¿Qué Futuro Tiene Tocuyito?, por Julio Castellanos

thumbnailjuliocastellanosEn nuestro país no solo tenemos diferencias económicas, sociales, culturales y políticas, también tenemos diferencias “temporales”. ¿A qué me refiero?, pues, a que si te encuentras en Naguanagua o en San Diego, en la Av. Universidad o en la Av. Julio Centeno, puedes experimentar la sensación de reconocer los logros de una sociedad del siglo XXI (o por lo menos algo cercano a eso) pero, si tomas un vehículo, y en cosa de minutos llegas hasta Tocuyito, Campo Carabobo, el Rosario, a las comunidades de La Habanera o La Trinidad, en realidad estarás experimentando un viaje en el tiempo directo al siglo XV. Te encontrarás, de pronto, con la dura realidad de una sociedad que vive entre la basura, el abandono público, la inexistencia de servicios de agua potable y aguas servidas, a ver la pobreza de muchos de nuestros conciudadanos que enfrentan a diario el drama del hambre, la violencia, el miedo, el misticismo y la ignorancia propios del oscurantismo medieval.

Quienes no salen del norte de la ciudad, las elites ensimismadas, aburridas y torpes de la autodenominada valencianidad, de usos ridículos de apellidos triples y que  convencidos están de que su pureza de sangre les otorga derecho a gobernar entre las cenizas que queden de una guerra que mandan a iniciar desde Twitter o Instagram, no conocen esas diferencias temporales. Son estructuralmente incapaces de comprender la naturaleza del conflicto existencial que tenemos entre manos.

Quienes no salen del municipio Libertador, encerrados por la fuerza de los barrotes de la miseria, el hampa, la precariedad y la informalidad laboral, torturados perennemente por medios de comunicación que, por efecto de la censura y la autocensura dictatorial, embrutecen e inhiben la existencia del ciudadano hasta convertirlo en súbdito. Cautivados por el opio de creencias religiosas y míticas que solo pueden prometer una vida plena después de la muerte como premio a vidas tristes, duras y agitadas. No pueden abstraerse a pensar en el mañana dado que, imprescindiblemente, deben comer hoy.





Solo hay un grupo, tan selecto y pequeño como trascendental, que puede “viajar en el tiempo” diariamente y ver ambos mundos, el del siglo XXI (con sus fallas) y el del siglo XV (con sus urgencias). Se montan en las llamadas iguanas (las pocas que quedan) y se trasladan a la Universidad. Son los jóvenes estudiantes, los trabajadores y docentes universitarios del Municipio Libertador quienes tienen acceso a una auténtica comprensión global de nuestro acontecer. Son ellos quienes saben que las diferencias ideológicas no impiden compartir un café y una conversación, los que reconocen que dialogar y negociar son prácticas inherentes al hecho democrático y que las dictaduras, conforme a la experiencia histórica global, se combaten con votos, ideas y organización política antes que con balas, imposiciones e inhibiciones.

¿Tocuyito y Campo Carabobo tienen futuro si dependen de ese reducido número de personas?, claro que sí. Lo sé porque también soy parte de esa comunidad universitaria que siente que los pasillos de la UC, los espacios abiertos del campus, el ambiente cultural de sus facultades y el contacto con la sociedad del conocimiento se parece a lo que podemos construir en nuestro municipio con un gobierno legítimo, civil y socialdemócrata. No sería nada fácil, pero se trata de una esperanza y una luz al final del túnel. La alternativa a esa esperanza es seguir como estamos: entre la bota militar y el pran del penal. La primera tarea es tomar conciencia de esta importancia. Ser capaces de notar la ausencia de funcionarios, líderes políticos y generadores de opinión pública en Libertador que hayan pasado primero por una Universidad antes que por un cuartel o una cárcel. Y, luego, actuar en consecuencia.

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