Terrorismo dentro y fuera, por Freddy Marcano

 

 

 





Lamentamos mucho el reciente acto terrorista de Barcelona. Consabido, forma parte de la violencia fundamentalista, esta vez religiosa, como racial ha sido la demostración de  Charlottesvile, salvando las distancias entre una y otra tragedia. La pérdida de vidas humanas, los numerosos malheridos y el profundo impacto psicológico, ilustran las consecuencias de un regreso a la etapa más oscura del medioevo, como una vez advirtió Umberto Eco. Y es que, cuando no se le ataje a tiempo, la intolerancia adquiere una dinámica infernal que encuentra límites ante la zozobra colectiva y la impotencia de las autoridades.

Mucho deseamos que el mal no cunda por este lado del mundo que, de un modo u otro, ha sabido de actos similares gracias a un fundamentalismo político de dictaduras o de pseudo democracias y de guerrillas que llegaron a lo indecible. Los principios y valores occidentales de convivencia en libertad se han ido desfigurando, no obstante, están severamente amenazados y, como en Venezuela, promovida la más cruda y morbosa represión desde los más altos niveles del gobierno, resistiéndose cada venezolano a aceptarla como algo normal, se crean condiciones para una incursión del terrorismo organizado y global que pone en jaque a la humanidad.

Decía alguien que el agresor comienza por agredirse a sí mismo al aceptar y celebrar ese trazo de inhumanidad que le pone la violencia al banalizarla. No logramos entender que el terror sea un oficio y el terrorista,  como si nada, también tenga o diga tener una vida normal en el ámbito personal y familiar, como lo retrató Hannah Arendt con su “Eichmann en Jerusalén”.  Pero ese terrorismo tiene facetas brutales y directas al lado de otras más disimuladas y no sabemos cuán indirectas. Ahora, a la vista de todo el mundo, en nuestro país se ha extendido un terrorismo de Estado que pasa por la muerte de jóvenes que protestan a la dictadura del modo más absurdo, pues, ellos lo han hecho de manera cívica y pacífica, sin arma alguna. Llega hasta las escenas más indignantes como la de linchar a un discapacitado a manos de un contingente de la Guardia Nacional, desnudar y golpear a seminaristas en Mérida por obra de los llamados colectivos armados y de violar a jovencitas, como refirió el violinista.

Arendt de nuevo en el tapete, no comprendemos cómo el operador de una tanqueta puede llegar a su casa, tomarse alguna cerveza en un distraído juego de dominó y hasta celebrar la primera comunión de algunos de sus hijos, después de haberle disparado a los muchachos. O que detenga a más de cuarenta muchachos en Maracay, estudiantes del Instituto Pedagógico para más señas, y lo remitan al lejano El Dorado, en medio del paludismo que ya afecta a dos de ellos. El fanatismo político conduce a hechos de tan nefastas y deplorables consecuencias. Digamos, Barcelona y Charlottesvile mostrándose en El Dorado, en la Carcel  de Amazonas, o en cualquier calle venezolana.

Más de 300 mil muertes violentas y prematuras de algunos años para acá, en nuestro país, hablan de ese terrorismo que ojalá no conecte con el que se ve en otras latitudes, resolviendo de un bombazo, en un solo acto, lo que acá se da con lentitud que abisma. Sin Estado, porque fallido y forajido es el venezolano, o lo que va quedando de él, en lugar de combatirlo, se pliega y lo reproduce. A lo sumo, esconde la terrible cifra de víctimas que como se relata no es más que inclusión de Antivalores en la sociedad Venezolana, o más coloquialmente valores que van en la escala negativa.