El sueño de Maduro con Donald Trump, por Gustavo Azócar Alcalá

El sueño de Maduro con Donald Trump, por Gustavo Azócar Alcalá

 

Gustavo Azócar Alcalá @gustavoazocara
Gustavo Azócar Alcalá @gustavoazocara

Aunque nunca lo dijo abiertamente, no es un ningún secreto para nadie que Nicolás Maduro apostaba por el triunfo de Hillary Clinton en las elecciones presidenciales del 8 de noviembre de 2016 en Estados Unidos. El ex chofer del Metro de Caracas no hizo campaña por ninguno de los dos aspirantes presidenciales de USA. Cuando le preguntaron su opinión sobre los abanderados del partido demócrata y republicano, Maduro dijo que “no podemos esperar nada bueno de ninguno de ellos. Ni el Trump ni la Clinton vienen con buenos deseos e intereses para Venezuela ni para América Latina”.

Más sin embargo, era obvio que Maduro apostaba por la ex secretaria de estado y esposa del ex presidente Bill Clinton. No hay que confundirse: no significaba que el triunfo de Hillary le resultara mucho más beneficioso al gobierno de Venezuela. Eso no es lo que queremos decir. Se trataba, fundamentalmente, de que con Hillary en la presidencia, los acuerdos suscritos entre Barack Obama y Raúl Castro estarían garantizados. Y mientras los convenios entre Obama y Castro se mantuvieran con vida, Maduro tenía al menos la leve esperanza, de que algún día, sus relaciones con el imperio norteamericano fueran un poco mejores, o al menos, un poco menos estresantes.





Pero como ya todos sabemos, la cosa no resultó como Maduro esperaba. Hillary perdió las elecciones. Donald Trump ganó la presidencia de la primera potencia mundial (en unos comicios bastante cuestionados y con la ya demostrada interferencia de los rusos), y desde ese día, las cosas empezaron a caminar muy mal entre los gobiernos de Venezuela y Estados Unidos. Trump no sólo desconoció con los convenios firmados entre Washington y La Habana, sino que además, apuntó su dedo índice hacia el gobierno de Nicolás Maduro en clara señal de que lo que venía era “candanga con burundanga”.

Maduro sabía, desde un primer momento, que las relaciones con el nuevo inquilino de la Casa Blanca serían muy difíciles y complicadas. Por esa razón, el 09 de noviembre de 2016, la cancillería venezolana emitió un escueto comunicado en el que el gobierno de Venezuela felicitaba al recién electo presidente de EEUU, Donald Trump, y  “espera que en esta nueva etapa se puedan establecer nuevos paradigmas con Latinoamérica basados, entre otras cosas, en el respeto a la no intervención en los asuntos internos”.

Trump no prestó mucha atención al comunicado del gobierno bolivariano y revolucionario de Venezuela. Ante tal desprecio, la respuesta de Maduro fue mucho más allá. El gobierno revolucionario, socialista, bolivariano y anti imperialista hizo un segundo gesto de acercamiento hacia el nuevo mandatario norteamericano: el 20 de enero de 2017, por órdenes directas de Nicolás Maduro, CITGO, la única refinería que el Estado venezolano mantiene en Estados Unidos, donó medio millón de dólares para la toma de posesión de Trump, según reveló la propia Comisión Federal Electoral.

La filial de Petróleos de Venezuela, fue una de  las 11 grandes compañías que hicieron donaciones superiores al medio millón de dólares al comité responsable de organizar la ceremonia de juramentación de Trump el 20 de enero de 2017. La lista de empresas que hicieron jugosos donativos incluye a Reynolds American, Boeing, Allied Wallet, Intel y la petrolera Chevron, que donó hasta un millón de dólares.

Citgo hizo un aporte dos veces más grande que el que realizaron compañías que mueven 50 veces más dinero, como por ejemplo Google (que donó 285,000 dólares), Ford Motor Company (250,000) y Pepsi (250,000), entre decenas de otras compañías. La idea de Maduro era clara: había que acercarse a Trump, hacer gestos de buena voluntad para que el jefe de estado norteamericano no atacara al gobierno venezolano.

Pero la estrategia madurista fracasó estruendosamente. El 14 de febrero de 2017, apenas 3 semanas después de haber tomado posesión como nuevo Presidente, el gobierno de Trump impuso sanciones  contra el vicepresidente de Venezuela, Tareck El Aissami, y su principal testaferro, el empresario Samark José López Bello, por proporcionar “material, apoyo financiero, bienes y servicios en apoyo de actividades de tráfico internacional de narcóticos”.

