Elecciones Futuras y sus fantasmas, por José Luis Monroy

Elecciones Futuras y sus fantasmas, por José Luis Monroy

thumbnailjoseluismonroyHola que tal mi gente, en la primera mitad del siglo XIX, Dickens escribió una de sus obras más conocidas, Canción de Navidad. En ella, el protagonista recibe la visita de su antiguo socio, Jacob Marley, quien lo advierte de que, si no cambia sus costumbres, terminará como él mismo. Tras el aviso, tres fantasmas lo visitan: el de las navidades pasadas, el de las presentes y el de las futuras. Mr. Scrooge aprende, cambia, y tiene un buen final.

La Canción de Navidad es, a final de cuentas, una fábula en la que el protagonista aprende de sus errores y consigue ser feliz. El libro tuvo un gran impacto en la época y, a decir de los críticos de la época, transformó la vida de la sociedad inglesa. Pero parece que en Venezuela no hemos comprendido el mensaje que, en realidad, tampoco dice nada nuevo: los errores que cometemos en el pasado, si no nos damos cuenta y los corregimos, pueden tener consecuencias funestas.

En los procesos electorales resientes hemos tenido momentos de gran tensión, en los que la ceguera y ambición de los contendientes tuvieron al país entero en vilo. Es importantísimo entender que el encono creado no tuvo ninguna consecuencia positiva para el país, sino al contrario: nos vimos envueltos, como sociedad entera, en la lucha descarnada de dos grupos que lo único que buscaban era su propio beneficio, la obtención del poder a toda costa. Y sobre estas bases actuaron: si el objetivo hubiera sido la transformación positiva de nuestro país, las decisiones tomadas por ambos bandos habrían sido muy distintas. Ahora, en pleno proceso electoral, parece que las lecciones aprendidas han sido muy pocas.





Las declaraciones son cada vez más incendiarias, la persecución a los candidatos es cada vez más intensa. A todos. El ánimo en redes sociales, si es que puede considerarse como un termómetro válido de la temperatura del resto del país, está caldeándose por instantes.

Algunos medios comienzan a tomar sus propias banderas, y los titulares son cada día más agresivos. Los videos, las marchas, las declaraciones en los medios. Parece que todo tuviera que definirse el 15 de octubre, y que después ya nada va a importar. Para algunos los comicios del 15 de octubre revisten una gran importancia, para otros no.

En realidad, se convertirán automáticamente en la oposición, con las responsabilidades que esto implica: no se trata simplemente de bloquear las iniciativas de quien resulte ganador, sino de seguir representando a quienes votaron por ellos y velar por sus intereses a través de la negociación de políticas públicas con los demás partidos. ¿Quién ha tenido esta grandeza de miras a la Venezuela moderna? ¿De quién podemos esperar una oposición real, si la política venezolana es una colección de puñaladas por la espalda en la lucha por el poder? Ciertamente el pasado reciente no nos permite ser muy optimistas al respecto.

El fantasma de las elecciones futuras, para seguir con el ejemplo citado al principio, es el que nadie se atreve a ver. Los riesgos son enormes, de seguir como hasta el momento sin aprender de nuestros errores pasados: la intolerancia y la violencia verbal, cuando llegan a formar parte de la cotidianeidad, pueden ser la antesala de otros tipos de violencia. La inmovilidad legislativa por una oposición irresponsable podría llegar a términos insospechados, una constituyente fraudulenta regirá las elecciones de gobernadores, allí radica todo para el futuro, aún no se sabe el derrotero que tomará la crisis que vivimos y que podría arrastrarnos con ella El fantasma es silencioso, pero no podemos decir que no hemos visto hacia dónde señala.

El mundo no se acaba el 15 de octubre, y muy probablemente tampoco con los terremotos y huracanes que estamos viendo. Necesitamos darnos cuenta de que lo que está en juego rebasa las ambiciones de los grupos que hoy se disputan el poder, y estar muy conscientes de que la calidad de la oposición será determinante no sólo para acotar el poder del régimen. El nombre del juego es gobernabilidad democrática: este cuento todavía puede tener un final feliz.