El papa Francisco viaja a la Ciudad Real del Sol

El papa Francisco viaja a la Ciudad Real del Sol

Los carteles del Papa Francisco y Sheikh Hasina, primer ministro de Bangladesh, se ven frente a la catedral de Santa María en Dhaka, Bangladesh, el 28 de noviembre de 2017. REUTERS / Mohammad Ponir Hossain NO RESALES. SIN ARCHIVOS
Los carteles del Papa Francisco y Sheikh Hasina, primer ministro de Bangladesh, se ven frente a la catedral de Santa María en Dhaka, Bangladesh, el 28 de noviembre de 2017. REUTERS / Mohammad Ponir Hossain NO RESALES. SIN ARCHIVOS

 

El papa Francisco viajó hoy a la capital de Birmania (Myanmar), Naipyidó, donde en el segundo día de su estancia en el país el Gobierno le dio la bienvenida en la que hace honor a su nombre de “Ciudad Real del Sol”.

O no, porque la capital birmana carece de diseño urbano, lo que no encaja con la definición de ciudad, y avenidas infinitas en medio de la nada y plazas gigantes que no atraviesa nadie aproximan a Naipyidó más a una estación espacial que a un asentamiento humano.





Naipyidó se empezó a construir en 2002 y solo tres años después, en 2005, se convirtió en la capital del país, sin que oficialmente se conozca el por qué de esa prisa por parte del régimen militar de la época, aunque no faltan relatos populares que lo explican todo.

Frente a ella, Rangún -erigida en 1852 por los británicos donde se unen dos ríos que desembocan juntos con el nombre de Yangon en el mar de Andamán, que se baña en el golfo de Bengala- llegó a ser una de las ciudades más cosmopolitas del continente asiático.

En la década de los veinte del siglo pasado era la terminal de todas las líneas marítimas en la región y su frenética actividad comercial desató la llegada de emigrantes del resto de posesiones británicas del sureste y el sur de Asia, además de Oriente Medio.

La herencia de aquellos años son los bengalíes y tamiles del subcontinente indio que aún se encuentran en sus calles con los bamar, karen, kachin, chin, shan y mon del mosaico de etnias locales. También hay chinos e, incluso, una pequeña comunidad judía.

En Rangún hay pagodas al lado de templos hindúes y tao, mezquitas junto a iglesias, y sigue abierta al culto una sinagoga.

“En la ciudad se ha producido mucha mezcla de sangre, creencias y culturas”, explica Moe Moe Lwin, experta en la historia de Rangún.

“Siempre ha sido una ventana al mundo”, precisa a Efe Lwin, directora del Yangon Heritage Trust, una fundación dedicada a rehabilitar los edificios coloniales de la ciudad, que falta les hace; desconchados, amontonan detritus en sus esquinas.

El panorama no es el mismo en Naipyidó, limpia como una patina, impoluta, aséptica, desinfectada, en la que solo hay pagodas y la práctica totalidad de la población está compuesta por funcionarios y oficiales barma, la etnia local mayoritaria y dominante.

Y donde no hay trajín porque no hay calles.

Mastodónticos edificios de las instituciones del Estado, hoteles de lujo, centros comerciales y mansiones del generalato integran el patrimonio arquitectónico de “La Ciudad Real del Sol”, donde el mayor reclamo de entretenimiento es un Safari Park.

Autopistas que se pierden en el horizonte llevan de un inmueble a otro, diseminados todos a lo largo y ancho de campos de cultivo que alternan con áreas de maleza.

El número de coches que la vista alcanza a distinguir casi nunca supera el de los dedos de una mano.

Hay enormes rotondas adornadas en el centro con esculturas y flores, pero permanecen vacías, y no hay forma de identificar el centro de lo que resulta difícil de llamar mancha urbana.

El académico Dulyapak Preecharushh baraja en su libro “Naipyidó, la nueva capital de Birmania” las posibles razones que indujeron a la junta castrense a tomar la repentina decisión de mover de un año para otro la sede del Gobierno a 350 kilómetros al norte de Rangún.

El motivo nunca fue explicado oficialmente, pero Dulyapak acaba deduciendo que fue “la paranoia” de los militares, a los que se les metió en la cabeza que la geografía y demografía de la antigua capital facilitaba una invasión de fuerzas extranjeras.

Cuando la ocupación de Afganistán e Irak era reciente, cabilaron que Birmania podía ser el siguiente objetivo militar de Washington y que Rangún, cerca del mar, sería presa fácil si se producía la temida intervención de la Armada estadounidense.

La antigua capital contaba con una población poco de fiar por mestiza, insubordinada y aficionada a rebelarse contra cualquier tipo de poder establecido.

Lo hizo antes de la independencia en 1948, cuando fue la primera en levantarse contra el yugo colonial, y lo había repetido hacía menos de media docena años, cuando sus protestas pusieron en jaque en 1988 al régimen, de modo que los habitantes de Rangún podrían ser los primeros aliados de los invasores.

Existe también la leyenda de que al líder de la junta de la época, el general Than Shwe, aficionado a la astrología, le habían vaticinado la pérdida del poder si antes de 2006 no cambiaba de capital.

El vaticinio no fue acertado y Than Shew se retiró en 2011, seis años después del estreno de Naipyidó.

El caso es que Naipyidó ha seguido siendo desde entonces la capital birmana, pero no acaba de seducir al cuerpo diplomático extranjero, que continúa instalado en Rangún.

Tampoco el papa pernoctó hoy en la “Ciudad Real del Sol”. Tras una visita de apenas tres horas y media, dejó al caer la noche la capital para dormir en Rangún, otro planeta, a 50 minutos de vuelo. EFE