Ese día, Nicolás Maduro se dio cuenta que los 500 mil dólares que habían donado para la toma de posesión de Trump no solamente no habían servido para nada, sino que además, sus relaciones con el imperio norteamericano iban de mal en peor. Fuentes muy bien informadas me dijeron que quienes convencieron a Maduro de hacer la “jugada” del donativo fueron los directivos de Pdvsa y de Citgo en EEUU. Ese estruendoso fracaso diplomático lo cobró Maduro algunos meses más tarde, cuando ordenó destituir, enjuiciar y meter en la cárcel no solamente a todos los directivos de la filial petrolera norteamericana, sino también a quienes estaban al frente de Pdvsa y del ministerio de petróleo.

El 19 de mayo de 2017, tras infructuosos intentos por tratar de conseguir una reunión con el nuevo mandatario norteamericano para tratar de evitar las sanciones que ya se estaban anunciando contra otros funcionarios de su gobierno, Maduro arremetió contra el Presidente de EEUU: “Trump se ha dejado imponer las políticas fracasadas del Departamento de estado que atacan a Venezuela. Rechazo y repudio las expresiones de Donald Trump contra la dignidad de la patria venezolana. Saca tus manos de aquí Donald Trump. Go home Donald Trump.  Fuera Donald Trump de Venezuela”.

Pero mientras frente a las cámaras de VTV, Maduro atacaba a Trump, desde el Palacio de Miraflores y en la embajada de Venezuela en EEUU se gastaban miles de dólares en lobby para tratar de lograr lo imposible: que el mandatario de EEUU se decidiere a hablar aunque fuera unos minutos con su homólogo venezolano. El 12 agosto de 2017, la Casa Blanca dio a conocer la información según la cual, el Presidente de Venezuela, Nicolás Maduro había pedido hablar por teléfono con Donald Trump.

“Hoy, Nicolás Maduro solicitó una llamada telefónica con el presidente Trump”, explicó Washington en un comunicado. “Trump ha pedido a Maduro respeto por la Constitución, elecciones libres y justas, la liberación de los presos políticos y el cese de las violaciones a los Derechos Humanos (…). Al contrario, Maduro ha elegido el camino dictatorial”, agregó la Casa Blanca.

El comunicado remata señalando que:  “Estados Unidos está con el pueblo de Venezuela frente a la continua represión del régimen de Maduro. El presidente Trump con gusto conversará con el líder de Venezuela tan pronto la democracia sea restaurada en ese país”.

El 18 de septiembre de 2017, Maduro se dio cuenta que debía seguir tratando de convencer a Trump de que le atendiera el teléfono. Ese día, mientras conversaba con Evo Morales, presidente de Bolivia, Maduro cambió el tono frente a Trump. “Le agradezco al presidente Donald Trump el apoyo al diálogo nacional”, dijo el ex chofer del Metro de Caracas tratando de congraciarse con el mandatario norteamericano. Pero una vez más, las declaraciones de Nicolás no surtieron efecto. Washington mantuvo su línea dura frente al gobierno socialista y revolucionario de Venezuela y reiteró que Trump no atendería la llamada.

Dos días más tarde, el 20 de septiembre de 2017: Maduro volvió por sus viejos fueros y atacó por enésima vez, al presidente de EEUU: “La amenaza de Donald Trump ayer en la cena de los Judas (…) Los Judas Izcariotes se reunieron a recibir las órdenes del Diablo. La amenaza que hizo ayer Donald Trump yo la se interpretar correcta y exactamente: y quiero decírselo al pueblo, Donald Trump hoy ha amenazado de muerte al Presidente de la República Bolivariana de Venezuela”.

El 4 de octubre de 2017, Maduro siguió con los ataques contra el mandatario norteamericano: “Donald Trump ni siquiera sabe dónde queda Venezuela. Trump cree que Simón Bolívar es un cantante de Rock”.

 

El 5 de enero de 2018, Maduro, habló nuevamente del presidente de EEUU. Esta vez dijo que Trump estaba  “loco” por las declaraciones contra Corea del Norte en las que aseguró que su botón nuclear es “mucho más grande y poderoso”. “Cómo se puede llamar eso sino locura, la locura imperialista”, aseguró Maduro. Lo que nunca imaginó Maduro es que dos meses después, en marzo de 2018, Trump anunciaría una reunión con el líder norcoreano Kim Jong-Un fijada para mayo de este mismo año.

El 6 de enero de 2018, Maduro continuaría con sus amenazas: “Donald Trump está acabando con mi paciencia. Tengo la paciencia al límite con el gobierno imperialista de Donald Trump. No voy a aceptar una más de este gobierno agresor. Se agota la paciencia”.

Pero el 19 de febrero de 2018, Maduro puso el carrito chocón en reversa. Ese día, a través de su cuenta en la red social twitter, Nicolás escribió: @RealDonaldTrump hizo campaña promoviendo la no intromisión en los asuntos internos de otros países. Llegó el momento de cumplirlo y cambiar su agenda de agresión por una de diálogo. ¿Diálogo en Caracas o Washington DC? Hora y lugar y ahí estaré.

