Fidel no ha muerto. O eso parece

Un hombre pasa frente a un cartel del difunto líder Fidel Castro, en La Habana, Cuba. © Yamil Lage / AFP
Un hombre pasa frente a un cartel del difunto líder Fidel Castro, en La Habana, Cuba. 

 

Cuba celebra el aniversario luctuoso del comandante en medio de un contraataque al mercado pese a la carestía generalizada

Por Pablo De Llano en El País (España)





Fidel Alejandro Castro Ruz murió hace un año, el viernes 25 de noviembre de 2016. Han pasado 365 días y Cuba celebra su aniversario luctuoso en una nueva fase de depresión social y económica. Actos oficiales honran su memoria y simpatizantes han enviado a La Habana desde Buenos Aires una enorme réplica de metal de la gorra del Comandante de 30 kilos de peso. La muerte del padre de la Revolución no ha revolucionado nada.

“No ha habido cambio alguno. Al contrario: ha habido un estancamiento y, en algunos casos, una regresión”, afirma Carmelo Mesa-Lago, catedrático de Economía de la Universidad de Pittsburgh. Juzga que la dirigencia cubana “entró en pánico” en marzo de 2016, tras la visita en que Obama se ganó el cariño de la gente y ensalzó a los microempresarios “como agentes de cambio económico pacífico”, a lo que Fidel Castro respondió en su último escrito público “que su estrategia [de EE UU] seguía siendo la misma, pero más sutil: desestabilizar el régimen empoderando al sector privado”. El líder histórico habló y el reformismo de mercado de Raúl Castro se paró.

“En abril en el VII Congreso del Partido Comunista se endurecieron el plan central, la oposición a la concentración de la riqueza y la regulación del sector no estatal, y en agosto se suspendieron las licencias a actividades claves de los cuentapropistas [pequeños empresarios, en el argot cubano] como restaurantes o alquiler de vivienda”, detalla Mesa-Lago. Michael J. Bustamante, profesor de Historia de América Latina en la Universidad Internacional de Florida, apunta a la misma reorientación y dice: “Tal vez sea una pequeña muestra de que algunas ideas y preferencias de Fidel Castro sigan vivas 12 meses después de su fallecimiento”.

Desde la muerte del hombre que determinó la historia de Cuba desde 1959, se ha vivido un año “en el que no ha pasado nada trascendente ni el área económica ni política, con la excepción del paso hace dos meses del huracán Irma”, apunta Omar Pérez Villanueva, exdirector del Centro de Estudios de la Economía Cubana. “La economía no sale de la recesión en que se encuentra, y los principales problemas estructurales están intactos en el tiempo. Hay planes a largo plazo, hasta el 2030, y claridad en lo que se aspira, pero la población no ve una mejoría en su nivel de vida”.

La llegada de Trump a la presidencia de EE UU con su política de restricciones a las relaciones con Cuba, pactada con el cubanoamericano Marco Rubio, ha contribuido también a la creación de un escenario de esencias fidelistas. Lucha diplomática, malas palabras, líos de espías. Washington responsabilizando a La Habana de no evitar un supuesto “ataque sónico” a su personal en la isla y el lado cubano acusando al vecino de inventar cuentos de “ciencia ficción”. La tensión rampante –que triangula a nivel regional con la cronificación del colapso de Venezuela, socio de Cuba– hace incluso que se especule con que Raúl Castro aplace su retiro de la presidencia, previsto para febrero. Un artículo del Miami Herald planteaba esta semana la posibilidad de que los retos coyunturales lleven al general Castro, de 86 años, a mantenerse un tiempo más al frente del Gobierno, aunque subrayaba que lo más plausible sigue siendo que pase el relevo al vicepresidente Miguel Díaz-Canel, de 57, con reputación de moderado pero más acerado últimamente.

El periodista exiliado Juan Juan Almeida, hijo del fallecido comandante Juan Almeida, apuesta por que el general cumpla y se jubile. “A veces parece que Miami necesita tanto al castrismo que si pudiera resucitaría a Fidel Castro”.

El historiador Pedro Campos Santos, de 68 años y residente en Cuba, ve “un país cada vez más dividido y con la gerontocracia cada vez más aislada. La represión de la oposición y la disidencia es masiva y violenta, especialmente contra el periodismo independiente. Una característica del último año es la represión de la disidencia oficialista y de la socialista-democrática, que habían respetado en los últimos tiempos. Este es un signo del deterioro ideológico del sistema, incapaz de dialogar siquiera con la disidencia surgida en su seno. El castrismo se va debilitando y la ausencia de su líder, ícono y caudillo, parece ser el principio del fin del sistema”. La proximidad o lejanía de un cambio de régimen sigue siendo la gran incógnita. Es más, a diferencia de lo que se daba casi por sentado durante la luna de miel del deshielo, hoy es incierto si dentro del propio aparato vaya a darse a corto plazo un giro liberalizador promercado dentro del sistema socialista de partido único. “Es demasiado pretencioso vaticinar a corto plazo una continuidad que se salga de los carriles”, opina Javier Ortiz, periodista cubano de 28 años, también residente en la isla.

En paralelo a los designios del poder, la sociedad se centra en capear otro temporal económico –”la crisis más severa” en Cuba desde la caída de la URSS, según Mesa-Lago– y con objetivos tan limitados como encontrar huevos, tarea que se ha vuelto más ardua de lo habitual desde el huracán. Y el fin de la política pies secos, pies mojados que favorecía la emigración a EE UU contribuye al decaimiento del ánimo.

“Como país no vamos a ninguna parte, no hay planes que nos impulsen a levantarnos y a seguir”, dice la escritora Wendy Guerra, con base en La Habana. “Los proyectos son individuales, muy cercanos al sálvese quien pueda del capitalismo, pero sin soluciones económicas. Hoy la isla es un país sin cabeza. Los jóvenes están en fuga. No hay utopía ni objetivo por el que luchar. La banda sonora de Fidel Castro ha desaparecido. Este es el año de la nada ideológica”.