Francisco Plaza: ¿Por qué escoger la lucha?

Francisco Plaza: ¿Por qué escoger la lucha?

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Una vez más estamos los venezolanos frente a un angustioso dilema. El escritor Leonardo Padrón lo sintetiza bien: “Si votamos, perdemos por trampa. Si no votamos, perdemos por ausencia”. Y luego añade: “¿Cómo romper el cerco de esta calle ciega?” Empiezan ya a oírse las voces de quienes recomiendan votar, independientemente de la ilegalidad de la convocatoria y de la inexistencia de condiciones mínimas para competir. Hay que ser “realistas”, nos dicen. Si existe alguna posibilidad de triunfo, no obstante todos los obstáculos de un sistema electoral absolutamente corrompido, lo prudente es “no abandonar espacios”, continuar el “juego” y pelear con la única arma del demócrata que es el voto. Plantear lo contrario es ser “radical”, “irresponsable” y, particularmente, “destructor de la unidad”. El reto es entonces minimizar las voces radicales, cerrar filas en unidad alrededor de una estrategia común y buscar la manera de convencer a la gente de que vaya a votar.

Pienso que esta es una respuesta equivocada y de gravísimas consecuencias negativas. La verdad es que la política, como toda acción moral del ser humano, está subordinada a la ética. No es cierto que todo es pragmatismo en la política. Por eso la decisión es tan difícil para los líderes de la Mesa de la Unidad. Y es también esa, precisamente, la razón por la cual el régimen coloca a la oposición en situación de elegir entre dos injusticias. Una de las perversidades más propias de esta Revolución Bolivariana ha sido desarrollar una habilidad siniestra para colocar al adversario en situación de escoger entre dos males. No es descabellado imaginar a los asesores cubanos en la sala situacional de Miraflores frotándose las manos ante la genialidad de su nueva maldad. Con el adelanto de las elecciones, habrían una vez más acorralado a la oposición: “si no los agarra el chingo los agarra el sin nariz”.





Esto de invadir la conciencia y colocarla ante dilemas imposibles es la esencia misma de un régimen totalitario. Su carácter “total” deriva de pretender el control absoluto, incluso muy adentro del corazón del ser humano. Para perpetuarse en el poder, la tarea es doblegar a la gente, para colocarla en situación de verse obligada a actuar en contra de la conciencia para poder sobrevivir. Es la destrucción de la libertad humana y, con ello, de nuestra propia humanidad. En esto consiste el terror totalitario. Ceder ante la injusticia y actuar en contra de la voz de la conciencia pasa a ser el dilema cotidiano no sólo para los políticos, sino para toda la gente, y especialmente para el pueblo más humilde: o te sacas el Carnet de la Patria o no te doy CLAP; o marchas y votas o no hay bono y te despido; o te doblegas y humillas o te reprimo, torturo o mato. Frente a estas disyuntivas, en el cerco de estas calles ciegas como nos lo plantea Padrón, es cierto que doblegarse es una opción. Pero también sabemos que la otra alternativa es perseverar en la verdad. En el testimonio de quienes sufrieron regímenes totalitarios, ésta es la respuesta unánime: sólo la verdad puede derrotar al totalitarismo. Entre otras razones, porque en la injusticia siempre gana el más perverso. Es esto lo que al unísono nos decían Arendt, Jaspers, Solzhenitsyn  Walesa, Havel, y San Juan Pablo II, por mencionar sólo algunos de una larguísima lista de víctimas del totalitarismo.

No ceder a la injusticia y devolver al Gobierno su dilema: esta es la otra opción.   Llamar a votar no es otra cosa que pedir a los venezolanos que actúen en contra de la voz que escuchan en su conciencia. En definitiva, es un llamado a convalidar una injusticia. Y esto, recordemos, es justamente lo que el régimen totalitario nos hace todos los días: obligarnos a doblegar nuestras conciencias. No le exijamos esto al pueblo. Maduro consumará su farsa plebiscitaria y deberá afrontar las consecuencias. A Perez Jiménez no le resultó. Maduro tendrá ante los ojos del mundo la misma ilegalidad de su Asamblea Constituyente. Y esto tendrá su efecto, pues hoy todos los países, incluso los del Grupo de Lima, le reconocen su legitimidad como presidente. Esto dejará de ser así. Para nosotros, la opción de devolver al Gobierno su dilema y escoger la lucha significa acompañar al pueblo en su dolor para así reclamar, protestar, repudiar, denunciar, de una manera constante, firme, persistente, coherente y organizada. Al hacerlo, confiemos sobre todo en la fuerza de la verdad. Hemos logrado victorias cuando hemos tenido el mismo propósito de ponerle fin a esta dictadura. Esta convicción compartida fue la verdadera causa de, por ejemplo, las victorias en las elecciones a la Asamblea Nacional o la impresionante expresión de voluntad en la elección convocada por la oposición el 16 de julio pasado. Nuestras derrotas, incluyendo las más recientes, han ocurrido todas las veces que hemos cedido ante la injusticia, optando por caminos que, aun cuando aparentemente “menos malos”, carecen de la fuerza que sólo la verdad hace posible. Sólo la verdad convoca. La experiencia histórica nos enseña que es así como se desploman, de manera súbita, regímenes totalitarios que parecían sólidos e indestructibles. La  verdadera unidad no está principalmente en una tarjeta ni en una estrategia común. La unidad que realmente vale está en el corazón de venezolanos unidos en su disposición a luchar por el bien. La tragedia de Venezuela demanda de nuestros líderes encontrarse juntos en ese ideal de justicia que es el único camino a la verdadera unidad y a la paz y bienestar que el pueblo añora y merece.

 

Francisco Plaza
Profesor de Ciencias Políticas
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