Ramón Peña: El general Prato

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El petróleo venezolano se cotiza hoy a 55 dólares el barril, un precio netamente remunerativo para cualquier país productor. Representa un incremento de 57% sobre el precio promedio de nuestra cesta en 2016. Pero de poco, o nada, sirve este aumento porque el volumen de producción merma a razón de unos 20 mil barriles diarios cada mes, de acuerdo a cifras reportadas por la OPEP.

Esto es expresión de la ruina progresiva de PDVSA, iniciada por Hugo Chávez hace 15 años cuando despojó a la empresa de su capital humano. Desde entonces ha sido arrollada por un tropel de desinversión, ineptitud, improvisación, accidentes y corrupción millardaria. Daños incalculables que hoy se atribuyen a unos pocos chivos expiatorios. El Golem gobernante, entre ignorancia e irresponsabilidad, fantasea y anuncia una súbita resurrección milagrosa de la producción petrolera. Tal milagro ha sido encomendado a un general de la guardia nacional, docto en represión y bombas lacrimógenas, pero iletrado en materia de hidrocarburos, reduciendo a manu militari el recurso para imponer orden en la firma estatal.





Esta designación nos trae a la memoria el caso de otro general quien también fuese escogido para imponer orden. En enero de 1958, ante la indomable protesta de los estudiantes, Marcos Pérez Jiménez designó al General Néstor Prato como Ministro de Educación Nacional. Pensaba el autócrata que aquel militarote andino, ignaro en asuntos educativos pero de conocido talante represivo, era el acertado para devolverle la paz a las calles. No tardaron en reaccionar los jóvenes de la UCV quienes al dia siguiente soltaron un burro en la Plaza Venezuela arrebujado en una sábana en la que en grandes letras se leía “Ministro de Educación”. No pudo el general con la rebelión de los estudiantes que continuó hasta la salida del dictador.

El borrico fue apresado por la guardia nacional, pero afortunadamente sobrevivió.