José Luis Zambrano Padauy: Cuando la esperanza tiene tres colores

José Luis Zambrano Padauy: Cuando la esperanza tiene tres colores

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Siempre he considerado que Venezuela es un país irremplazable. Creo que en aquellos años remotos de bolsillos repletos de refugios y de encantos económicos infinitos, todo turista que pisaba su tierra sentía una rara percepción de ver que el venezolano inventaba e improvisaba su propia historia a diario, con los acicates de una sonrisa de bienvenida.

Hoy este país engalanado con los atuendos más floridos -hasta el punto de ajustarse el sombrero más complicado por ser cabeza de Sudamérica- , se halla desguarnecido al sufrir una diáspora estrepitosa, en la cual no sólo se huye de la nostalgia y de la incapacidad para ser feliz, sino pareciera que se escapara con un temor destructivo de no volver jamás.





Pero resulta imposible quitarse el polvo del pasado, por más que se construya otra vida y se reparta cordialidad en tierras lejanas. Nuestro país tiene una personalidad imborrable; una fiesta instantánea para sonreír y contagiar con unas notas musicales indescifrables.

Es una nación que tuvo el humor bárbaro de procrear a su propio libertador y un corazón espléndido, para compartirlo con otras naciones. Tiene su propia canción de cuna, un alma férrea que se expande en el llano y reviste de pureza los picos andinos. Un calor sin perturbaciones que le pinta orgullos inexorables a un puente y a una china; su Sahara encapsulado en unos médanos suntuosos y hasta una cascada tan elevada que parece interminable.

Cuesta entender cómo una oleada imprevisible devastó al país más asombroso del mundo. Había una inconformidad que nos trastornaba. Las riquezas detonaban en nuestras manos y caían como plomo en el mar del desconcierto. No estábamos preparados para el desarrollo tal vez. O esperábamos ese caudillo o mesías que lo resolviera todo, hasta los malos conceptos de nosotros mismos.

Pero al fin llegó, con un sistema atiborrado de promesas imponentes. Decía ser capaz de igualar a los pobres con los ricos, aunque terminó haciendo lo contrario. Nos arrebató hasta esa arepa rebosante de alegrías, para enseñarnos y mostrarle al mundo, que un territorio con todos los privilegios del subsuelo -desde petróleo, oro y diamante, hasta carbón, hierro y aluminio-, puede convertirse en menos de dos décadas, en uno de los países más miserables del planeta.

Ya hemos aprendido tan dolorosa lección. Ver a nuestra gente palidecer con el quebranto del hambre, o a nuestros abuelitos adelantando su muerte, por no contar con los medicamentos supremos para sobrevivir, resulta más que suficiente. El corazón de la nación parece quebrado en su propio tormento. El maligno caos impuesto, modelado desde Cuba para hacer del llanto algo más cotidiano, debe erradicarse a cal y canto.

Nuestro país no está cercado. Tampoco existe una tranquilidad pasmosa o una costumbre irreparable por la desgracia. Entendamos que somos un pueblo admirable. Que tenemos las huellas salpicadas de determinaciones y, pese a las traiciones de quienes alardean en defendernos, somos capaces de fraguar nuestra libertad. Desajustar esas cadenas pesadas de la confusión.

Hoy todos los continentes de este pequeño espacio llamado tierra, no dudan por un instante que Venezuela no tiene democracia y está allanada por las devastaciones de una dictadura, que poco le importó el ir en contrasentido a la opulencia natural de nuestra pequeña Venecia. Las grandes gestas independentistas han contado con el apoyo externo para lograr su más ansiado cometido. En nuestro sueño de paz, no se hará lo contrario.

@Joseluis5571