Rut Diamint y Laura Tedesco: Nicolás Maduro y la Viuda de Perón

Venezuelan National Assembly employees remove from the building  pictures of late President Hugo Chavez, in Caracas on January 6, 2016. Venezuela's opposition on Tuesday broke the government's 17-year grip on the legislature and vowed to force out President Nicolas Maduro despite failing for the time being to clinch its hoped-for "supermajority." AFP PHOTO/RONALDO SCHEMIDT / AFP / RONALDO SCHEMIDT

 

 





Juan Domingo Perón era tan desconfiado, que cuando se presentó como presidente en 1973 armó su fórmula con su mujer como vice presidente. Perón no pudo dirimir su sucesión – mi único heredero es el pueblo, sostenía con picardía. Al morir Perón en julio de 1974, María Estela Martínez de Perón, conocida como Isabelita, asumió la presidencia. Su gobierno recrudeció la confrontación armada entre la izquierda y la derecha peronista y le abrió la puerta al golpe militar de 1976 y su política de aniquilación. Fue tal el caos y el miedo, que muchos peronistas esperaban el funesto golpe.

Hugo Chávez era tan desconfiado, que cuando asumió su muerte inminente nombró a Nicolás Maduro como sucesor. Tres días después de su muerte, Maduro asumió la jefatura del Estado y del Gobierno como «presidente encargado de Venezuela» y, el 14 de abril de 2013, las elecciones lo refirmaron como presidente constitucional.

En Argentina, durante el gobierno de Isabelita, la creación de la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A) incrementó el terror. Trescientos muertos entre 1974 y 1975 dan cuenta de ello. En junio de 1975, una devaluación del 160 por ciento pasó a la historia como el Rodrigazo, en honor al ministro de Economía, Celestino Rodrigo. La inflación sobrepasó el 700 por ciento anual. Perón había representado el retorno democrático, el fin de la proscripción y la esperanza de un gobierno popular. Pero precipitó la violencia, tanto la ejercida por las guerrillas de izquierda como por los militares y paramilitares de derecha. La presidenta Martínez sobrellevó con limitada pericia la tensión de un Estado polarizado, inclinando la balanza hacia los sectores más reaccionarios del partido, tuvo desaciertos para manejar una economía en crisis, comenzando por el cambio del ministro de Economía que había construido puentes entre el sector empresarial y sindical. La presidenta encendió aún más el tradicional discurso peronista del pueblo y la antipatria.

Es sabido que Hugo Chávez tomó del peronismo muchas ideas, asesorado incluso por un controvertido sociólogo peronista, Norberto Ceresole. Se pueden encontrar muchos puntos en común tanto en lo político, como en lo económico y lo ideológico. También es cierto que hay sobradas diferencias: el contexto internacional, la globalización económica, la reconversión capitalista de Estados comunistas y, a nivel nacional, estructuras económicas distintas, sociedades con distintas experiencias de militancia y de partidos políticos.

Ni Perón en su vejez, ni Chávez en su enfermedad fueron lo suficientemente responsables o generosos para formar sucesores, abrir la puerta a líderes jóvenes o comenzar un diálogo con opositores para asegurar la paz social tras su muerte. Por el contrario, los dos parecen haber asegurado aquello de “después de mí, el diluvio”.

Maduro e Isabel no pudieron continuar un proceso marcado por el personalismo, el autoritarismo individual y excluyente. Siempre tratando de imitar a sus maestros, pretendieron ser autoritarios sin el carisma de sus antecesores. Siguieron el plan trazado sin ser capaces de ajustarse a escenarios regionales e internacionales cambiantes. Con una legitimidad heredara, mostraron su incapacidad para gobernar.

Nicolás Maduro no puede seguir alegando que la burguesía tradicional y los poderes asociados al imperialismo son los que han destruido al país. Al igual que la viuda de Perón, el presidente venezolano no muestra tener las herramientas que le permiten gobernar, especialmente en un escenario crítico. Quebró lo que quedaba del sistema institucional. Su presidencia ya empezó erradamente cuando la banda presidencial le fue colocada por la hija de Chávez. Permitió que bandas forajidas aterrorizasen a la sociedad venezolana. Isabel, por su falta de autoridad y capacidad, dejó a la Argentina sumida en una violencia fratricida, un gobierno militar que desapareció a 30.000 personas y envió a morir en las islas Malvinas a jóvenes soldados inexpertos.

