“Estoy brava con Dios”, por José Domingo Blanco

“Estoy brava con Dios”, por José Domingo Blanco

José Domingo Blanco

“Estoy brava con Dios. No sabes cuánto he rezado para que derrame su compasión y luz sobre Venezuela. He orado, le he suplicado que interceda por nosotros. Mis plegarias limitan con la desesperación. Pero, no ocurre el milagro. Mi fe, que era sólida, se resquebraja. No entiendo cuánto más tenemos que sufrir. Esta ha sido la más larga y dura penitencia que hemos pagado. Me duele el sufrimiento que veo en las calles. El maltrato que recibimos los venezolanos, sin distingo de edades; porque, ni mis canas se salvan de los abusos. Y, ¿sabes qué es lo peor? Estoy perdiendo la esperanza. Cuba tiene 60 años con su dictadura. Nosotros, vamos a tener 20 años con este desastre. Y lo peor, es que veo a esa gente fortalecida, muy segura y atornillada: total, ellos no saben de carencias. ¡Qué les importa si tenemos poca comida o no nos alcanza para comprar la medicina! A ellos no les falta nada. Bueno, sí. Les falta algo: no tienen moral. Y sin moral, pueden cometer sus pecados sin temor a Dios. Sin miedo a sus represalias por todo el mal que nos han hecho. Tampoco tienen nada que perder. ¿Crees que les importa que los sancionen? ¿Crees que les importa que no los dejen entrar a Estados Unidos o a Europa? Con todo lo que han robado, pueden hacer de Venezuela su bunker. Ellos no padecerán el bloqueo. Y nosotros, secuestrados. Presos y moribundos en nuestro propio país. Yo estoy en esa edad en la que estoy viviendo los años de gracia. Es más: no me quedan ganas de seguir adelante. Estoy demasiado triste; pero, más que triste, estoy brava, muy brava. Estoy brava con Dios”.

El miércoles no sólo fue el Día de San Valentín. También fue Miércoles de Ceniza. Y como suelo hacer cuando se inicia la cuaresma, llamé a una tía muy querida, con sus 80 años bien vividos, que siempre fue dulce, cariñosa, alegre: la imagen de la solidaridad y la compasión. Hasta este miércoles cuando, por primera vez, la sentí malhumorada, triste y muy desesperanzada. Intenté hacerla reír, a pesar de que no es mucho el repertorio del que puedo echar mano. Quise decirle palabras alentadoras. Busqué distraerla pidiéndole los nombres de aquellos familiares que no me venían a la memoria. Le pregunté por algunos de sus trucos de cocina, porque siempre fue una excelente cocinera. Pero mis esfuerzos para sacarla de ese estado de desolación, solo tuvieron éxitos fugaces. Hubo incluso un momento en el que me sorprendió diciéndome que no iría a misa. Ella, que nunca había faltado a su cita con la Iglesia, con Dios y con la cruz de ceniza.





“Cuando las situaciones son adversas, la fe fortalece el alma”. Así le escuché decir a mi tía en más de una ocasión. Recuerdo que, según sus palabras, en Dios encontrábamos el asidero y la fortaleza para superar cualquier obstáculo. Por eso me sorprendieron sus palabras este Miércoles de Ceniza. Me asombró su enorme disgusto con Dios, como si él fuese el responsable directo de la terrible situación política, económica, social y moral que vive Venezuela. Le reclamaba su falta de solidaridad y misericordia. Cuando las salidas democráticas y constitucionales se agotan, sólo la religión es capaz de venir en auxilio de la esperanza. Pero, ¿cómo rescatar la esperanza cuando, como pueblo, como nación, sentimos que estamos próximos a recibir la extremaunción?

Reconozco que no es fácil ser optimista en momentos tan aciagos como los que atravesamos. Si hasta los más fieles al optimismo lo han dejado de lado para comenzar a profesar una nueva fe. Una más realista y más acorde con estos tiempos. Una donde las metas son más tangibles, y menos ambiciosas; pero, con cierto grado de dificultad: sacar cinco mil bolívares del banco, conseguir pan, comprar aceite para el carro, encontrar el antibiótico para combatir la bronquitis, hacer que la quincena no se escabulla apenas la depositan. Metas de corto plazo, que nos mantienen muy ocupados y nos hacen sentir victoriosos cuando las logramos. Es mi nuevo consejo para quienes me preguntan cómo podemos surfear este tsunami: es una época que, para superarla, tenemos que vivir “un día a la vez”.

Para mezclar la política, con la religión y la cuaresma, le digo a mi tía que la situación venezolana –sin duda, una catástrofe sin referentes similares en nuestra historia país- es quizá la prueba que nos envió Dios para probar nuestra fe inquebrantable ante sus designios. Ella, tan molesta como al principio de nuestra conversación, me asegura que más que una prueba de fe, es el castigo más duro y equitativo que nos ha prodigado. “Ahora nos viene una nueva penitencia: tendremos elecciones Mingo. El drama que estamos viviendo, se deja de lado para que empiece la campaña electoral. Todos se engolosinarán con sus aspiraciones presidenciales, como si estos comicios fueran válidos o no supiéramos cuáles serán los resultados. Ya ni eso me hace recobrar la esperanza; porque cuando el 23 de abril vuelvan a imponerle la banda presidencial a Nicolás, la esperanza –que es lo último que se pierde- la habré perdido”.

@mingo_1
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