Carlos Blanco: Poder en disolución

Carlos Blanco: Poder en disolución

Carlos Blanco

Maduro no se cae: se disuelve. El ejercicio continuo del poder siempre desgasta, aun a los más impecables demócratas; el ejercicio autoritario lo disuelve más rápido y de allí la necesidad de recurrir a la violencia en la medida en que se agota la legitimidad. En el caso del chavismo en su etapa más ruinosa y perversa, con Maduro a la cabeza, no queda nada de legitimidad –ni siquiera ante los propios- y lo que resta es quedarse, exhaustos, aferrados del último madero flotante después del cataclismo.

El régimen no se sostiene por el fervor de las masas ni el entusiasmo de sus dirigentes; todavía existe por la represión del Alto Mando Militar, la Guardia Nacional, de la Policía Nacional y de los grupos paramilitares. En la medida en que la sociedad civil ha abandonado todo vestigio de apoyo a los próceres rojos, el cuerpo de la revolución ha quedado en el hueso, con hilachas de músculos, con vísceras desperdigadas, sin solidez política e institucional. La medida de lo que es el régimen es la situación del Estado venezolano y de sus instituciones: directivos-camisa-roja operando un chantaje abierto a los empleados públicos, militares que blanden sus armas para amenazar a quienes debían proteger y para proteger a quienes deberían ponerle los ganchos, funcionarios de alto nivel en el proceso de llevarse hasta los lápices y las engrapadoras, mientras procuran enviar a sus familias –si es que no lo han hecho ya- a destinos más amables. El Estado como sistema de instituciones está inhabilitado, el gobierno no funciona salvo en lo que significa represión, y la administración pública está poseída de una especie de rigor mortis.





El régimen repta todavía porque tiene el piloto automático. Hay funcionarios que no ven salida porque están incursos en corrupción, violaciones a los derechos humanos, narcotráfico y, en algunos casos, vinculaciones al terrorismo internacional, y por eso prefieren resistir a ver si ganan tiempo, las condiciones cambian, y pasa el vaporón. Mientras tanto, se han dado cuenta, unos antes y otros después, que son capaces de matar. Hace años a muchos de los “luchadores sociales” les parecía innecesario matar, ahora lo ven como condición necesaria para mantener el control del poder. Sólo que en su conciencia tiene un barniz para que la sangre se diluya en las necesidades de la revolución.

Sin embargo, ya no hay poder en el sentido político del término sino mandarria, plomo, ganzúa, gas, perdigones, y otros sustitutos del juramento en el Samán de Güere. Los payasos del horror.