla, trabajarla, promoverla y sobre todo lucharla.

Por Justo Mendoza





Luchar por la paz es recurrir a métodos y estrategias que hagan posible, primeramente, reconocer los factores que impiden o hacen difícil crear un clima de paz –fácilmente identificables en Venezuela- y avanzar hacia ese “estado social de confianza”, gradualmente, pues a diferencia de la violencia y la guerra la paz no estalla, sólo se avanza progresivamente al clima de paz, hacia niveles deseables, más que ideales. Y en segundo término, construir condiciones para asegurarla y consolidarla: diseñar una estrategia para la paz, entre la que cuenta, y que a los venezolanos nos atañe, la sustitución del mal gobierno de manera democrática, constitucional, electoral y pacífica como condiciones superiores para el cambio de gobierno que impedirán el salto-atrás autoritario y la revulsiva dictatorial.

Es el trabajo político de la unidad democrática; y tal es la estrategia seguida que hasta quienes no la comparten la impulsan y la aceptan, porque entienden o intuyen que Venezuela quiere paz. Ese deseo de paz es lo que diferencia del gobierno a la inmensa mayoría de los venezolanos, un régimen dominante, sectario, que cultiva la confrontación y el caos, incapaz que genera violencia. Eso, la paz, también los separa de los radicales temerarios del anti gobierno, envanecidos con frases bien acuñadas que glorifican la violencia en nombre de la democracia y la libertad. Ambos, gobierno y anti gobierno, patriotas y apátridas, dependiendo de “el lado de la historia en que se encuentren” –y de quien lo vocifere– son quienes oran y se arrodillan ante sus altares de utilería y rezan consignas divisionistas y excluyentes ¡No volverán! ¡Ahora o nunca!: son posturas definitivas negadoras de la cultura democrática, del entendimiento, del diálogo y de lo electoral. Idolatran el poder y ven en el radicalismo la opción extrema de mantenerse en el o lograrlo. Son éstos, los fanáticos del gobierno y del anti gobierno, los reales enemigos de la paz. No les conviene el diálogo ni el entendimiento, buscan derrotarse, no reconocerse.

El gobierno, empecinado en mantenerse en el poder para proteger privilegios, habla de diálogo como si fuera su propiedad y, fingiendo condescendencia, lo ofrece como concesión graciosa a la oposición. El radicalismo temerario anti gobierno rechaza de antemano todo diálogo y entendimiento, los vitupera acusando a la unidad democrática de pactos infames y vínculos secretos con el régimen. Ambos, fanatizados, apuestan a la esterilización de todo entendimiento pues saben de sobra que de darse, su resultado no les será favorable: el diálogo en Venezuela es para cambiar, para superar la tragedia nacional y encontrarse con la paz. Saben estas delirantes minorías que electoralmente, con el inestimable valor del apoyo popular, el gobierno será derrotado; y el anti gobierno violento que lo asemeja será anulado y se conquistará la paz. Saben que la paz no es ideología ni es historia, es el presente conquistado por el pueblo que hace historia, no lo que narran, cuales adivinos de feria, los héroes del todo o nada, gobierno y anti gobierno hablando el mismo idioma. Como ayer, quienes no repararon del peligro de llegar al poder jineteando el caballo de la violencia, hoy nuestros autodenominados libertadores, filósofos de “a la calle sin retorno”, optan por el lance relancino de la huida del repudiado gobernante, sin sopesar los dolorosos costos –ahora y a futuro– de tal salida ni valorar la opción constitucional, maltrecha pero viva, que nos vacunaría contra la asonada y el aventurerismo militar.

Más temprano que tarde el régimen de Maduro “pedirá cacao”. El fracaso en todos los órdenes lo asedia. El saldo de destrucción y sangre lo acusa. No tiene posibilidades de recuperación por cuanto él, Maduro, es el factor condicionante del fracaso. Será la ocasión del diálogo y entendimiento para bien del país. Aceptaremos diálogo si se cumplen las condiciones que ha establecido la MUD, comenzando por el cronograma de elecciones regionales y la restitución plena de atribuciones, competencias y potestades de la AN; sin descartar elecciones generales si la realidad así lo dicta. No nos intimida o acompleja ni la faramalla del gobierno ni los agravios patrioteros del anti gobierno: no debe animar a los venezolanos ni el fanatismo, ni la venganza, ni menos la creencia de que el poder es un trofeo para los más temerarios. Esta lucha no es para contar muertos. Sería volver a la montonera. La unidad democrática tiene pueblo, tiene líderes y tiene un plan estratégico electoral y constitucional que triunfará, para nostalgia de las viudas del fanático y sectario socialismo fracasado y los zombis de la temeridad insepulta.

Justo Mendoza