El 26 de febrero de 2018, Maduro volvió a enviar otro mensaje al presidente de EEUU: “Si se diera la oportunidad que yo tuve como canciller y como presidente de darle la mano a (el expresidente Barack) Obama, de saludarlo con respeto, yo lo haría con el presidente Donald Trump, ojalá se diera esa oportunidad”.

La respuesta de la Casa Blanca fue contundente: “Trump no hablará con Nicolás Maduro hasta que se restablezca la democracia en Venezuela”. Al ver que Washington no sólo no le atiende el teléfono, sino que además, desprecia sus invitaciones por twitter, Maduro apeló a un arma secreta: envió al gobernador de Carabobo, Rafael Lacava, para que reuniera en EEUU con algunos amigos que lo ayuden en dos tareas: 1) hablar con Donald Trump, y 2) evitar las sanciones que ha anunciado el gobierno norteamericano hacia Petróleos de Venezuela y el crudo venezolano.

Mientras Maduro intenta buscar de algún modo la manera de hablar con el Presidente de EEUU, pagando grandes cantidades de dinero en lobby, enviando emisarios a Washington DC y colgando mensajitos por las redes sociales, el gobierno norteamericano no afloja: la Casa Blanca llamó a Maduro “dictador”, y lo comparó con líderes de Zimbabue, Siria y Corea del Norte.

“Maduro no es solamente un mal líder, ahora es un dictador que se une al muy exclusivo club que incluye a (Robert) Mugabe, Bashar al Asad y Kim Jong Un”, indicó el asesor de seguridad nacional del presidente Trump, Herbert McMaster, en rueda de prensa en la Casa Blanca.  El secretario del Tesoro, Steven T. Mnuchin, dijo que todas las acciones que ha venido ejecutando el gobierno de Venezuela en los últimos años “confirman que Maduro es un dictador que ignora la voluntad del pueblo venezolano”.

A Maduro sólo le queda, por ahora, el apoyo de algunos gobernantes de América Latina (Raúl Castro, Daniel Ortega y Evo Morales). La mayoría de los gobiernos democráticos le cierran las puertas y hasta le retiran las invitaciones. Y mientras eso ocurre, la Casa Blanca acaba de anunciar que Donald Trump asistirá a la Cumbre de las Américas que tendrá lugar en Lima, Perú, el 13 y 14 de abril, cita a la que Maduro no podrá asistir porque la tarjeta de invitación que le enviaron en enero ya no sirve. Mucho más que eso, Trump hará una visita oficial a Colombia, para reunirse nada más y nada menos que con Juan Manuel Santos, el enemigo público número 2 de Maduro.

Eso quiere decir que en abril, los dos más grandes enemigos de Maduro se encontrarán en Bogotá, a tan sólo 1.027 kilómetros de Caracas. Trump y Santos hablarán, por supuesto, de Venezuela, y trazarán estrategias conjuntas para ver de qué manera sus gobiernos ayudan a restablecer el hilo democrático y las libertades individuales en Venezuela.

Debe ser muy doloroso para Maduro saber que Trump estará tan cerca y que él ni siquiera puede ir a estrechar su mano, a tomarse una foto con él, y quizá, a regalarle un libro, tal cual como hizo Hugo Chávez con Barack Obama, en el año 2009. Maduro quisiera emular a su padre político. Durante la V Cumbre de las Américas que se celebró en Trinidad y Tobago, el expresidente Hugo Chávez regaló a su homólogo estadounidense, Barack Obama, un ejemplar de Las venas abiertas de América Latina. Maduro también quiere hacer eso. Sueña con eso. No es Cilia Flores la que le quita el sueño a Maduro, es Donald Trump. Por eso se muere por estar en Lima.

Pero cómo van las cosas, quizá sea Trump quien le obsequie un libro a Maduro. El inquilino de la Casa Blanca debería enviar a Miraflores, por correo certificado, un ejemplar de El Señor Presidente, del Premio Nobel de Literatura 1967, el guatemalteco Miguel Angel Asturias (1899-1974). La novela se inspira en la figura del guatemalteco Manuel Estrada Cabrera quien gobernó bajo un Estado de fuerza y represión a su país entre 1898 y 1920. En sus líneas se observa la omnipresencia del miedo y la tortura utilizados como arma para mantenerse en el ejercicio ilegal del poder. Lo mismo que ha hecho Maduro, entre 2013 y 2018. El problema no es convencer a Trump de que envíe el libro. El problema es que Maduro no sabe leer.

 

San Cristóbal, 10 de marzo de 2018