Ángel Rafael Lombardi Boscán: Bolívar como héroe trágico

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Simón Bolívar tuvo una “responsabilidad histórica” en la destrucción de Venezuela durante la Independencia (1810-1830). Abordar críticamente la actuación de un Dios laico como Bolívar es una osadía porque su epopeya mitológica coloniza toda nuestra historia. Poco sabemos del Bolívar humano, falible y perdedor. Su grandeza político/militar la obtiene en Boyacá (1819), porque antes era un caudillo más entre tantos otros. Sólo el éxito acompaña a los ganadores. Y aun así hubo escandalosos desacatos como el de Piar, el verdadero Libertador de Angostura en 1817; y el díscolo Páez que sabía bien que sus llaneros representaban la primera lanza de los independentistas, hasta llegar al rival más peligroso de todos: el “amigo” Santander, que trató de asesinarle en Bogotá en la famosa conspiración septembrina del año 1828.

Bolívar, y basta para ello revisar su correspondencia privada de sus últimos tres años antes de su fallecimiento, fue un hombre deprimido y agotado por un complejo de culpa que nunca le abandonaría. Se sabía protagonista del derrumbe del mundo colonial de dónde provenía y que la “nueva nacionalidad” era un proyecto incierto porque intuyó con lucidez que los caudillos regionales y comarcales iban a capitalizar el desorden y la desolación en que había quedado el país: de unos amos se pasaría a otros nuevos sin modificar radicalmente la sociología de la época. Adicionalmente, nunca les tuvo fe a sus compatriotas de los estamentos sociales inferiores, ya que siempre temió al tumulto de la pardocracia (“enemistad natural de los colores”).





Bolívar fue un blanco mantuano de la aristocracia criolla colonial, un rico heredero de haciendas y esclavos; una ambición desmedida de vanidad y poder absoluto sólo tibiamente solapada por una conciencia republicana moralmente inestable. En el Discurso de Angostura (1819), no se ha dicho por elegancia y respeto solemne al Padre de la Patria, que en ese fundamental documento, marcó la doctrina militar que posteriormente serviría de coartada ideológica para que nuestros generales montoneros y golpistas limpiaran sus ambiciones fuera de las leyes y reglamentos hasta el día de hoy. Bolívar entendió que vivir en la guerra era preferible a sostenerse en la paz ya que las rutinas de ésta última las había hecho volar en un millón de pedazos por los aires.

Después de todo, el mismo Libertador, hasta extrañaría el mundo colonial. “Créame usted —le dijo—, nunca he visto con buenos ojos las insurrecciones; y últimamente he deplorado hasta la que hemos hecho contra los españoles”, en carta dirigida a Estanislao Vergara en 1830. Ese “arar en el mar” no fue otra cosa que la conciencia de su fracaso político aunque se haya llenado de aplausos como estratega militar. Bolívar tuvo una personalidad psicológicamente obscura como todo gran hombre en la historia, sólo que detallar los estudios psiquiátricos sin complejos y honduras sobre tal personaje, serían devastadores para la memoria de un país que hizo tabla rasa de lo fundamental de su pasado: el periodo hispánico.

El pesimismo bolivariano, pocas veces advertido, dentro de un culto del súper héroe monopolizador, queda en evidencia en el hecho de que nunca se tuvo una clara idea de la emancipación por parte del sector blanco mantuano a partir del año 1808 cuando la Metrópoli fue invadida por Napoleón. No hubo tiempo de preparar ninguna legislación seria y realista que garantizara una transición pactada y gradualista. La guerra civil hizo de Venezuela la América militar. En vez de avanzar lo que se produjo fue una involución en términos de la estabilidad socio/política. La ideología patriota bolivariana posterior se encargó de encubrir éste capital defecto.  

ANGEL RAFAEL LOMBARDI BOSCAN

DIRECTOR DEL CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS DE LUZ

@LOMBARDIBOSCAN