Gustavo Tovar-Arroyo: Chavismo, el rostro de la maldad

Gustavo Tovar-Arroyo @tovarr
Gustavo Tovar-Arroyo @tovarr

 

La primera mirada inteligente

Mi otra patria es Michoacán, sobrecogedor pero imponente estado enclavado en el centro de México. Los momentos más intensos de mi niñez los viví ahí.





Si como apunta Marguerite Yourcenar uno nace donde lanza la primera mirada inteligente al mundo, yo probablemente nací en Buena Vista Michoacán, la hacienda de mis bisabuelos.

Les cuento.

 

Patrimonio de la Humanidad

Michoacán es el territorio más encantado y hermoso de México, no hay duda. No exagero si señalo que es la Toscana mexicana. Su verdor inenarrable; los sembradíos de fresas, zarzamoras, duraznos y aguacate; sus lagunas azules desparramadas entre empinadas montañas o extensos llanos (como olvidar Cuitzeo, ese sublime espejo gigante); el tejido de piedras sobrepuestas que traza desde hace siglos los límites territoriales de los predios agrícolas (poesía manual, versos petrificados); sus mares iracundos y los ariscos peñascos; el enigmático nombre de sus pueblos: Zirahuen, Pátzcuaro (origen colorido y dulce de la noche de muertos), Tzintzuntzan, Zacapu;  pero sobre todo su desbordante cultura y sus pueblos mágicos (así los llaman, forman parte del Patrimonio de la Humanidad), conjuntan una maravilla mundial tan conmovedora como fascinante.

El problema de Michoacán –ese paraíso natural y cultural– es el mismo del mundo moderno: el narcotráfico.

 

Los marihuaneros

Mi nacimiento ocurrió en la hacienda de Buena Vista, tesoro familiar desde hace centenas de años, donde los trabajadores por generaciones han conformado con nuestros padres, abuelos y bisabuelos, una gran unidad de amistad y trabajo.

Buena Vista, lugar prodigioso, donde el candor, la inocencia infantil y el amor por la naturaleza, la siembra (el maíz), las vacas y los caballos, nos permitían en la cotidianidad convivir cada segundo con el cosmos de manera mística. Ahí no existían problemas. No había riqueza ni lucha de clases, no había tampoco animadversión o recelo. Había seguridad y confianza.

Todo cambió cuando llegaron “los marihuaneros”.

Así los llamaban.

 

Matarnos por un reloj Casio

Los marihuaneros eran un cartel de malandretes que, amparados en poder creciente de sus padres (narcotraficantes), intentaron apoderarse de la zona e imponer su ley a carajazos.

Habían llegado de los Estados Unidos, eran pochos (especie de quetzacoatles –serpientes emplumadas– con acento gringo, rarísimos). Cuando se instalaron en la zona comenzaron los resquemores y la lucha de clases, los robos y también los asaltos. Había que cuidarse. ¿Cuidarse en Buena Vista?

Pronto lo comprobamos, después de haber ido a bañarnos al Ojo de Agua (un manantial cercano al casco de la hacienda), los marihuaneros nos emboscaron a dos primos y a mí, y amenazaron con “matarnos” si no le dábamos nuestro reloj Casio.

En la emboscada nací, conocí el rostro de la maldad.

 

No fue el golpe, fue su mirada

No todas las peleas callejeras se ganan, pero aquella la ganamos. Fue rudísima, pero la ganamos. No me excedo si digo que fue una pelea sangrienta (lo fue); por fortuna antaño la gente se entendía a golpes y no a balazos como en la actualidad.

El despertar de la conciencia lo alcancé cuando “el marihuanero” me golpeó con el palo en la frente. No fue el golpe lo que me despabilo, fue el rostro de mi atacante, su mirada afilada y punzante, el rencor que destilaba su ira. No lo olvido, es el mismo rostro que descubrí en Hugo Chávez cuando emboscó a Venezuela el 4 de febrero de 1992: el rostro de la maldad.  

Para sobrevivir mis primos y yo, pese al pánico, tuvimos que armarnos de valor, lanzar una mirada inteligente sobre el mundo y sacudirnos a carajazos a los marihuaneros. Lo hicimos y existimos, para optar al futuro el presente nos exigió el ataque.

Para renacer, Venezuela –como sea– tiene que aplastar al chavismo.

Ellos o nosotros…