Resistir, por William Anseume

thumbnailWilliamAnseumeCuánta aguda capacidad de una nación para contener los pesares que se le enciman. Tremenda calidad de aguante, digna de reconocimiento profundo. Esta es una situación colectiva de resistencia comparable con las máximas habidas en la humanidad: las de los judíos, libios, iraníes, iraquíes, rusos, yugoeslavos, cubanos, coreanos de los arriba, y la de aquellas diversas naciones que debieron soportar yugos intolerables por un tiempo que luce indeterminado, por lo extenso que efectivamente resulta: españoles cuando Franco, argentinos, chilenos, y hasta nosotros otrora. Verlo de lejitos en los libros de historia es una oportunidad de conocimiento, o en la prensa, vivirlo es una cercanía muy directa al horror de intensos holocaustos. En términos personales, sería tal cual una dolorosa agonía sin calmante cercano.

La resistencia es física tanto como, en sumo grado, mental. Me lo pregunto a menudo: ¿estaremos todos tan firmemente enloquecidos que podemos soportar a diario la calidad y cantidad de esta desmesura en todo que nos ocurre? ¿Cómo será apreciarnos desde lejos, ya algunos lo hacen con demasiada inquietud personal o diplomática, como un recipiente refractario a todo.

Al parecer, no existe límite para nuestro espíritu soportador: ¿humillaciones? Vengan, hasta el arrastre evidenciado en un casi ímpetu perruno al sentir el silbato para la comida. Y así… gritos, vulgaridades, tapaderas de boca, violaciones a lo más caro de la institucionalidad, de los pactos socio-jurídicos: diputados o alcaldes presos, perseguidos, exiliados, una Asamblea Nacional paralela, entre tantos otros paralelismos de los modos de establecerse regionalmente el Estado.





Segregaciones individuales y colectivas, el espanto vivito de la dignidad aniquilada. Quebrantamientos de los derechos esenciales del individuo: la papa, el territorio, la casa, ¿qué diremos del vestir? La familia aniquilada en sus conformaciones. El individuo llevado a su anulación particular o colectiva. La prisión, la persecución, el exilio voluntario u obligado. La vida en su mínima expresión diaria, enflaquecida en su totalidad, hasta el agostamiento. Pocos elementos para una sonrisa, por leve que sea. No existe el derecho a la vida, cacareado, público y notorio en diversas instancias internacionales: ONU y todas las oficinas de derechos humanos del mundo. Un permanente reto al charrasqueado diario es este habitar aquí. Diríamos con el ranchero Infante:

“Comienza siempre llorando/y así llorando se acaba/ por eso en este mundo/la vida no vale nada”. Especialmente para los más jóvenes, estos huyentes de oficio en busca de un oxigenante, menciono esto sin el más mínimo ímpetu cuestionador, vergonzante o insultador para los muchachos, para nada. Es a su existencia a la que juegan en serio.

Estamos en un régimen de agobio continuo, sin ciudadanía que ejercer, por impedida desde el poder. Donde la pregunta por el suicidio y su respuesta resultará cotidiana, con Camus: decidir si la vida vale la pena vivirla o no. Dirá el chistoso con sumo desdén de expresión popular: “¡Eso será vida!”.

¿Resistir? Sí. Hasta que alcancen el hartazgo de su fruición. Hasta la libertad.