La lucha que hoy se libra en las calles, no es solo por la Constitución y la democracia, es también una batalla para emancipar al país del castrismo cubano que nos regenta con la complicidad chavista desde hace 18 años.
Por Ramón Peña
El castrismo es una revolución parasitaria. Luego de ser amamantada por la Unión Soviética durante 40 años, el chavismo la ha subvencionado desde 1999 con descarada larguesa: petróleo a precio placentero, transferencias millonarias disfrazadas de pseudo médicos y entrenadores deportivos, jugosas comisiones y sobreprecios en nuestras importaciones y hasta una fianza de seis millardos de dólares, con la firma de Chávez en 2011, para el financiamiento chino de Cuvenpetrol para un gran sistema refinador de crudo y de gas natural en la isla.
Es reconocida y temida la intervención del G2 cubano en sistemas civiles y en los cuarteles. El ataque brutal, la inclemencia y el odio de la fuerza pública contra la oposicion, en estos dos meses, también tiene sello castrista: no es de venezolanos, es tutelada por extranjeros que no tienen a nadie a quien llorar en esta tierra. Son invasores. Por eso, la batalla que hoy se libra es de liberación nacional contra una fuerza foránea a la que recurre el madurismo para perpetuarse en el poder y huir de la justicia.
Mañana, cuando amanezca la Venezuela Libre, una acción que reclamarán los venezolanos y que honrará la memoria de los caidos, será cortar todo vínculo diplomático y comercial con la Cuba castrista que ha fagocitado nuestra riqueza y ensangrentado nuestras calles.