Miraflores nos derrotó impunemente, por Jesús Peñalver

Miraflores nos derrotó impunemente, por Jesús Peñalver

Jesús Peñalver  @jpenalver
Jesús Peñalver @jpenalver

La peste no quería que votáramos. Esta es la gran verdad, incontrovertible e inatacable. De manera que ningún chavista cómplice –valga la redundancia- puede sostener lo contrario.

Todos ellos, anónimos y conocidos, nos odian, lo que equivale a decir que odian al país, y se niegan tercamente a su desarrollo y progreso. Nos pronunciamos el pasado 15 de octubre, y aun así Miraflores nos derrotó con todas sus ganas de hacer trampas y el perverso afán de perpetuarse en el poder a troche y moche, con casi todos los poderes del estado a su servicio, y desde luego, con una “fan enamorada”.

A pesar del hostigamiento, las amenazas, el miedo, la violencia y la desesperación provenientes del poder, la ciudadanía no se amilanó y salió a votar por los candidatos civiles de la oposición democrática venezolana, incluso quizá con pañuelo en la nariz, contrariado por este estado de cosas que nos aturde y por el innegable proceloso momento que vivimos.





Aun así, ratifico mi confianza en todo aquello que se oriente o conduzca a la unidad de propósitos, para enrumbar a Venezuela a mejores destinos, a superar esta pesadilla que sigue desgraciando sus instituciones, sus gentes y sus esperanzas por vivir en un país mejor.

No es posible que en un país –suena absurdo, kafkiano- donde se sufre por tanto y por todo, su mapa teñido de rojo sangriento otra vez aparezca, convocando a la angustia, al desasosiego, a la desesperanza y a la pérdida de fe.

Pataletas y golpes de pecho; búsqueda, hallazgo y echadera de culpas; analistas por doquier, entre otras muchas y variopintas circunstancias han surgido, luego de la derrota que nos propinó el gobierno, con el manejo grosero de los recursos que le da el Estado, el obsceno ventajismo, de suyo constitutivo de delito, y la terca manía de quien quiere gobernar a todo trance.

Hemos dicho, y aquí consignamos nuevamente, Miraflores nos derrotó.

Quien escribe no habla de fraude. Por creer conocer el derecho, en el entendido que todo en ello es prueba, que lo que no está en el expediente no existe, y que no bastan las presunciones, mal podríamos hablar de aquello tan odioso y nocivo para la democracia, como es el fraude electoral. Pero sospechar en nuestro derecho, inalienable e irrenunciable.

Ahora bien, en sentido estricto y suficiente como para impugnar en algunos casos, debemos contar con el cúmulo probatorio correspondiente y la firme voluntad del gobierno de dejarse contar, revisar o auditar. ¿Habrá acaso esa voluntad?

No estamos en condiciones –repetimos- de invocar fraude, sería irresponsable y poco favor le haríamos al país; pero ello no obsta para llamar la atención sobre el uso indiscriminado, abusivo y delictual de todos los recurso por parte  de un gobierno, que sintiéndose desplazado en muchas entidades por la opción de cambio, sin miramiento alguno no escatimó ningún esfuerzo para avasallar, arrear y amedrentar para lograr ganar en mala lid.

Reconozcamos orgullosos a esa importantísima porción de venezolanos que acudieron el pasado domingo a votar. Valoremos eso en términos políticos; asumamos que se votó por la opción de la Unidad, demócrata de profunda convicción libertaria, y que de haber logrado la victoria electoral, seguramente habrían cumplido su mandato con marcada y prominente  civilidad venezolana.

No pretendemos, ni por asomo, desconocer a esa otra parte del país que siguió (no importa el motivo, por ahora) votando por la opción continuista y militar del gobierno; compra sueños y conciencias; la misma que pretende eternizarse en el poder y ejercer a su antojo la mandonería.

Si decimos triunfo político ante la derrota de Miraflores, es porque ese digno pedazo de país acudió masivamente a votar, y ello  cobra mayor significación, porque se trató de una contienda desigual, donde no faltó el uso abusivo de los medios del Estado, de los fondos públicos y la obscena participación de casi todo el funcionariado en actividades de campaña o proselitismo, so pena de ser sancionados, pero seguros de que ninguna reprimenda provendría del servil cne, ni de ningún otro organismo subyugado al poder que hoy manda en Venezuela.

Así las cosas, y aunque Miraflores nos derrotó, evitemos caer víctima de la desmoralización, que es un riesgo que debemos conjurar en lo inmediato. Vienen más procesos, hay un camino, y nosotros debemos andarlo con la frente y el ánimo bien en alto. “Lo tenemos levantado, Señor”.

Con todo lo ocurrido, hay un triunfo más significativo, la derrota mayor sufrida por ese sujeto  aposentado en Miraflores: paso a paso, se ha ido recuperando la confianza de los venezolanos en el voto. O sea, de que ésta no es sólo un arma moralmente superior a los fusiles de los comandantes, sino también tanto o más eficaz que éstos. Más eficaz porque no depende de un hombre, que no dura para siempre, sino de un pueblo, que sí.

La trampa sale y el mundo nos está viendo.

Jesús Peñalver