Los loverboys que prostituyen a menores en Holanda

Los loverboys que prostituyen a menores en Holanda

Dibujo realizado por Alexandra, víctima de la explotación sexual
Dibujo realizado por Alexandra, víctima de la explotación sexual

 

Alexandra quería ser popular entre los chavales de su instituto, pero nunca se imaginó que ese deseo daría un vuelco a su vida. “Me acerqué a unos chicos porque eran muy temidos por los niños de clase, me sentía más poderosa teniéndolos de mi lado, pero nunca imaginé que acabaría siendo un objeto que pasaría de mano en mano, que me iban a prostituir en coches y a plena luz del día”, relata esta joven de Países Bajos, quien a sus 25 años ya ha pasado por manos de decenas de hombres, en contra de su voluntad. Ha estado ocho años controlada por los conocidos como los ‘loverboys‘, chavales que utilizan el engaño y el chantaje para ‘enamorar’ a jóvenes menores de edad y acabar obligándolas a prostituirse en las calles de un país donde la prostitución no forzada es legal, publica El Confidencial.

La historia del proxenetismo escolar tiene siempre los mismos protagonistas: jóvenes menores de edad, conocidos por todos, que se fijan en chicas adolescentes para manipularlas psicológicamente hasta obligarlas a actuar a su merced. Según datos oficiales, cada año decenas de niñas caen en manos de un grupo, o una persona, que las prostituye. La relación entre Alexandra y su “loverboy” empezó en el patio del colegio donde estudiaban. Le hicieron sentirse importante. “Tenía 15 años, era una chica normal, vivía en una familia feliz, rodeada de mis hermanos mayores. No había sufrido ‘bullying’, simplemente me acerqué a ellos para ser más popular”, relata a El Confidencial, mientras se enciende su enésimo cigarro y acaricia a su perro.





 Alejandra de espaldas a su dibujo, que denuncia el proxenetismo escolar en Holanda
Alejandra de espaldas a su dibujo, que denuncia el proxenetismo escolar en Holanda

 

Quiere mostrarse fuerte. Asegura que ya ha superado todo lo ocurrido, pero el temblor de sus manos y el movimiento continuo de sus piernas la delata. Tan solo han pasado un par de años desde que ha empezado a recuperar la normalidad, mientras da charlas en los colegios sobre esta problemática que vive Holanda. A pesar de haber legalizado la prostitución, voluntaria y ejercida por mayores de 18 años, y de tener inmensos barrios rojos repartidos por diferentes ciudades del país, Holanda ha dejado cabos sueltos: los “loverboys”, los amantes que exigen a las niñas prostituirse para hacer caja a sus proxenetas, escapando a la vigilancia de las autoridades, padres y educadores.

“Eran chicos de mi misma edad. Algunos de mi clase. Quedamos un día y me presentaron a un hombre mayor que les pasaba droga. Me dijo que tenía que vender yo también, como el resto del grupo. Me aseguró que nunca me pillarían y que será divertido. Lo hice unas diez veces, hasta que me empecé a sentir mal y tener miedo a que mis padres lo descubrieran”, rememora esta joven. Su temor hizo que quisiera alejarse de todos esos chavales y de su nuevo mundo, pero ya no había vuelta atrás. “No se lo tomó nada bien. Me amenazó con ir a la Policía y decirles lo que había hecho. Me dijo que ahora tenía que darle dinero, de otra manera: prostituyéndome. Me violó y luego empezó a llevarme de coche en coche para acostarme con otros hombres”, relata, sin descomponerse y ayudándose de las caladas a su cigarro.

Un negocio despiadado

Estuvo todo el curso con su destino atado al humor de su proxeneta. La recogía cada mañana y se la llevaba a Rijswik, una zona residencial a unos 20 minutos de La Haya, donde atendía a la clientela. “Me acostaba con hombres durante el día porque, claro, de noche mis padres no me dejaban salir.

Él lo tenía todo calculado para que nunca me pillasen. Me sacaba de clase y el colegio nunca llamó a mis padres”, lamenta, sobre sus inicios en la prostitución forzada. La niña que nunca faltaba a clase y que siempre iba con un boletín de buenas notas a sus padres, cambió radicalmente de vida. Empezó a fumar y a descubrir las drogas de manos de un proxeneta. “Una amiga se chivó sobre ‘los chicos malos’, pero mi madre no quiso creerla, le dijo que yo era una buena chica y que era impensable que estuviese haciendo eso”, dice. Cuando su madre vio que su niña, adoptada, se maquillaba cada vez más, pensaron que su pequeña “era una adolescente y estaba cambiando por la edad”, confesó la progenitora, una década después.

Alexandra se acostaba con esos hombres vigilada por un señor que rondaba los cuarenta. “A mí no me daban dinero, los clientes se lo entregaban directamente a él, que lo manejaba todo. Me tenían controlada, amenazada y eso sí, me drogaban siempre”, advierte. Un día, de repente, nadie vino a recogerla a la puerta del colegio. Los muchachos entraron a clase como si nada estuviese pasando. Y ella hizo lo mismo. Su “dueño”, como se refiere a él a veces, había sido detenido por la policía, acusado de tráfico humano y de prostitución forzada. Ella no era su única víctima, según las noticias.

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