Juan Guerrero: Poesía y esplendor

Juan Guerrero: Poesía y esplendor

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Fue en Puerto Ordaz donde conocí a Ana Enriqueta Terán. Era noviembre de 1995. Venía ella junto con los poetas, Luz Machado y Benito Raúl Lossada. También estaban los críticos literarios y docentes universitarios, Vilma Vargas y Rafael Di Prisco, mis queridos maestros. Mi amigo y poeta, Néstor Rojas, fue quien nos presentó.

De ese hermoso momento recuerdo la memoria enciclopédica del poeta Lossada y la hermosa descripción que hizo Machado sobre esa brisa mágica, llamada “viento barinés”. En sus palabras pude sentir el frío roce que se extiende desde el piedemonte andino y llega, incluso, en palabras de Luz Machado, hasta las propias orillas de Angostura, viajando sobre las aguas del Orinoco.





Mientras describía y recitaba “El barinés es un viento…” los ojos de Ana Enriqueta Terán brillaban iluminando todo el escenario. Una mirada profunda que jamás he olvidado. Su palabra, una vez le tocó hablar, fue majestuosa y de inigualable valor estético. No tanto por su discurso poético sino por la tonalidad, esa manera de entonar cada palabra, cincelando su cadencia mientras recitaba.

Fue un honor haberla conocido junto con tan distinguidas personalidades de la historia literaria venezolana de finales del siglo XX. Porque a decir de estudiosos de la obra literaria de Ana Enriqueta Terán, ella es una voz significativa y fundamental en la modernidad de la poesía en lengua española. Semejante calificativo es indicativo del valor que posee la palabra poética en Venezuela.

Estimo que no es momento para calificar la actuación pública como ciudadana, que tuvo Ana Enriqueta Terán, al tomar partido en defensa del régimen, sobre manera, en los tiempos iniciales. De ello se encargará el tiempo y la misma historia que construimos todos. Los poetas generalmente somos pésimos políticos pues actuamos desde las pasiones. Sí considero oportuno resaltar el aporte al fortalecimiento de la lengua y la cultura nacional de esta destacada escritora.

Esto es lo que vale. La construcción poética donde prevalece, entre otros temas, lo andino y su ser intimista, vistos desde el silencio de quien es partícipe directo. Lo otro es la sensualidad de que está impregnada su poética. Son estos, rasgos que se entrecruzan mientras se sostienen en una estructura métrica, decantada y mostrada en verso endecasílabo.

Su obra poética está soportada en textos relevantes, entre ellos, Al norte de la sangre, 1946; El libro de los oficios, 1975; Casa de hablas, 1991; Piedra de habla, 2014. Textos donde la amorosidad se expresa en la lucidez de una voz personalísima que deslumbra en su exacta versificación.

En su poema XVI, leemos: “Se escribe y la escritura desenreda / madejas de lujosa semejanza; / barco que nunca llega y alcanza / la medida del hambre y no concede/ Puño de sombra a la reciente seda / del bolsillo; la seda a semejanza / de piso bien lustrado y alabanza / de quien debe sembrarse y no se queda. / Y no se borra del mural de viento / donde la confusión teje y desteje / al parecer un válido argumento. / Detenerse, buscar algún despeje, / algo que abrigue o sólo un pensamiento / que desguace la rosa o la deje.”

Su palabra es misterio que nombra el paisaje de una casa que siempre permanece. La casa la habita. Es más que casa, hogar, refugio uterino donde se trabaja para siempre la palabra desde la memoria y el ser de las cosas. La palabra de AET es puro sonido mágico que siempre regresa a su origen. La palabra poética es misterio que se muestra en su permanente sensualidad.
Su errancia de sus años como diplomática le mostraron un mundo más allá de los espacios de la Venezuela agraria, apartada y atrasada. Sin embargo, ella siempre regresa a su centro, a su casa en la memoria. Donde el pan y las vasijas de barro son esencia, principio y fin de su escritura poética.

Celebro la permanencia de la poesía de Ana Enriqueta Terán (Valera, 1918 – Valencia, 2017) su belleza y su esplendor.

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