¿En qué marco interpretar estas situaciones? Max Weber enfatizó el problema de la sucesión bajo la dominación carismática. ¿Cómo puede reemplazarse a un líder político que se ha convertido, a través de su propio discurso y gracias al contexto nacional e internacional, en el dueño de la verdad y del destino de su pueblo? El líder personalista y concentrador de poder difícilmente prepara sucesores. Su partido político no funciona independientemente. Tanto Perón como Chávez formaron movimientos políticos alrededor de sus figuras: el Movimiento Justicialista, también conocido como Peronista, y el Partido Socialista Unido de Venezuela. Ni Perón ni Chávez pensaron en el impacto político de su mortalidad. Ni sus partidos ni sus asesores más cercanos fueron capaces de evitar el conflicto social que trajo su muerte. Un líder carismático puede reemplazarse en contextos en los que las instituciones del Estado son sólidas y no hayan sido menoscabas por el ejercicio personalista del poder. En el caso argentino, las instituciones se encontraban en un momento de fragilidad, después de años de golpes militares y democracias débiles. A diferencia de Argentina, donde el General Perón no contaba con el apoyo de sus fuerzas armadas, en Venezuela las instituciones fueron vaciadas de poder: las fuerzas armadas y la justicia eran leales a Chávez, no al sistema democrático, y la Asamblea delegaba su poder a través de las leyes habilitantes.

En ambos casos había líderes carismáticos que deterioraron las instituciones democráticas, concentraron poder, manipularon las leyes, neutralizando de esta forma el juego de los partidos políticos. Este tipo de liderazgo vacía de poder a instituciones y opositores. Esto refuerza la incapacidad de generar sucesores y reafirma esa sensación de abismo.

Hay un tercer aspecto del legado que dejan estos líderes personalistas: el populismo. En nuestra región, el populismo como modo de representación política y forma de liderazgo ha sido predominante. Las democracias han sido castigadas por la emergencia de líderes populistas que han polarizado las sociedades, deteriorado la rendición de cuentas y debilitado la división de poderes.

La combinación de estos elementos y la concentración de poder en sus manos, deja un terrible vacío con su muerte. El carisma no los eterniza físicamente.

A la muerte de estos líderes carismáticos, las instituciones de mediación política quedan devastadas. A los sucesores no se les transfiere el carisma, y, además, heredan todos los errores de sus antecesores, sin la capacidad de convencer o apaciguar, como lo hacían Perón o Chávez con la retórica que exhibían para controlar a seguidores y opositores.

Enfatizar las similitudes no nos inhibe de marcar una diferencia crucial: mientras que en Argentina Isabel fue depuesta por un golpe militar cruento, en Venezuela los militares no quieren cambios. No es que desechen conducir el Estado. Es que ya han tomado todo el poder.

Esta diferencia no es menor, pues el recurso último para sostener el gobierno de Nicolás Maduro es la lealtad de las fuerzas armadas. La Fuerza Armada Nacional Bolivariana no sólo tiene el monopolio de la violencia estatal, sino que también centraliza la ayuda social (Gran Misión Abastecimiento Soberano), la conducción política y el manejo de negocios estatales y privados (agroalimentario, farmacéutico e industrial). Las milicias populares completan el cuadro, tal como sostuvo el Ministro de Defensa, Vladimir Padrino López: “Hoy la milicia bolivariana es un concepto estratégico, es un arma estratégica que no solamente representa la unión del pueblo, es una bisagra entre el pueblo y la Fuerza Armada, sino que también es el pueblo en armas” (Diario Excelsior, México, 26 de mayo de 2017). Mal puede pensarse en reconciliación o consenso si se propicia un pueblo en armas.

En el caso argentino, había una alternativa política al gobierno de Isabel que no se vislumbra en Venezuela. En ambos casos, los herederos despilfarraron el capital político de sus antecesores y sumieron a los países en la violencia. La Argentina desembocó en un gobierno militar que impuso el terrorismo de Estado. El futuro cercano de Venezuela es, por ahora, incierto. Lo que está claro son los riesgos que acarrean los personalismos carismáticos. El legado último de Perón y Chávez se destruye rápida y violentamente.

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Rut Diamint es Profesora de Relaciones Internacionales en la Universidad Torcuato Di Tella, Buenos Aires, e Investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

Laura Tedesco es profesora de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales en la Universidad Saint Louis / Madrid.

Publicado originalmente en Democracia Abierta