Diáspora venezolana: dolor y promesa, por Carlos Blanco

 

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Hay dos éxodos. El de afuera y el de adentro. El de los que se han ido a otras patrias llevando la suya a cuestas y el de los que se han sumergido en la propia, con la familia y los amigos más cercanos, pero también exiliados de la ciudad, de la ciudadanía.

Irse a otro país, por las razones que sean, cuesta mucho, aunque el futuro allí sea promisor. Pero, irse porque hay que huir para encontrar comida, seguridad, trabajo, protección o esperanza, es espantoso. Hace unos cuantos años, desde el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez, jóvenes venezolanos se desparramaron por el mundo para formarse, y entre la academia, la parranda y la aventura, varias camadas de compatriotas vivieron la cotidianidad del mundo desarrollado. Era una manera promisora de irse para los jóvenes vertiginosos de ese momento.

Con la catástrofe roja, irse ha sido la alternativa a un camino negado dentro de su territorio. Hay millones de venezolanos afuera; y contra una creencia difundida, salir del país por razones políticas o económicas es una tragedia, porque no es la selección de un destino sino el intento de evadir uno: el del chavismo, ahora en su fase más degenerada como madurismo.

La salida forzada es amarga, aun con la disposición de patrimonio para vivir con comodidad. Existen venezolanos pudientes, que tienen todo, pero al no tener patria a la mano, sienten que no tienen nada. En el caso de la inmensa mayoría, sin recursos suficientes, vivir afuera es drama y nostalgia irreparable: Venezuela es el país perdido, es la querencia a la que no se renuncia, es el lugar de todos los recuerdos, es lo que después de años no se sabe si tendrá el sabor del regreso o del adiós para siempre.

La venezolanidad de la diáspora es un tejido social no sólo de venezolanos, sino de ciudadanos de muchos otros países que por alguna razón han tenido algún vínculo con Venezuela, que también padecen el dolor común y forman parte de esa red dispuesta al apoyo, sea el más modesto hacia familiares y amigos directos, o el más organizado que inexorablemente se transformará –ojalá que pronto- en operación internacional humanitaria.

La diáspora también es promesa. Sus integrantes constituyen la embajada de la República que volverá a ser. Cuando sea el tiempo de la libertad, vuelvan o no a vivir en Venezuela, apoyarán la reconstrucción desde las redes que han contribuido a forjar. Mientras el régimen rojo ha propiciado el encogimiento del territorio de la patria, la diáspora venezolana ha hecho que Venezuela sea un inmenso espacio afectivo en todos los continentes.