¿Nos Quedaremos en la Consternación o Avanzamos?, por Juan Carlos Rubio Vizcarrondo

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Como si fuese la crucifixión de Jesús, el 11 de Septiembre en los Estados Unidos o unas bombas por parte de terroristas en París, el lunes 15 de enero de 2018 ha marcado el nacimiento de una fecha histórica con sus respectivos mártires. En este momento me viene el nombre del héroe Oscar Pérez. Más allá de la imperdonable tragedia de su ejecución junto a sus compañeros, algo ocurrió, algo despertó: la consternación. Cuando se tiene a una sociedad como la venezolana, que ha pasado por los flagelos de la violencia en masa y la paranoia orwelliana inducida por el régimen, se vuelve atípico que los ciudadanos tengan mayor reacción ante las muertes violentas, sean éstas grotescas o sumamente crueles. La Venezuela de hoy no es la misma a la que, en su momento, se perturbó y movilizó por el caso de los hermanos Faddoul. Ha corrido mucha agua bajo el puente desde ese entonces y los venezolanos, como pasa en los seres humanos; se han adaptado a un ambiente hostil, perverso y calamitoso.

En un contexto así, el volver a sentir dolor y pena ante la injusticia es un indicador importante, ante un pueblo postrado e incrédulo hace un buen tiempo, pareciera un milagro. Esta situación es existencial, porque representa tanto la liberación de nuestros corazones presos hasta el momento por la impotencia, como una nueva motivación donde ya no había ninguna. Después de las protestas del año 2017 con su más de una centena de mártires, el pueblo venezolano quedó en el piso y, en esa misma posición, fue pateado por engaños politiqueros y eventos electorales írritos. No había nada ni nadie en quién creer, incluyendo al mismísimo Óscar Pérez, que fue tildado por muchos como un “pote de humo” de la tiranía, por otros como un bufón motivo de risa y para los menos una luz, una esperanza. Sin embargo, la historia tuvo su vuelco y aquel que ayer tantos negaron, hoy es el héroe de toda una nación.





Definir el porqué la pasión y sufrimiento de Óscar Pérez nos ha conmocionado tanto es de suma importancia. ¿Por qué no reaccionamos así por las muertes durante la protestas? ¿Por qué entre los abatidos en el Junquito es Óscar quien más resalta, no teniendo que ver necesariamente con su posición de jefe? Estas son, entre otras, las preguntas que me vienen a la mente. La respuesta puede tener matices más profundos de los que se abordarían en un artículo, pero se puede considerar, al menos en lo fundamental, lo siguiente:

Óscar Pérez irrumpió en la política venezolana como un hombre de acción ya en el ocaso de las protestas de 2017. En tal sentido, él dio la cara y se volvió el rostro más visible de una posible insurgencia en el país. Por el clima de desconfianza imperante, en fin, muchos lo consideraron un engaño mientras que a otros les parecía alguien creíble. Aunado a esto, Óscar era algo inusitado, un imponderable sobre el cual no se sabía qué opinar. Él no era otro muchacho hambriento de futuro peleando con palos o piedras, sino alguien que tenía conocimientos especializados sobre defensa, seguridad y manejo de armamentos sofisticados, con toda una carrera de excelencia policial.

Seguidamente y llegando hacia su fin, Óscar hizo algo que tuvo consecuencias que él no podía prever. Él, sin quererlo; en la convicción que el pueblo acudiría a su llamado, se convirtió en su propio reportero, proyectando en videos todo el proceso que concluyó en su masacre y la de sus compañeros. Este desenlace fue lo que agitó a la consciencia nacional por varias cosas: la comprensión de que todo fue real, algo así como mátense con sus ojos viendo en vivo la saña y la crueldad del régimen, la rebeldía de Óscar y sus compañeros y la vil masacre que se ejecutó sin guardar las formas. No había “pote de humo” y lo ocurrido no era un drama filmado en medios estatales. Todo estas variables nos empujaron, no sé si solo por un tiempito o como una experiencia definitiva; a reexaminar nuestra relación con la realidad y con nuestra propia humanidad. Puesto de otra manera, nos sentimos seriamente compungidos, porque muchos entre nosotros, los escépticos; entendieron horrorizados que no pudieron reconocer a alguien genuino con ideales humanistas y patrióticos superiores. Consecuencia de esto es la total inversión sobre cómo se ve a Óscar. Donde antes hubo duda, hoy hay certeza. Donde antes se le catalogó de farsante, hoy se ve como un icono de integridad, un ejemplar de alguien que dio la vida por su posición principista. 

En política y en la vida los símbolos importan. La efectividad de las tácticas de Óscar Pérez es irrelevante, por cuanto ahora es un icono, un héroe en el ideario colectivo. Él es perfecto e incorruptible ahora. Representa el patriotismo, la entrega y todos esos valores que asociamos con los héroes de la independencia. 

El acaecimiento sorpresivo de la muerte de Pérez a manos del Estado, ha resultado, por fuerzas de la historia; en lo que la hegemonía oficialista fracasó en torno la figura de Chávez: la creación de un personaje mítico.

Ahora bien, los símbolos en sí mismos no son suficientes. Si así fuese, la tiranía hubiese podido vivir eternamente del recuerdo de Hugo Chávez. Lo esencial es que la importancia de un símbolo radica en cómo se usa. Podemos explotar su significación política hasta que no quede nada de él, como hizo el oficialismo por manosear tanto la figura de Chávez para sus despropósitos. Podemos dejarlo ser y que su contenido quede fijado como un elemento cultural, como el caso de Perón o el Che Guevara. Podemos usarlo para levantar un movimiento popular que sacuda los cimientos de un país, tal como un estandarte.

Juzgando por las últimas alocuciones de Oscar Pérez en vida, pienso que él hubiese querido ser una motivación de lucha. Él mismo dijo que la Venezuela libre dependía ahora de todos nosotros. La pregunta es: ¿le tomaremos la palabra y seguiremos la lucha y ejemplo que él dio, o nos quedaremos en la consternación?

@jrvizca