Luis Alberto Buttó: El espíritu del 23 de enero

Luis Alberto Buttó: El espíritu del 23 de enero

Luis Alberto Buttó @luisbutto3
Luis Alberto Buttó @luisbutto3

 

En las cercanías de fechas históricas de «singular trascendencia» suelen llenarse con frases preconcebidas los canales a través de los cuales se forma la opinión pública. Nada de extraordinario tiene este proceder. Al fin y al cabo, en la práctica de ciertos rituales, encuentran las sociedades la más cómoda y expedita manera de espantar sus demonios. Mera formalidad y cada quien a lo suyo en la aburrida o exasperante cotidianidad. Lo primero que debería alertarse al respecto es la necesidad de abandonar, de una vez por todas, la insoportable redundancia conceptual en la que incurren comunicadores y opinantes. Si el hecho en cuestión no marcó el desarrollo del tiempo posterior, es decir, si no tuvo «singular trascendencia», nada de histórico hay en lo ocurrido. Frente a tales sucesos transcurre la simple y normal oscuridad de las narraciones personales. La segunda advertencia es la obligación de superar los soporíferos lugares comunes. Es manía insoportable hablar del «espíritu» de tal o cual cosa, sin poseer idea alguna de lo que tal expresión encierra en contenido y posibles enseñanzas. La frase «el espíritu del 23 de enero» apunta en esa desabrida y desacertada dirección.

La generación de quien esto escribe es expresión de lo dicho. Es la generación cuyo alumbramiento y crecimiento corrió paralelo al nacimiento y desarrollo de la democracia, la que sin el asombro ni la reacción debida de la sociedad comenzó a diluirse en la nada hace ya un par de décadas. Generación que, entre otras ventajas, recibió educación, atención sanitaria y oportunidades de mejoramiento personal (ascenso social vertical) como nunca antes había ocurrido en la historia nacional. Generación que tuvo acceso a la información y en consecuencia pudo establecer las comparaciones correspondientes para determinar cuál era el rumbo adecuado a seguir. Generación que si para calificarla se utilizase alguna de esas locuciones rimbombantes propias de titulares de prensa, bien podría habérsele llamado «generación de oro». El auténtico por posible hombre nuevo sobre esta tierra, el cual resultó tener poco de nuevo y sí mucho de viejo, desgraciadamente.





Y fue así porque, en líneas generales, no se dedicó a pensar país, a diferencia de lo hecho por la generación que le precedió y a cuya indeclinable persistencia en el combate por la libertad y el progreso le debe todo lo que recibió como legado. En buena medida, viviendo en irresponsable presente por no considerar el mañana, se limitó a exigirle al país, dándole muy poco a cambio. Creó modas políticas perniciosas o se limitó a seguirlas con inexistente capacidad crítica. Montada sobre el discurso comodín de la época, armado por los eternos enemigos de la pluralidad, denostó de los partidos políticos pese a que con ello cavaba la fosa de la democracia. Importante porción de ella, cuantitativa y cualitativamente hablando, aplaudió el aventurismo de los autoritarios de siempre, recalcando la aberrante por atrasada creencia de que bastan dídimos para conducir el destino nacional.

Hasta compró el discurso de ángeles redentores que habían descendido a salvar la sociedad de males infernales y ensalzó la supuesta valentía de jóvenes irredentos que representaban la también supuesta «conciencia moral» de la sociedad. Entre tantas tonterías sin sentido pidió a gritos, por ejemplo, máquinas electorales para evitar los fraudes y hoy plañe sin sana vergüenza que operen dichas máquinas para justificar la manifiesta incapacidad de alcanzar victorias verdaderas. En el ahora, cada quien se limita a gritar por su lado, mientras quien oprime mantiene la unidad necesaria para aferrarse al poder. ¿Sorprende, por consiguiente, que el horror muestre sus fauces sanguinarias? Se tiene lo que se permitió. Lo que no se hizo lo suficiente por atajarlo cuando era necesario.

Todo espíritu es intangible. Tiene fuerza y poder creativo cuando se ha interiorizado adecuadamente. Falta aprendizaje.
Historiador

Universidad Simón Bolívar
@luisbutto3